AL GRANO
Libertad jurídica, libertad política, libertad de mercado (I)
En este y en los próximos dos artículos me refiero a un tema fundamental, me parece, en relación con la cuestión de ¿en qué tipo de país vale la pena vivir? Como se ha repetido incesantemente durante ya unos años, alrededor de tres millones de nuestros conciudadanos, al emigrar a los Estados Unidos, han expresado, tácitamente, que en “su Guatemala” no vale la pena vivir, pero allá sí.
' Un “medio ciudadano” intenta esgrimir sus derechos sin certeza de los resultados.
Eduardo Mayora Alvarado
Escribo “su Guatemala” entre comillas porque esos millones de emigrantes –o la inmensa mayoría de ellos— se han marchado intentando dejar atrás ciertas condiciones de vida que configuran, para ellos, la realidad del país del que emigraron. Son las condiciones en las que todavía viven muchos otros. Son las condiciones que alimentan flujos migratorios sin precedentes y, además, en aumento.
Una de esas condiciones —la más nociva, me parece— es que, para luchar por intentar salir adelante en la vida, no basta ser un ciudadano. Para muchas cosas que tienen alguna relación con algún aspecto del Estado es indispensable “conectarse” a algún tipo de “red”. El ciudadano que no es más que eso, que no logra “conectarse”, debe esforzarse el doble para conseguir la mitad.
Esta condición —que pudiéramos llamar de “medio ciudadano”— presenta una característica particularmente odiosa para los más débiles de la sociedad guatemalteca. Me refiero a que, por lo general, hay una correlación muy significativa entre las posibilidades económicas de cada persona y su capacidad de conectarse con la red que pueda servirle para conseguir cierto objetivo o para resolver un problema.
Así, un medio ciudadano intenta, en un primer momento, esgrimir sus derechos como tal. Ya sea para acceder a un servicio público, para conseguir un empleo público, para contratar con un ente público, para obtener una licencia o un permiso de un ente público, etcétera, el medio ciudadano intenta, primero, esgrimir sus derechos. Cuando constata que, probablemente, eso no será suficiente, enfrenta la disyuntiva de olvidar su proyecto o vivir con su problema, o bien, conectarse a una red.
Conectarse a una red cuesta dinero, además del conocimiento necesario encontrar el primer contacto de la cadena. Obviamente, cuando se dispone de mayores recursos de dinero o de relaciones estratégicas, la conexión funciona mejor. Un ejemplo de máxima eficiencia es un pariente rico y bien conectado, lo cual da lugar al fenómeno del nepotismo.
Quienes están en el otro extremo de fenómenos como el nepotismo, pues, simplemente, emigran (aunque a un gran costo). Los medio ciudadanos que, mal que bien, pueden disponer de algún dinero y algunas relaciones tienen, pues, se quedan. Pero muchos se quedan “afuera”. Es decir, “emigran”, pero no a los Estados Unidos, sino a la informalidad económica. Como son conscientes de su condición de “medio ciudadanos”, pues, medio pagan impuestos, medio contribuyen a la seguridad social, medio votan, medio cumplen las regulaciones y, cuando falta hace, contactan con la red. Usan de “su conecte”.
Los mejor ubicados —por recursos y por relaciones— también son medio ciudadanos, pero tienen los medios para lograr sus objetivos y resolver sus problemas. Eso no quiere decir que muchos de ellos estén contentos con esa situación de “medio ciudadanía”. De ninguna manera. Muchos de ellos preferirían ser ciudadanos plenos y que los demás también lo fueran, pero no saben cómo cambiar las cosas ni por dónde empezar.
Como es fácil advertir, los “gestores” de las diversas redes sacan jugosos frutos de esta situación de “medio ciudadanía”. Gran parte de eso se traduce en corrupción. Pero ¿vale la pena vivir en un país así?