EDITORIAL
Reinvención del turismo es reinventar el país
La vacunación de trabajadores vinculados con la industria turística es, sin lugar a dudas, el primer gran paso para poder reactivar dicho sector económico de cara a las nuevas expectativas y requerimientos de bioseguridad de los visitantes extranjeros. Lamentablemente, por las deficiencias de gestión de la inmunización, tal sector también está relegado y sin visos de poder contar con un proceso más expedito para recibir esta protección sanitaria.
Pero los problemas del turismo vienen de años atrás y la pandemia solo vino a constituir un valladar enorme que ha representado la desaparición de miles de plazas de trabajo, directas e indirectas, el cierre de hoteles y restaurantes, la reducción en la derrama económica para sectores locales de artesanía y servicios. La reactivación económica ha llevado, en el último año, a una lenta recuperación, empujada sobre todo por el turismo interno.
Sin embargo, a pesar de la gran oportunidad que representan los intereses ecoturísticos, persiste el rezago gubernamental referente a la difusión, promoción, mejora de accesos, señalización y organización de comunitarios para la mejora en la atención de visitantes. El Instituto Guatemalteco de Turismo tiene parte de esa importante misión, pero está limitado en sus recursos económicos y alcances institucionales fijados en ley. En ese sentido precisa del concurso de otras entidades estatales. Hoy por hoy existen importantes atractivos naturales que permanecen desatendidos, poco frecuentados e incluso cerrados, con la consiguiente pérdida de oportunidades potenciales para pobladores necesitados de un ingreso, a causa de la total desconexión entre las autoridades de gobierno, municipales, empresas y líderes comunitarios.
Por otra parte, una mejora sustantiva en la gestión de los recursos naturales se hace necesaria para conservar muchos de los puntos turísticos. Lugares como Semuc Champey, en Alta Verapaz; Siete Altares, en Izabal; Los Amates, en Santa Rosa; La Igualdad, en San Marcos, o el nacimiento del río San Juan en Huehuetenango tienen algo en común: el agua como protagonista central y fuente de vida para miles de personas. Tales caudales no salen de la nada ni se mantienen por arte de magia; son producto de la precipitación pluvial de zonas montañosas. Pero las lluvias se están reduciendo o espaciando. Si no se protegen las zonas forestales sobrevivientes, estos y otros atractivos desaparecerán. La misma contaminación por aguas servidas es otra amenaza que se cierne sobre destinos como el Lago de Atitlán, que podría llegar a ser otro Amatitlán en un lapso de décadas, si no se corrige el desfogue impune de desagües en estos destinos emblemáticos.
Apenas 15 de cientos de sitios arqueológicos en el país están medianamente acondicionados para el turismo. El resto sigue en virtual abandono en medio de selvas o, peor aún, en campos de cultivo. La riqueza del patrimonio cultural prehispánico permanece almacenada en el museo de Arqueología, que recién cumplió 90 años y posee auténticas joyas dignas de ser admiradas, pero que lo impiden las limitaciones de espacio.
La reinvención del turismo es una reinvención del país: dejar de destruir ecosistemas para que sean rentables medios de vida sostenible; invertir recursos en la puesta en valor de más sitios prehispánicos para potenciar las visitas con un concepto ecoarqueológico y destinar más recursos al desarrollo comunitario, que a la burocracia experta en repetir los mismos modelos.