GUSTAVO ADOLFO MONTENEGRO

GUSTAVO ADOLFO MONTENEGRO

NOTAS DE GUSTAVO ADOLFO MONTENEGRO

Puede que yo sea ese vecino disfuncional de la cuadra, del condominio, del edificio de apartamentos. Es posible que sea ese ermitaño, solitario, loco que vaga por las noches con un perro. Las cámaras biológicas están encendidas y nos miran, te miran, miramos, miráis.
La serpiente tiene hoyos a medio tramo, pero eso no impide que coletee, como intentando quitarse de encima el insecto motorizado que no deja de subir sobre ella. Se resigna y lo deja seguir.
Cuando Camila despertó en un hospital de Barcelona, un día de agosto del 2005, se sorprendió precisamente de eso: despertar y darse cuenta de que estaba respirando.
Con tantos ismos que dejó el siglo pasado, hay que rebuscar en el pueblo a los bisnietos, legítimos o no, lo acepten o no, de estilos y autores de poesía. Son descendiendes que deambulan por las calles virtuales o callejones de papel sin salida. Hay ovejas negras o dignos laureados, lo cual no tiene nada de malo siempre y cuando no agarren el síndrome de las divas. Esta es una lista apócrifa de algunos de tales clanes.
Lo que más sorprendió a Elisa Pirir al llegar a Noruega, hace casi siete años, fue que a pesar de no entender una sola palabra del idioma —y pasar varios meses en el trabajo de aprenderlo— hizo amigos desde los primeros días. Vive en la ciudad de Tromso y es la única mujer de la parte norte de aquel país que puede estudiar en la Escuela Noruega de Cine.
Eran tiempos violentos. Un conflicto armado que se agudizaba. Represión desatada. El 19 de diciembre de 1980, hombres armados le interceptaron el paso a la escritora Alaide Foppa y a su chofer, Leocadio Axtún. Nunca más se supo de ellos.
Sucesos que marcaron la historia
Ciudad, corazón de ruido; quejido que se difumina en una carcajada. Grito de niño perdido en la multitud que con algazara busca dónde comprar felicidad al dos por uno, que se pone zapatos nuevos para huir mejor de sí.
Su casa tenía un olor a crayón de cera que rima con crayón de madera. Magda Eunice Sánchez vivía entonces en Ciudad Nueva, zona 2.
El griterío me atrajo. Realmente fue el reflejo paranoico con que andamos todos; me dirigió la vista al "licenciado", de corbata y cabeza cobijada por una chamarrita de pelo pegada con gomina, quien intentaba sin éxito arrebatarle una mariconera de cuero negro a un individuo con chaleco de motociclista.