Margarita Carrera
NOTAS DE Margarita Carrera
“El orfismo —expone Nilsson— introduce concepciones nuevas y revolucionarias en la religión griega. Es la rama principal de las poderosas y revolucionarias corrientes religiosas que surgieron en la época arcaica como protesta contra la religión tradicional (...)”.
El heleno humano no pudo soportar por largo tiempo el fatalismo y apego a la “physis” que se dan en Homero y en los poetas líricos, trágicos y cómicos. Este fatalismo, con sus dioses que simbolizan no solo las implacables fuerzas de la naturaleza, sino las leyes inexorables que rigen la “psyche”, se resume así: el hombre ha venido a este mundo, en primer término, para esforzarse por ser cada día mejor (“aristos”), alcanzando, con ello, la única inmortalidad posible: que un poeta le perdure en sus gloriosos cantos. En segundo término, para gozar de todas las riquezas materiales que el hombre libre puede disfrutar: comida, vino, amor, juegos o luchas, etc.; todo ello con mesura, esto es sin caer en los excesos que conllevan al sufrimiento.
La única mujer representante del espíritu dionisíaco que perdura en la historia de la literatura clásica (entendiendo la palabra clásico en su verdadero sentido: todo lo relativo al mundo griego y latino), es Safo de Lesbos.
Federico Nietzsche, en El nacimiento de la tragedia, expone cómo, desde la época homérica, se vislumbra el “genio apolíneo-dionisíaco”.
Si aceptamos a Homero no solamente como poeta, sino como filósofo, se anula de inmediato la inquietud de los eruditos helenos sobre el discutido hecho de que, al decir de Jaeger (Opus cit.), “(...) la filosofía griega empezará con los problemas de la naturaleza y no con los relativos al hombre (…)”. (“El pensamiento filosófico y el descubrimiento del Cosmos”). He de insistir que la filosofía griega, que (según he comprobado) se inicia con Homero, se centra fundamentalmente en el hombre, siendo, por ello, “antropocéntrica”, más que “teocéntrica”. La “physis” o naturaleza homérica, representada en su mitología, gira, siempre, alrededor del humano.
Ya W. Jaeger en su Paideia se percata de que “La obra de Homero está en su totalidad inspirada por un pensamiento 'filosófico' relativo a la naturaleza humana y a las leyes eternas del curso del mundo. No escapa a ella nada esencial de la vida humana. Considera el poeta todo acaecimiento particular a la luz de su conocimiento general de la esencia de las cosas (…)”. (Capítulo Homero el educador). Esto dicho por Jaeger, que no por mí, cobra valor inusitado por el inmenso prestigio de este helenista erudito dentro del mundo académico, sobre todo dentro de las “universidades”, menores o mayores, en donde el filósofo, por regla general, no acepta que un poeta sea capaz de desentrañar las verdades más ocultas que encierra la vida humana, inmersa dentro del Universo. He de insistir en que, antes de Sócrates-Platón, el más grande filósofo es Homero, aunque no cree —aparentemente— lo que los académicos denominan una “doctrina” o un “sistema” filosófico. Pero, ¿cuál es la filosofía que sostiene este genial poeta? Simplemente se trata de una filosofía que —sin dejar de tener en cuenta a la razón— se dirige a la “vida” del humano y encuentra que esta solo tiene sentido (o verdad) si hay una entrega a ella, al desarrollar, de manera excelente (“aristos”), todas las virtudes (“aretai”) físicas y psíquicas —indisolublemente unidas— con el fin de alcanzar el “ideal del yo”, que lo identifique —en esta vida— como el mejor de los “humanos”. Porque Homero no rechaza la vida, esta vida, como lo hará más adelante Sócrates-Platón; todo lo contrario, la exalta de manera sublime, enseñando cómo es que ha de vivirse con intensidad, no solo afanándose por la búsqueda del “ideal del yo”, sino aprovechando todos sus frutos materiales y espirituales que nos ofrece en su trágica brevedad. En latín ha de decirse más adelante “carpe diem” (=vive el día). Así es como Aquileo escoge una vida breve pero intensa y heroica, a una larga y sin pasión: luchar, gozar y sufrir, en toda su intensidad. Todo ello, para alcanzar honra y gloria en esta existencia y subsistir (eternizarse), después de ella, por medio de los cantos heroicos, por medio de la poesía, única que llega a lo más profundo del corazón (y mente) del ser humano. Y si conocemos cómo la ciencia psicoanalítica descubre (ante los perplejos ojos de los filósofos no vitales) las leyes que rigen, de manera inexorable, el alma, del mismo modo que existen leyes eternas que gobiernan el universo, comprendemos aún más que Jaeger mismo, sus propias palabras, esto es, que el pensamiento homérico es filosófico, en lo “relativo a la naturaleza humana y a las leyes eternas del curso del mundo (...)”. Asimismo, el hecho de que “todo acaecimiento particular”, grande o pequeño que se dé en la “psyche” (=alma) o en la “physis” (=naturaleza), nos conduzca “a la luz del conocimiento general de la esencia de las cosas (...)”.
Otra virtud del heleno es, más que el saber, el hacer. Actuar más que reflexionar. La sabiduría estará relegada, como “areté”, a los ancianos, alejados ya de la vida. En absoluto la sabiduría constituye la principal y única “areté” para el heleno de la época aristocrática. Este considera la acción heroica (=”andreía”) como la máxima “areté”. Porque, ¿qué es la sabiduría sino un refugio de los débiles de cuerpo? ¿Refugio también de la fealdad física, como la de Sócrates? A los dos más grandes héroes helénicos de la épica, Aquileo y Odiseo, no los describe Homero pensando, sino actuando. Y su acción va siempre encaminada a la “valentía”, al arrojo, a la osadía de vivir la vida en toda su plenitud física.
En la primera mitad del siglo V a. de C., aparece Parménides de Elea, quien, de acuerdo con Jaeger (Opus cit. Capítulo “La filosofía y el descubrimiento del cosmos”), surge al lado de la filosofía científica o natural de los jonios y de las especulaciones pitagóricas sobre los números, iniciándose con él “(…) una nueva forma fundamental del pensamiento griego, cuya importancia traspasa los límites de la filosofía para penetrar profundamente en la totalidad de la vida espiritual: la lógica (...)”. Totalmente contrario a la física de Heráclito, Parménides niega el movimiento, el cambio y la evolución de la “physis” y crea, con ello, una lógica de doble filo que conduce al llamado “pensamiento racional”, el cual se atreverá a negar la realidad ineludible de la naturaleza así como su constante cambio y evolución.
En el siglo V a. de C. se encuentran, además de Heráclito, otros filósofos con actitud científica frente a la “physis”. Así, Empédocles, al tomar los cuatro elementos de la naturaleza: tierra, agua, aire y fuego como sustancias-raíces reales y primarias que conforman el Universo, se torna precursor de Freud, al concebir el amor y el odio como las dos fuerzas naturales de atracción y repulsión que gobiernan la “physis”. También da a conocer una teoría predarwiniana de la selección natural: los seres vivos, como todos los otros que conforman la naturaleza, se han originado por combinaciones puramente fortuitas de los cuatro elementos.
El científico-filósofo que sigue a Tales, Anaximandro, Anaxímenes y Pitágoras es Heráclito de Éfeso (hacia 500 a. de C.)