Margarita Carrera

Margarita Carrera

NOTAS DE Margarita Carrera

Borges, como Nietzsche, podría llamarse “el inmoralista”. En su obra no se cansa de renegar y atacar aquella literatura que persigue algún fin moralizante o didáctico. Según él, la obra literaria no debe hacer concesión alguna a una doctrina, ni estar al servicio de creencias políticas, religiosas o de otra índole. Se rebela, así, en contra de aquellos escritores que someten su creación a los dictados de una fe. Afirma que las fantasías del escritor no deben ir más allá de cualquier fin que no sea lo estético. Observa que “son mejores aquellas fantasías puras que no buscan justificación o moralidad y que parecen no tener otro fondo que un oscuro terror”. La idea de que somos peones movidos por una mano cuyo propósito ignoramos está relacionada con la de que somos apenas los sueños de un misterioso soñador que estaría más allá del bien y del mal.
Enfrentarse al terrorismo de una manera fría y analítica es casi imposible, sobre todo si se acerca demasiado a nosotros, cobrándose como víctima a uno de nuestros seres queridos.
Así, el 30 de julio de 1932, Albert Einstein le dirige una carta a Freud —por considerarle el científico mejor dotado en el conocimiento de la psiquis humana—, solicitándole le informe y explique si “…existe un medio para liberar a los hombres de la amenaza de la guerra”.
La literatura —pensaba hace poco— ha de estar íntimamente enlazada con el sufrimiento y la enfermedad. Y agregaba: no hay escritor feliz. Como paradigmas, los excelsos atormentados: Kafka, Dostoievski, Proust.
Leer un ensayo de Borges es penetrar en un mundo de austeridad, dominado por el rigor y la síntesis. Comprime el lenguaje en audaces fórmulas poéticas que iluminan y abarcan la totalidad de su obra. Concentración e intensidad en cuanto a la forma. Entre mayor concentración, mayor intensidad. Juego de juegos. Al final de cada uno, empieza el otro. El laberinto, su predilección, su abominación, los espejos.
En íntima fusión con el ámbito geográfico, en simbiosis, la naturaleza interna repite dentro de sí los aconteceres de la naturaleza externa: su frío, su fantástica niebla, un más allá de muerte, misterio y deseos insatisfechos en zonas oscuras de castillos nebulosos y paisajes idílicos. O bien, su calor, su ardor, que en lugar de plantas coníferas “con hojas persistentes, aciculares e infrutescencias en estróbilo o piña…”, muestra en plenitud la espléndida vegetación del trópico, desbordante en sensualidad, en sol, en flores alucinantes y provocativas, voraginosas y desprovistas de pudor y recato.
Descubrir o redescubrir América Latina es penetrar en un mundo de excesos y exuberancias. La Naturaleza, “juego de antítesis”, se desborda en voracidad de vegetación o en hondo desierto. Mundo de silencio y de música, de luz y sombra. Mundo alucinante. La realidad se vuelca en un sueño en donde todo es posible. Vida y muerte. Paz y violencia. Selva y pampa. Ríos, mares, abismos. Civilización y barbarie. Sobre todo, barbarie.
La literatura “Ciencia-Ficción” es un género narrativo que toma como punto de arranque la multiplicidad y complejidad de otros mundos que nos señalan los descubrimientos científicos.
Latinoamérica es un continente en donde lo barroco cobra prodigios en insólitos desbordamientos; ya se ha señalado en anteriores ensayos.
Lo absurdo se halla estrechamente ligado al existencialismo vital, filosófico y artístico.