Margarita Carrera

Margarita Carrera

NOTAS DE Margarita Carrera

Llegar a la madurez emocional e intelectual es algo que ha de lograr todo individuo para poder disfrutar, en paz, de los beneficios que la vida guarda; también para serle posible soportar, con supremo valor, los rudos reveses del destino.
“Fort” y “Da” son dos expresiones de la lengua alemana que Freud hizo célebres. Con ellas el niño sanciona la aparición y desaparición de su madre en la manipulación de un objeto cualquiera que la represente. Equivale, en castellano, al juego del “escondite” o “tuero”, en el cual el pensamiento mágico del niño juega con el asombro inaudito de la aparición y desaparición de algo o alguien hasta de él mismo.
En la actualidad pareciera que Jung ha eclipsado la genial figura de Freud. Sobre todo, en el mundo de los escritores. A Freud se le ha arrinconado como a un “maniático sexual” —al decir de Borges—, y su obra ha quedado en marginación de soledad y olvido, en infame alegato de haber sido ya superado.
Desde Sócrates hasta Heidegger, la metafísica se ha considerado como la auténtica filosofía. Esto es, el cuestionamiento de lo que está más allá de la “physis” o naturaleza. Lo inaprehensible. Lo último. O lo primero. Lo finito y lo infinito. Lo eterno y lo perecedero.
Que el lenguaje poético revela de manera profunda la verdad, es algo que sostienen psicoanalistas freudianos —entre otros— y adversan filósofos tradicionales.
Cuando nos enfrentamos con “el ser del hombre” que, de acuerdo a mi postura filosófica, es el inconsciente, el primer asombro que nos invade es la ausencia total de lo que llamamos “casualidad” y “absurdo”. Porque nada hay casual ni absurdo en el comportamiento humano, regido, de manera inexorable, por su inconsciente.
A partir de Sócrates, el mundo occidental ha vacilado en su inclinación hacia el espíritu o hacia la materia. Porque Sócrates fue el primero que estableció no sólo la separación sino la oposición entre estas dos esencias. Y condenó la materia. Y elevó el espíritu. ¿Pero qué es, en verdad espíritu y qué es materia dentro del inmenso Cosmos? La luz de una estrella que llega por medio de millones de años, ¿es sólo materia? ¿es también espíritu? El canto de los pájaros que me amanecen cada día dentro y fuera de mí, ¿es sólo materia? ¿es espíritu? El abrazo pleno de amor que doy al hijo ¿es sólo materia? ¿es espíritu? Y así podría seguir “ad infinitum”, para concluir, por fin que es imposible separar una esencia de la otra.
Y también nos afirma Sarduy: “Todo el barroco no es más que una hipérbole, cuyo ‘desperdicio’ veremos que no por azar es erótico”.
«Creo por tanto, que el monólogo de Ricardo no lo dice todo; se limita a apuntar algo, dejando a nuestro cargo desarrollar lo apuntado. Y en cuanto llevamos a cabo esta labor complementaria desaparece, en efecto, toda apariencia de frivolidad, se nos muestra todo el alcance de la amargura y la minuciosidad con que Ricardo ha descrito su figura deforme y se nos hace claramente perceptible la comunidad que fuerza nuestra simpatía hacia el malvado. Lo que Ricardo ha querido decir es lo siguiente: la Naturaleza ha cometido conmigo una grave injusticia negándome una figura agradable que conquiste el amor de los demás. Así, pues, la vida me debe una compensación que yo me procuraré. Tengo derecho a considerarme como una excepción y a superar los escrúpulos por los que otros se dejan detener en su camino. Puedo cometer injusticias, pues se han cometido conmigo (…) Y ahora sentimos ya que también nosotros podríamos llegar a ser como Ricardo, e incluso que lo somos ya en pequeña escala. Ricardo es una ampliación gigantesca de una faceta que también en nosotros encontramos. Todos creemos tener motivo para estar descontentos de la Naturaleza por desventajas infantiles o congénitas, y todos exigimos compensación de tempranas ofensas inferidas a nuestro narcisismo, a nuestro amor propio. ¿Por qué la Naturaleza no nos ha hecho el presente de la dorada cabellera de Balder, de la fuerza física de Sigfrido, de la elevada frente del genio o de la noble fisonomía del aristócrata? ¿Por qué hemos nacido en un hogar burgués y no en un palacio real? También a nosotros nos gustaría ser bellos y distinguidos como aquellos a los que tales gracias envidiamos»
Es notable señalar, además, la importancia que Freud da al lenguaje de la interpretación de la obra literaria, al destacar que la belleza de la misma depende de la forma como el poeta expresa sus emociones. Según Freud, el poeta ha de emplear “un sutil arte económico” en el lenguaje y “no dejar que su héroe exprese en voz alta y sin residuo todos los motivos secretos que la mueven. Con ello nos obliga a completarlos, ocupa nuestra actividad mental, la desvía de la reflexión crítica y mantiene nuestra identificación con el protagonista. Un poeta mediocre daría, en cambio, expresión consciente a todo lo que quisiera comunicarnos y se hallaría entonces frente a nuestra inteligencia fría y libremente móvil, que haría imposible la ilusión”.