Mario Alberto Molina

NOTAS DE Mario Alberto Molina

Los cristianos recibimos la Biblia como Palabra de Dios.  Sus variados textos son normativos para la fe y la moral, inspiran la oración, transmiten sabiduría.  Pero esa indudable calidad teológica y moral de la Escritura se oscurece no pocas veces por relatos, normas y reflexiones que desconciertan, porque van contra el sentido común y los principios morales.  Sobre todo cuando los relatos nos remiten a tiempos muy antiguos, nos encontramos con pasajes que nos dejan perplejos.
Los evangelios que llevan los nombres de Mateo, Marcos y Lucas se conocen como “evangelios sinópticos”.  Se les dio ese nombre por una peculiaridad literaria que les caracteriza.  Si se dispone el texto de esos evangelios en columnas adyacentes de modo que cada evangelio ocupe una columna, se pueden alinear cada uno con los otros dos para hacer coincidir relatos comunes desde el principio hasta el final.  De este modo se pueden leer los tres evangelios de un solo golpe de vista; de allí el nombre de sinópticos.
En el Antiguo Testamento encontramos la historia del personaje llamado Samuel.  El relato nos cuenta un episodio de su entrenamiento religioso.  Estamos a más de mil años antes de Cristo.  El niño Samuel había sido ofrecido por sus padres al templo israelita en la ciudad de Silo, al servicio del sacerdote Elí.  En cierta ocasión, el niño escuchó una voz que lo llamaba de noche, corrió a donde Elí creyendo que era él quien lo llamaba, pero no era él.  Esto se repitió varias veces.  El sacerdote comprendió que se trataba de la voz de Dios que llamaba al niño y lo instruyó acerca de cómo debía responder.  El narrador comenta: “Aún no conocía Samuel al Señor, pues la Palabra del Señor no le había sido revelada”.  Es decir que Samuel debía aprender a conocer a Dios como es.
En estos días repasaba los textos bíblicos que se leen en la Iglesia en esta época, con el fin de preparar las homilías que pronunciaré en las celebraciones de la Navidad.  Nuevamente me impactaba constatar de qué manera el lenguaje político de la esperanza mesiánica judía ofreció el repertorio conceptual que sirvió a los cristianos para entender el acontecimiento salvífico realizado por Jesús.  La filosofía política salida del Renacimiento y la Ilustración de tal manera distanció la política de la ética y de la Iglesia, que nos resulta extraño constatar que en la Biblia, religión y política tienen una relación amigable.  La separación reconoció la autonomía y libertad de ambos campos, en detrimento de la política, que degeneró en gestión de poder en vez de ser servicio a la persona y a la sociedad según criterios de la ética política cristiana, heredera de la filosofía política de Platón y de Aristóteles.
Mañana comienza en la Iglesia la preparación para la Navidad.  Se llama tiempo de “adviento”.  La palabra deriva del participio del verbo latino “advenire”, que significa “venir para hacerse presente”.  Quien viene para hacerse presente es Jesucristo.  La Iglesia celebra la memoria del nacimiento del Señor, acontecimiento ya pasado, despertando el deseo de su próxima venida, acontecimiento todavía futuro.
Perplejidad.  Quizá esa sea la palabra que expresa mi incapacidad para entender cómo se puede proponer el aborto como un derecho de la mujer, cómo se puede decretar que un feto humano de tantos meses todavía no es persona sujeto de derechos, cómo se puede pensar que la violencia del aborto pueda ser la solución al ultraje sufrido por una niña que ha sido víctima de violencia sexual.
La conducta religiosa se expresa de muy diversas maneras.  El culto es la más común.  La persona que realiza bien los ritos pone por obra la acción que establece la buena relación con Dios.  Según las diversas concepciones religiosas, los ritos son acciones que mantienen el orden del cosmos y aseguran la benevolencia de la divinidad; son expresión de agradecimiento por los beneficios recibidos; son ceremonias que expían pecados o comunican la salvación.
Jesús propuso a sus seguidores la práctica de la corrección mutua, con el fin de que se ayudaran unos a otros en el logro de la rectitud moral y la salvación final.  En Israel había sido ministerio de los profetas denunciar al pueblo sus pecados y convocarlo a la conversión.  La enseñanza de los maestros de la Ley también tenía una componente moral.  En las comunidades cristianas, la enseñanza sobre temas morales ocupa buena parte del ministerio de los ministros.  Pero Jesús propone la corrección privada de una persona a su prójimo, como un ejercicio de la caridad hacia el hermano.  La objeción del “no te metas en mi vida y en mis cosas” es ajena al modo de ser cristiano.
En cierta ocasión, Jesús salió a territorio fenicio y una mujer del lugar le suplicó por la salud de su hija.  Jesús se resistió y, ante la insistencia de sus discípulos para que atendiera a la mujer, justificó su negativa con una declaración de nacionalismo exacerbado: “Yo no he sido enviado, sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel”.  Estamos tan acostumbrados a considerar el cristianismo como una religión universal, que no sabemos cómo encajar la declaración de Jesús.  Finalmente él concedió el favor y la historia terminó bien.  Pero la declaración ahí está, y plantea no pocas preguntas.  ¿Cómo evolucionó Jesús de una concepción tan etnocentrista de su misión a una abierta al mundo que se refleja en el envío de sus discípulos a todos los pueblos?
Un elemento frecuente de la predicación de Jesús fue el anuncio del juicio de Dios sobre toda la humanidad.  Jesús lo anunció como un acontecimiento del final de la historia, pero también del final de la vida de cada persona.