
Mario Alberto Molina
Arzobispo de Los Altos, en Quetzaltenango. Es doctor en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico. Fue docente y decano de la Facultad de Teología de la Universidad Rafael Landívar.
NOTAS DE Mario Alberto Molina
Uno de los rasgos del catolicismo es su confianza en la razón humana para conocer la verdad.
La fe en Cristo es una respuesta válida a los cuestionamientos sobre el sentido de la vida.
Las religiones, en cuanto realidad social, están estrechamente vinculadas a una cultura. O al menos así ha sido con las religiones más antiguas. El antiguo yahvismo del pueblo de Israel anterior al exilio en Babilonia y su sucesor, el judaísmo que se configuró a la vuelta del exilio en el siglo V a.C., eran religiones ligadas a un pueblo entendido en sentido étnico y nacional. Todavía el judaísmo contemporáneo, en alguna de sus formas más conservadoras, mantiene ese acento nacionalista.
El cristianismo es una religión triste, dicen sus críticos. Y a veces, algunos que se dicen cristianos viven su religión en una actitud de tristeza. Esto pudo ser más frecuente antes que ahora. Pero ni antes ni ahora la tristeza es constitutiva de la fe cristiana. Más bien lo contrario es cierto. Los hombres y mujeres verdaderamente santos transpiran alegría. El evangelio es, literalmente, un buen anuncio que produce alegría en quien lo escucha y lo acoge. El libro de los Hechos de los Apóstoles da testimonio constante de la alegría que dejaba el anuncio del evangelio en quienes lo recibían en los inicios de la expansión de la fe cristiana.
Jesús rechazó durante su vida el título de rey. Solo durante su entrada a Jerusalén para su pasión y como reo ante Pilato aceptó su identidad mesiánica. Pero después de su resurrección, el culto cristiano propició el uso de aclamaciones en las que Jesucristo fue celebrado como Rey de reyes y Señor de señores. Las expresiones declaran que hasta las más encumbradas instancias de poder están sujetas a la ley moral y al juicio de Dios. Esa es una garantía para la libertad y dignidad de las personas frente al atropello de los poderes totalitarios. El grito de ¡Viva Cristo Rey! ha sido la consigna de multitud de mártires frente al poder absoluto del Estado. La aclamación a Cristo Rey ha sido consigna en defensa de la libertad de conciencia personal para profesar la fe y la moral cristiana frente a las pretensiones del poder político, cuando quiere gobernar hasta la conciencia y el pensamiento de los hombres.
Cuando queremos identificar a una persona como particularmente religiosa, utilizamos el participio “practicante”. Si decimos que Juan es un católico practicante, entendemos que asiste regularmente a la iglesia. En la opinión más extendida, la práctica de la religión consiste en la asistencia a la iglesia y al culto. De hecho, cuando los sociólogos de la religión buscan un parámetro para medir la religiosidad de la población eligen como criterio objetivo la asistencia a la iglesia.
Cuentan los evangelistas que un día un hombre se acercó a Jesús con una inquietud. Le planteó una pregunta de largo alcance: “¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” Hoy nadie se plantearía la pregunta en esos términos. Pero en ella late una inquietud muy humana, universal, de todos los lugares y tiempos. Hay varias maneras de formularla: ¿Qué debo hacer para que mi vida tenga sentido y yo alcance la felicidad? ¿Qué debo hacer para que valga la pena el esfuerzo que cuesta vivir? ¿Qué debo hacer para que el vacío que llevo dentro se convierta en plenitud?
En un pasaje memorable del evangelio, Jesús instruye a sus apóstoles acerca del ejercicio de la autoridad. Ellos serían los primeros que la ejercerían en las comunidades cristianas. La ocasión la brinda una discusión entre los discípulos acerca de quién de ellos sería el más importante, quién de ellos detentaría el poder. Ellos conciben la autoridad como poder, quizá incluso como poder omnímodo, arbitrario, al servicio de la propia conveniencia y ventaja, al estilo como lo ejercían los reyes y gobernadores de la época. Jesús los instruye para que entiendan que, “en cristiano”, la autoridad es servicio.
En cierta ocasión, Jesús criticó a sus adversarios fariseos por exigir la observancia minuciosa de preceptos rituales mientras que recurrían a argumentos especiosos para dispensar del cumplimiento de preceptos morales. Concretamente les decía que se preocupaban de cumplir hasta la minucia los ritos para suprimir esa descalificación o impureza personal que adquirían los judíos por ir al mercado (algo totalmente ajeno a nuestra cultura), mientras que fácilmente encontraban excusas para exonerar a una persona de la obligación de cuidar del propio padre anciano. Los primeros son preceptos humanos, decía Jesús, aunque sean ritos derivados de la Biblia y quien los observa pretenda agradar a Dios. El segundo es un precepto divino, que aunque está en la Biblia, tiene su fundamento en la realidad social humana, según la cual razonable que los hijos tengan la obligación de sostener o proveer por sus padres ancianos. No es un precepto religioso, sino de ética natural.