Mario Alberto Molina
NOTAS DE Mario Alberto Molina
El título de este artículo, en am- bientes católicos, evoca inexorablemente a la familia de Jesús, María y José. Pero en este caso utilizamos las mayúsculas: La Sagrada Familia. Sus miembros son nombrados de acuerdo con la dignidad que les atribuye la fe: hijo, madre y esposo. Además, en este caso, el esposo no es el padre del hijo. Pero aparte de estas peculiaridades, la Iglesia reconoce como “familia” a ese hogar en que Jesús nació y creció para subrayar dos cosas. Primero, que la institución familiar es tan fundamental para la persona y la sociedad que hasta el Hijo de Dios nació y creció en una familia humana, fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer. Segundo, que entre los bautizados, la familia tiene carácter sagrado y es lugar de santificación. A su modo, los hogares cristianos son también “sagrada familia”. En este tiempo de Navidad, la Iglesia pone ante nosotros la familia de Jesús para motivarnos a consolidar la nuestra.
La Iglesia asigna un tiempo de al menos tres semanas a la preparación espiritual de los fieles para la celebración de la Navidad. Lo llama el tiempo del adviento. La palabra deriva del latín y significa “tiempo de la venida”. Se refiere a la venida del Hijo de Dios cuando nació de la Virgen María. Pero se refiere también a su segunda venida al final de la historia. Causa perplejidad que la Iglesia invite a los fieles a prepararse espiritualmente a celebrar ese acontecimiento pasado mirando hacia un acontecimiento futuro. Cada adviento se convierte así en una especie de ensayo para el encuentro definitivo con el Señor y la Navidad en un símbolo de su venida futura. La combinación de esas dos venidas de Cristo tiene su lógica. Los cristianos no esperamos el nacimiento del Mesías, que ya ocurrió. Esperamos su venida futura, cuando se completará la salvación ya iniciada. Acoger a Cristo espiritualmente por la fe en la memoria de su nacimiento es anticipo para acogerlo cuando venga en su gloria.
El fin del mundo es uno de los elementos que estructuran la temporalidad cristiana. El otro elemento se refiere al principio. Este mundo, tal como lo conocemos comenzó a existir, fue creado por Dios. Hay un punto de origen, antes del cual no estaba sino Dios. Habrá un punto de término, después del cual estará Dios y quienes hayan alcanzado la eternidad en su paso por este mundo. Por supuesto que hablar de un antes y un después del mundo y del tiempo es problemático, pero es un modo de hablar en una columna de opinión en la prensa. Esa concepción del principio y del fin estructura la naturaleza del tiempo, del cosmos, de la historia humana.
Hay momentos en la vida personal y en la historia de los pueblos en los que se agudiza la conciencia de que la calidad del futuro individual o nacional depende de las decisiones que se tomen en esa coyuntura. Hoy es uno de esos momentos, cuando debemos elegir quién dirigirá el Organismo Ejecutivo en los próximos cuatro años. Este es un momento en el que también se hace patente cuán azarosas y, hasta cierto punto, irracionales son las decisiones colectivas. Cunde una insatisfacción por las opciones entre las que tenemos que elegir. En la primera vuelta, el voto ciudadano sacó del juego electoral al candidato repudiado. Pero ese mismo voto ciudadano nos dio las opciones que hoy tenemos. Varios de los candidatos que quedaron del cuarto lugar para atrás en la primera vuelta nos habrían ofrecido mejores opciones entre las que elegir. En realidad nunca, y ahora tampoco, hemos votado entre dos ángeles impolutos. Siempre hemos votado por candidatos que son personas de carne y hueso, con cualidades y limitaciones, y con intereses más o menos ocultos maquinando detrás de la fachada del discurso electoral. Pero estas opciones son las que nos dimos. Debemos ir a votar, con la conciencia clara de que la fiscalización ciudadana será todavía más apremiante e insoslayable durante los próximos cuatro años.
Hoy comienza en Roma la 14° Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos. Desde hace 50 años, esta institución reúne periódicamente a obispos procedentes de todo el mundo, para tratar asuntos de grave interés para la Iglesia. La Asamblea no toma decisiones, pero hace propuestas al Papa sobre el tema tratado, y de este modo colabora con él en la responsabilidad de guiar a la Iglesia. La Conferencia Episcopal de Guatemala eligió como su delegado a Mons. Rodolfo Valenzuela, obispo de La Verapaz. Esta Asamblea tratará el tema “La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo”. Se espera que esta reunión promueva acciones que fortalezcan a la familia, para el bien de la sociedad.
Jesús propone a sus seguidores el amor y la solidaridad con el prójimo como el mandamiento principal, equiparable en importancia al amor a Dios. El precepto del amor al prójimo hilvana todo el Nuevo Testamento como mensaje transversal. El amor al prójimo es la prueba de la autenticidad de la fe. “¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no lo demuestra con obras?”, se pregunta el apóstol Santiago en su carta. Las obras que sirven de demostración de que uno tiene fe no son las obras de culto, de piedad y de religión. Las obras de las que habla Santiago son las de la solidaridad, la caridad y el amor al prójimo.
El evangelio según san Juan registra un momento de crisis entre los seguidores de Jesús. Su enseñanza acerca de la necesidad de comer su carne y beber su sangre se les hacía intolerable por su realismo caníbal. Por supuesto, sabemos que Jesús no incitaba a ningún tipo de canibalismo, sino que con ese lenguaje realista inculcaba el realismo de su presencia en el pan y el vino eucarísticos. Sus discípulos le recriminaban a Jesús que su enseñanza era inaceptable. “¿Quién puede admitir eso?”, le decían. Algunos discípulos se alejaron. Jesús no suavizó ni acomodó sus palabras para retener a los que se iban; más bien retó a los que se quedaban a que pensaran si también querrían irse.
El milagro de Jesús más abundantemente atestiguado en el Nuevo Testamento es el de la multiplicación de los panes y los peces. La abundancia del testimonio se debe no tanto a la magnitud del portento cuanto al significado del mismo. Según el evangelista San Juan, la multitud beneficiada reconoció en Jesús al Mesías y querían hacerlo rey. Un par de días después, algunos de los beneficiados fueron a buscar a Jesús. Él los rechazó: “Ustedes me andan buscando, no por haber visto señales milagrosas, sino por haber comido hasta saciarse”. Jesús rechazaba que lo siguieran a causa del almuerzo gratis e invitaba a trascender el beneficio inmediato para descubrir en él al enviado de Dios para colmar el hambre espiritual.
El plebiscito irlandés que aprobó el matrimonio homosexual y la decisión de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos de reconocer como matrimonio a la unión de dos personas del mismo sexo merecen una reflexión. Estos dos acontecimientos son las manifestaciones más clamorosas y recientes de una campaña de redefinición de la sexualidad y de la persona humana que comenzó con la decisión de la Asociación Americana de Psicología (APA) que en 1973 sustrajo la homosexualidad de la lista desórdenes psicológicos. Desde la ONU hasta las asociaciones locales de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales empujan la causa por la normalización de la homosexualidad. No discuto el derecho que tienen de hacerlo, pero creo que es necesario mostrar que a quienes piensan de otro modo les asiste la razón y la coherencia lógica.
El evangelio cuenta que en una ocasión, mientras Jesús y sus discípulos atravesaban el lago de Genesaret, se desató una tormenta que amenazaba con el naufragio de la embarcación. Jesús se había dormido profundamente y no se percató de lo que pasaba, hasta que sus discípulos, angustiados, lo despertaron. Con una palabra calmó el viento y el mar. Se ponía así de manifiesto que él actuaba en poder creador de Dios. Se manifestaba también el señorío del hombre, creado a imagen de Dios, sobre la creación.