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Paulo Alvarado

NOTAS DE Paulo Alvarado

No habíamos terminado de asimilar la emotiva participación que, como grupo de rock guatemalteco, pudimos experimentar en el Primer Festival de Trova organizado hace unos días por el cantautor mexicano Edgar Oceransky en la ciudad de Querétaro —con la participación de numerosos artistas internacionales—, cuando se ha presentado la ocasión de considerar al rock nacional.
Una conmemoración no es necesariamente un momento para celebrar; de hecho, a lo largo de nuestras vidas hacemos memoria de muchos acontecimientos que nos causan tristeza y congoja, incluso ira y deseos de desagravio.
Avanza el Festival del Centro Histórico, esta vez en su decimoséptima edición.  Este año, además, coincide con la décima oportunidad consecutiva en que el Cuarteto Contemporáneo de Guatemala ofrece el concierto de gala del festival.
A las puertas del XVII Festival del Centro Histórico —y por características muy particulares—, uno de los eventos que llama la atención durante esas fechas es la presentación de un nuevo disco compacto de música guatemalteca.
El pasado lunes fui partícipe de la revolución.  Claro: la revolución a nuestro tamaño, como todo lo que se hace en nuestra tierra…  pero, con un germen de grandeza, en este caso.  Son cinco años en que el colectivo cultural Pie de Lana organiza un festival en el barrio de San José, de la ciudad capital, donde confluyen figuras gigantes de Guatemala, tales Miguel Ángel Asturias, Alfonso Bauer Paiz y  Joaquín Orellana…
Ese territorio situado entre el estudio individual y la presentación pública.  Ese momento en el que ya se han descifrado las singularidades de una partitura, pero todavía hay que ponerse de acuerdo con los demás integrantes del conjunto, de la agrupación de cámara, de la orquesta:  el ensayo.
El pianista costarricense Gerardo Meza Sandoval estuvo de visita acá en Guatemala durante una semana, hará quince días.
Primer concierto de la temporada oficial de la Orquesta Sinfónica Nacional. Iba bien. El etéreo preludio al primer acto de "Lohengrin", de Wagner, en calidad de obertura.
Momentos y sucesos recientes me han permitido atestiguar, una vez más, la calidad del artesano guatemalteco.
Sí. La fiebre mundialista. Esa fiebre que se nos contagia cada cuatro años, cuando se pone en juego la llamada Copa del Mundo; un trofeo otorgado al equipo que, entre 32 participantes, llega a un primer lugar.