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Paulo Alvarado
NOTAS DE Paulo Alvarado
Este sábado cumpliría cien años de edad uno de los músicos norteamericanos mejor conocidos y aclamados del siglo pasado, Leonard Bernstein (1918-1990). Director de orquesta, compositor y pianista, su carrera alcanzó muchos puntos altos a lo largo de una vida dedicada no solamente al ejercicio musical, sino a compartir música con infinidad de personas, desde jovencitos prometedores hasta virtuosos consagrados; desde el común de los oyentes hasta el especialista.
Ha llegado a su mayoría de edad canónica el principal festival de la cultura y el arte de la capital, que en esta ocasión se desarrolla desde el pasado jueves 9 y se extiende hasta el próximo sábado 18, en numerosas ubicaciones de la zona 1 de la Ciudad de Guatemala. Son dos décadas durante las cuales se ha lucido gran cantidad de exponentes de música, danza, teatro, artes visuales, cine, poesía, conferencias, talleres y visitas guiadas por el casco histórico, en un ambiente de fiesta. Diez días cada año, desde su fundación en 1998, que ponen a la vista lo que la cultura y el arte siempre han puesto a la vista: mientras más sea la acción artística y recreativa —a la vez evocadora de las tradiciones, pero también de proposiciones y manifestaciones actuales— más sentido cobra la existencia humana. A más arte y cultura, menos violencia y menos destrucción. No es una opinión aislada e ingenuamente desiderativa; hablamos aquí de estadísticas, estudios e informes fundamentados.
Una muy buena representación de una de las obras más celebradas en el repertorio de ópera italiana. Una producción cuidada, que fluyó y reunió todos los elementos para seducir al público. Un público que atiborró el teatro y, seguramente, salió con ganas de ver el siguiente montaje. Gran esfuerzo y gran mérito de la productora “Querido Arte”.
El vocablo “Metéora” procede del griego y su etimología alude a algo que flota por encima o se encuentra suspendido en el aire, de donde se deriva la palabra meteoro, con lo que se designa a los fenómenos atmosféricos en general. Su uso está documentado en las culturas occidentales hará unos seis siglos para referirse a manifestaciones tales como el viento, la lluvia, la nieve, el relámpago, el arcoíris y las auroras polares.
Dos interrogantes abren el paso a estas líneas. La primera es rancia, aún en círculos de conocedores y admiradores del arte guatemalteco. ¿Por qué no hay música clásica nacional? La segunda es un corolario. Si tal música existe, ¿dónde está y cómo hacer para escucharla? Partimos del supuesto que cuando hablan de un arte musical clásico, las personas se refieren a algo que hoy día se denomina “académico” o “erudito” y usualmente tiene ya más de cien años de haber sido escrito… No cabe aquí la mayoría de las piezas que se tocan en marimba, ni en bandas de procesión, ni en ensambles populares. No cabe, tampoco, la música escolástica contemporánea o experimental que para algunos ni siquiera califica como arte; y si es local, menos aún.
Plantado en el medio del escenario, frente a los cientos de personas que repletaban el aforo del salón, me dispuse a tocar las tres piezas, bastante cortas, que habíamos preparado para la ocasión. El grupo musical con el que iba a actuar tenía dos integrantes nada más, si es que se le podía llamar “grupo” a ese dueto de violonchelo y piano. Asustado por lo nutrido de la concurrencia, alcé más de lo normal el atril con mis partituras y lo coloqué muy cerca, con tal de no divisar a los espectadores. Al concluir la breve intervención, apenas saludé de prisa y con apremio me retiré hacia la parte posterior del tablado. Recuerdo la amable ovación; pero, presa de los nervios, ni siquiera volteé a ver al auditorio.
Una pregunta fundamental que habría que plantear a toda persona, casi al momento mismo de conocerla, no importa si se da la ocasión intencional o casualmente, o en una entrevista, o en un conversatorio, o en una encuesta… ¿Qué libro estás leyendo?
Con frecuencia sucede que quienes se declaran diletantes incondicionales de la música clásica también afirman que les gustaría escuchar conciertos con grandes solistas y excelentes orquestas extranjeras. Estarían dispuestos, dicen, a pagar por un espectáculo en Ciudad de México, Nueva York, Londres, París… a más de cubrir la cuantiosa inversión que representa un viaje de esa índole, con hospedaje y manutención. Sin embargo, llegada la ocasión de poderlo hacer –acá mismo en su propia tierra– de pronto les parece muy caro pagar para apersonarse –acá mismo en su propia tierra– en el Teatro Nacional y gozar –acá mismo en su propia tierra– de una presentación fuera de serie.
I Holst: Los planetas. Saint-Saëns: Segundo concierto para piano. Alfonso Hernández, solista. Igor Sarmientos, director. Tuvo que pasar más de un siglo desde la composición de la portentosa suite orquestal que sentó las bases de la música para películas del espacio —que ni siquiera se habían producido en ese tiempo—, antes que se escuchara esta obra en Guatemala. Sin duda, un mérito del maestro Sarmientos, quien no solo se atrevió a estrenarla en nuestro país, sino que supo manejar la gran complejidad que implica el montaje de esta obra escrita para large orchestra. Su serena capacidad de dirección, su inteligente criterio para los contrastes y su cuidadosa atención al detalle –exigencia primordial para su adecuada ejecución– ciertamente compensaron la falta de costumbre que priva en nuestro medio, a la hora de abordar música de gran formato. El pelo en la sopa fue la amplificación de sonido totalmente innecesaria, en especial durante la sección final, cuando el exceso de volumen echó a perder el efecto del coro oculto. Un gran logro, empero, por parte de Igor Sarmientos, e igualmente un aplauso emocionado a Alfonso, cuya brillante ejecución al piano redondeó el concierto más brioso del XIV Festival de Junio.
“Ya lo verá, maestro. Celebraremos sus cien años.” Pero el legendario violonchelista y profesor de incontables músicos —tanto de los de vieja guardia como de los más jóvenes— se negaba a admitir la posibilidad. “Cómo vas a creer…”, me respondió un poco bromista, un poco dubitativo. En aquel momento festejábamos ya la longevidad de un nonagenario, su excelente salud, su excelente ánimo y un cúmulo de satisfacciones profesionales y personales.