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Paulo Alvarado
NOTAS DE Paulo Alvarado
A pesar de que nunca había imaginado los misterios que podía esconder un depósito de partituras, el recinto que ocupaba el archivo de la orquesta siempre le había llamado la atención. Por eso, de simple —aunque entusiasta concurrente de muchos años, a los conciertos de cada semana— el chico había logrado convertirse en el encargado de ese archivo sinfónico: un cuarto lleno de música impresa, manuscrita, fotocopiada, carpetas en uso y en desuso, algunos tratados musicales —y... polvo, mucho polvo. Era tal la capa, mezcla de tierrilla y las partículas de diesel que cubría la mayoría de los descuidados cartones y papeles, que cuando terminó de trabajar aquel primer lunes al mediodía, optó por pasar a la oficina de personal para anunciar, antes de que le pidieran explicación, que no llegaría al día siguiente, porque aparte de necesitar el martes para recuperarse de la alergia inducida por el polvillo, tendría que ir a adquirir un mandil de plástico, una gorra, una mascarilla y varios pañuelos grandes.
Es la primera pregunta que hace un músico a sueldo. Le hablan para una tocada —una boda, unos quince años, una cena—. No interesa el repertorio (habitualmente, son las mismas piezas, evento social tras evento social) ni, mucho menos, la remota posibilidad del arte; basta con que tenga disponible ese mediodía, esa tarde, esa noche. No pasa de ser uno más entre los componentes de la actividad. Las invitaciones, las flores, los vestidos. El oficiante, el padrino, el capitán de meseros. El templo o el hotel o el jardín de la casa. La comida, la bebida, los arreglos en las mesas. La música.
Dentro de unos días celebraremos –hará la nadería de treinta años– el hecho de atrevernos, cuales guatemaltecos sin mucho roce internacional, a abrir un concierto de excepción, con un trío de jóvenes mexicanas precedidas de gran fama en el mundo de la música pop. El afiche invitaba, “Vamos a divertirnos”, el domingo 28 de febrero de 1988 a media tarde, en lo que por aquel entonces aún era, sin techo, la Plaza de Toros —hoy El Domo— en la zona 13. Las entradas se podían adquirir en ¡once! sitios, en su mayoría ventas de discos, a los precios de la época: Sillas Q30, Preferencia Q10, General Q3.
La semana que finaliza fue heterogénea en oferta cultural. En cierto modo, una sana paradoja. Mientras vemos que se le retiran inversiones urgentes y auspicios sustanciales al arte, de todas maneras florecen las expresiones artísticas, como el mejor argumento para contrarrestar la indiferencia e inclusive la oposición con la que algunos reaccionan cuando se trata de apoyar materialmente a la cultura guatemalteca actual. Apuntaremos cuatro sucesos, nada más.
Difícil recordar; difícil olvidar. Difícil, también, decir la verdad; incluso, difícil mentir. Más difícil, hacer justicia; muy difícil, no buscarla. Memoria, Verdad y Justicia. Un lema que se aplica a la necesidad de enmendar toda una historia, la historia de América Latina. Es el nombre, al mismo tiempo, de una muestra cinematográfica que desde 2010 busca descorrer algunos de los velos que ancestralmente se han utilizado para esconder el conocimiento y la comprensión de la realidad de estas tierras. Un camino que ha recorrido el cineasta alemán Uli Stelzner, para llegar a miles y miles de guatemaltecas y guatemaltecos. Con nosotros ya ha compartido nueve de estos festivales cinematográficos y, desde hace dos décadas, sus películas.
Hará 200 años, un 18 de mayo de 1818, fallece una personalidad sobresaliente de la historia del arte. Destacada violinista y compositora, a más de cantante lírica, versada también como violonchelista y clavecinista, exitosa concertista y exitosa empresaria. Maddalena Laura Lombardini. Aunque de origen aristocrático, su preparación y el buen destino que dio a sus habilidades personales no se debieron a su alcurnia, sino a la previsión social de lo que entonces era la República de Venecia. Habiendo caído en desgracia su familia, Maddalena tuvo que crecer y formarse, hasta obtener una maestría en música a sus 21 años, en el Ospedale dei Mendicanti (el Albergue de Mendigos), uno de los cuatro grandes hospicios venecianos de entonces.
En este 2018 coinciden seis aniversarios redondos que son interesantes para la música antigua. Nace el castellano Juan del Encina, en 1468. El inglés Solomon Eccles ve la luz en 1618; su hijo John, en 1668. Con éste, el francés François Couperin, ese mismo año. El napolitano Giuseppe Scarlatti nace en 1718. Para completar, la veneciana Maddalena Lombardini fallece en 1818. Hablamos de los aniversarios de cinco compositores y una compositora, en fechas que nos sitúan a dos, tres, cuatro siglos, inclusive medio milenio, antes de nuestros días.
En el contexto actual, y entre sus varias contradicciones, las redes sociales tienen al menos dos efectos. Uno de ellos es facilitar un canal de expresión para muchas personas que no hallan una alternativa que les permita ventilar su frustración ante sucesos en los cuales no tienen posibilidades de incidir. El otro, para esas mismas personas, es proveerles la ilusión de haber hecho algo al respecto, aunque no pasen de evidenciar su necesidad de llamar la atención, de encontrar empatía, de quejarse, de criticar. Aunque todo esto no es forzosamente negativo, se limita al bodrio, la intrascendencia y el conformismo. Poner el grito en el cielo, hacer señalamientos, inclusive llamar a la acción, pero… sin iniciativas realizables, no contribuye mayor cosa a modificar aquello que no nos parece o que supuestamente nos perturba.
La publicación del acuerdo 3853-2017 por el Ministerio de Educación, justo a principios de este año, ha causado un revuelo significativo entre docentes, artistas y muchísimas otras personas vinculadas con la música guatemalteca, que han reaccionado con asombro, con incredulidad, con indignación. No es para menos. Producto de una redacción poco afortunada, este documento con validez legal para toda la República de Guatemala hace invisibles los cursos de Formación Musical y de Artes Plásticas en el nivel de Estudios Básicos. Los acuerdos previos —el 178-2009 es el más reciente— no precisamente constituyen dechados de planificación curricular, ni en forma ni en fondo; pero, cuando menos, dejaban a la vista la atribución de algunos períodos semanales de clases dedicadas específicamente a esas dos asignaturas.
Cuando la escuché por primera vez, sentados los dos casualmente en la gramilla de un campus estudiantil, hace varios años, me encontré con una expresión transparente y sólida al mismo tiempo. Mínimamente auxiliada de su guitarra –al igual que tantos otros– y por intermedio de la voz desnuda –como tantos otros más–, en aquella tarde evocó vivencias que no se antojaban provenientes de una persona tan joven –esto sí, a diferencia de muchos y muchas–. No había alcanzado la mayoría de edad legal, pero parecía ya haber experimentado varias vidas. Indudablemente, era el resultado de devorar libros desde su niñez, de haber viajado con la imaginación, de haberse visto expuesta al arte, a la ciencia, al pensamiento y, ante todo, de haber emprendido una continuada reflexión personal.