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Paulo Alvarado

NOTAS DE Paulo Alvarado

Hoy, que en muchas partes del mundo se celebra una fiesta donde se combina el final de una espera (el Adviento) con una llegada (la Natividad), en Guatemala restan unos días para que se cumplan 21 años desde que se suscribiera un acuerdo para lograr una paz “firme y duradera” en este país. Es un tanto insólito que esto se parezca a la postrera reminiscencia pública de un difunto, a quien, según la costumbre, se le recuerda a los 9 días, a los 40 días, a los 365 días. Bastante después vendrían rememoraciones, a los 7 y a los 14 años del fallecimiento; y aún mucho más adelante, a los 21 años… de muerto.
El interior. Se dice de lo que está adentro, de aquello que se siente en lo íntimo del alma. Se asocia con la vida del ser humano cuando se habla de la suma de sus reflexiones y pensamientos, de la pugna que ocurre entre las opciones contrarias que se le presentan, incluso de su sentido común. A la vez, es aquello relativo a lo interno de un país, por oposición a cómo se relaciona con lo extranjero. Según el diccionario, se refiere a la parte central de un territorio cuando se compara con las zonas costeras o con las fronteras, aunque contradictoriamente solemos considerarlo a la inversa: en el centro visualizamos a la ciudad principal, en la periferia se encuentra “el interior”.
Como una cuerda de resonancia, una semana después de concluido el festival de arte de pueblos originarios (que comentábamos en la entrega anterior), el día 26 del pasado mes de noviembre se llevó a cabo un evento en el que nuevamente se congregaron poetas, cantautoras, músicos y tres generaciones de atentos espectadores. Esta vez, el objetivo era rendir un homenaje artístico a las tejedoras mayas de Guatemala; un tributo a esas mujeres que no solamente tejen huipiles, chales y perrajes, sino la historia y la tradición de los pueblos; un reconocimiento a una cultura y a una sabiduría que se plasman y se transmiten por medio de hilos de colores intensos, multiplicidad de imágenes en tela y una simbología tan poderosa como hermética.
Una de las consecuencias más importantes que se derivan de la toma de conciencia de una sociedad es la manifestación artística en torno a ese juicio que somos capaces de emitir sobre nuestra realidad y nuestros actos. Ahí, la música, el cine, la poesía, la pintura, la fotografía, la escultura, la danza y el teatro cobran una dimensión que rebasa la espontaneidad de lo creativo y el valor lúdico propios del arte. Surge la mirada hacia nosotros mismos, surgen la reflexión y la activación de otras potencias internas.
A lo largo de las últimas décadas se han hecho y se han publicado diversos estudios sobre la región centroamericana, desde lo histórico, lo político, lo sociológico, lo económico y lo literario. No obstante, tal como lo señala un connotado maestro costarricense, en música seguimos ignorados por propios y extraños. Un esfuerzo que viene a suplir esa ausencia tan notoria es la publicación de cinco trabajos de tesis —patrocinados por el Fondo de Investigaciones Académicas de la Universidad Nacional de Costa Rica, bajo el sello Alma Mater— como uno de los productos del Doctorado Interdisciplinario en Artes y Letras en América Central que ofrece dicha universidad. A tal propósito y, en especial, para los efectos inmediatos que puede surtir en nuestro medio, cinco estudiosos –todos ellos doctores graduados provenientes de la hermana república– se hacen presentes en Guatemala durante esta semana.
El día de hoy se antoja propicio para unas remembranzas. Mas, como todo acto para volver a pasar alguna cosa por el corazón –es decir, recordar–, a la par de lo agradable y lo hermoso que aquello puede implicar, también hay o puede haber algo que duele, que causa tristeza o desasosiego. Hace tres días, en el calendario cristiano se rememoraba a los difuntos –es decir, se volvía a hacer memoria de ellos–, a modo de traerlos nuevamente a la mente y al corazón. Para un grupo de colegas músicos, la fecha incluso nos llevó a una conmemoración mucho más antigua que la de acordarnos de parientes o amigos fallecidos. Fue ocasión de regresar en el tiempo a la creación musical de centurias atrás: el canto llano recopilado en el siglo VII, intercalado con autores guatemaltecos de hace siglo y medio, de hace tres siglos, de hace cuatro siglos… en un recital.
A modo de darle continuidad a ese valioso emprendimiento en el que ha consistido la preparación y la realización del Festival de Música Antigua, ahora en su segunda edición anual, es relevante comunicar a las lectoras y a los lectores que el evento prosigue, a fin de que puedan acercarse a disfrutar de estas propuestas, todas de admisión gratuita. Por otra parte, esta fiesta de la música merece una atención y una difusión muy grande, que facilite el conocimiento generalizado de cuantos están interesados en asistir, pero aún no se han enterado. De hecho, hoy mismo, a las 16 horas en el Museo Nacional de Historia, podrá apreciarse el trabajo de Glosas Ensamble, una agrupación costarricense que presenta el recital “Ay, que me río de Amor”, en el que se emplean instrumentos con los que rara vez podemos deleitarnos en nuestro medio, tales el laúd, la vihuela y la viola da gamba. Por su parte, continúa el taller de danza barroca que imparte la maestra norteamericana Judy Kennedy en la sede del Ballet Guatemala y la Escuela Nacional de Danza. Su presentación de gala tendrá lugar el sábado 4 de noviembre a las 18 horas, en el Paraninfo Universitario.
Diez conciertos y recitales; doce talleres (la mayoría de los cuales estarán dedicados, por vez primera en nuestro medio, a las usanzas y técnicas de la danza barroca); seis conferencias especializadas (algunas de las que incluyen muestras y demostraciones de instrumentos y repertorios patrimoniales, junto con el carácter de encuentro académico que revisten las ponencias); una visita guiada a cinco órganos tubulares del Centro Histórico de la ciudad capital. Cerca de tres semanas consagradas al conocimiento y al disfrute de la música compuesta en Europa y en Guatemala, desde principios del siglo XVI hasta finales del XVIII. Es el II Festival de Música Antigua, que coordina el maestro violinista y lutier Marco Antonio Barrios Rendón. Se inicia este martes 24 y concluye el viernes 10 de noviembre.
Existe, en el heredero de un artista, la propensión a seguir las huellas de su antecesor. Puede incidir en ello la genética, su formación intencional o circunstancial, o la combinación de todas éstas, que le inclinan hacia el quehacer, las prácticas y ciertos gustos propios de su ascendiente. La música suele figurar entre los casos que citan los historiadores, los educadores y los biólogos cuando quieren ejemplificar esta particular tendencia por parte de un individuo. En nuestro medio, uno de los que encarnan esa predisposición es Ricardo del Carmen Fortuny, hijo homónimo del maestro Ricardo del Carmen Asensio (1937-2003), quien fuera pianista, arreglista, director coral y, ante todo, director de orquesta.
Se iniciaba la segunda mitad de la década de 1990, cuando el director, actor, escenógrafo, arquitecto y entrañable amigo Joam Solo decidió montar un muy bien urdido “thriller”, El Cuarto de Verónica, del escritor norteamericano Ira Levin (en un mes se cumplirán cabalmente diez años de su fallecimiento). La producción causó tal impacto que además de su éxito con el público, arrasó con todos los galardones del Premio Muni a la Excelencia Teatral en 1997. Mejor director, mejor actor, mejor actriz, mejor escenografía, mejor luminotecnia y mejor música original. No era para menos. Con un elenco de primera, María Teresa Martínez, Xavier Pacheco, Patricia Orantes y William García Silva, así como los recursos concebidos y plasmados por el director, me cupo el gran gusto y el honor de ser invitado como compositor, para crear la banda sonora de la obra.