Sadio Garavini Di Turno
NOTAS DE Sadio Garavini Di Turno
La espantosa crisis socioeconómica sigue profundizándose a un ritmo acelerado. El desabastecimiento de bienes básicos, en particular alimentos y medicinas, está creando las condiciones para la multiplicación de saqueos y protestas en todo el país. La inflación galopante se acerca a la hiperinflación y ya vamos en camino a una desastrosa estanflación: hiperinflación más estancamiento casi total de la economía. Venezuela, desafortunadamente, cada día más se acerca al estatus de Estado fallido, que se caracteriza por un fracaso social, político y económico, el Gobierno es tan débil o ineficaz que tiene poco control sobre vastas regiones de su territorio, presenta altos niveles de corrupción y de criminalidad, no puede proveer servicios básicos, como el agua y la electricidad, provocando brotes de epidemia y la propagación de enfermedades. Además de acercarse al “tipo ideal” de Estado fallido, Venezuela tiene también muchas de las características típicas de un Estado depredador, que se define como aquel donde sus gobernantes se dedican a preservar sus intereses particulares mediante el pillaje, el saqueo impositivo, la devastación de las instituciones y la carencia de una sana división de poderes, imponiendo su poder omnímodo con la sumisión de la Justicia. Este tipo de Estados, obviamente, se caracterizan por altísimos niveles de corrupción e impunidad y tienden a facilitar las actividades de la criminalidad organizada, en particular el narcotráfico.
Brasil y Venezuela atraviesan una seria crisis política, sin embargo la gravedad de la crisis política en los dos países no es comparable. En Brasil, el estado de Derecho y la Constitución son respetados. La independencia de los poderes del Estado es evidente. Un Poder Judicial que logra enjuiciar a decenas de políticos de diferentes partidos, particularmente a los miembros del partido de gobierno, incluyendo al expresidente Lula, a algunos de los empresarios más importantes del país, como Marcelo Odebrecht, y al principal asesor electoral del PT, Joao Santana, produce una sana envidia. El enjuiciamiento de la presidenta Rousseff puede ser discutible políticamente, pero sigue escrupulosamente el proceso previsto en la Constitución. En Venezuela, en cambio, la Constitución es violada descaradamente por el Gobierno, respaldado por un Tribunal Supremo de Justicia nombrado inconstitucionalmente el 23 de diciembre, después de la abrumadora derrota electoral del Gobierno, en las elecciones parlamentarias, por una Asamblea Nacional ya “moribunda” y sin legitimidad democrática, por vía “exprés”, sin respetar el procedimiento legal y sin tener buena parte de los magistrados los requisitos del cargo.
Estado fallido o fracasado es un término relativamente reciente en la ciencia política contemporánea. De acuerdo con el centro de estudios Fund for Peace, un Estado fallido se tipifica por la pérdida de control físico del territorio o del monopolio del uso legítimo de la fuerza, erosión de la autoridad legítima en la toma de decisiones, colapso de los servicios básicos e incapacidad para interactuar normalmente con otros Estados, como miembro pleno de la comunidad internacional.
Cada día son mayores los escándalos de corrupción que se están descubriendo en el mundo y en América Latina, en particular. Los gobiernos de Lula, Roussef, Evo Morales, Correa, los Kirchner y altos funcionarios del gobierno venezolano están siendo investigados y/o acusados, en diversas instancias, por supuestos delitos contra la cosa pública. Esta situación coincide en el tiempo con la crisis de los modelos socioeconómicos estatistas del populismo radical latinoamericano, que se basaron en el alto precio coyuntural de las materias primas. En el caso venezolano, la crisis socioeconómica es mucho más grave por la dependencia absoluta y total de la exportación de un solo producto y la cuasi destrucción del aparato productivo nacional, producido por un modelo basado en “ideas muertas” e implementado además con ineficiencia y despilfarro.
En Venezuela, el nacionalismo es una parte fundamental del mensaje ideológico del chavo-madurismo. El nacionalismo moderno, nos recuerda el gran Isaiah Berlin, nace en Alemania como reacción al universalismo iluminista, abanderado por la revolución francesa, y tiene como padre intelectual a Johan Gotfried Herder. Es una reacción frente a una integración forzada, a una uniformización bajo un conjunto de valores, ideas y leyes que se consideran superiores y universales. Contra esta visión del mundo, esta weltanshauung, niveladora y racionalista, Herder levanta la bandera del terruño y los muertos, la sangre y el idioma, blut und boden. Se defiende lo particular frente a lo universal, el derecho de cada pueblo de cultivar sus costumbres y sus tradiciones, el respeto a su identidad e idiosincrasia.
El prestigioso economista italiano Carlo M. Cipolla, en su estupendo ensayo Las leyes fundamentales de la estupidez humana, nos dice en la Tercera (y áurea) Ley Fundamental: “una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin lograr ninguna ventaja para sí o, para colmo, sufriendo él mismo una pérdida.” (Los que causan daño a los demás, logrando una ventaja para sí mismos, Cipolla los define como “bandidos”.) Cipolla, en el capítulo de su ensayo dedicado a las relaciones entre la estupidez y el poder, nos hace notar que algunos estúpidos causan normalmente solo pérdidas limitadas, mientras otros logran causar daños espantosos, no solo a uno o dos individuos, sino a comunidades o a una sociedad entera. El potencial de una persona estúpida de hacer daño, nos dice Cipolla, depende de dos factores principales. Antes que nada del factor genético. Algunos individuos heredan notables dosis del gen de la estupidez y gracias a esa herencia forman parte, desde el nacimiento, de la elite de su grupo. El segundo factor que determina el potencial de una persona estúpida deriva de la posición que ocupa en la sociedad. Por tanto, la capacidad de hacer daño al próximo de un estúpido está peligrosamente acrecentada por la posición de poder que ocupa. Según el viejo testamento: “stultorum infinitus est numerus”, (el número de los estúpidos es infinito), exageración poética, porque, afortunadamente, el número de los seres vivientes es finito, sin embargo, los autores o el Autor del viejo testamento, “pensaban” con una “visión “de eternidad (“sub specie aeternitatis”), en ese caso, el número de estúpidos es, sin duda, infinito. Por eso, el gran canciller alemán Konrad Adenauer decía que “si algo injusto había hecho Dios era que habiendo limitado la inteligencia humana, había dejado totalmente ilimitada la estupidez”. Nuestra preocupación como venezolanos consiste en que el número de estúpidos en las filas del Gobierno parece haber llegado a niveles patológicamente elevados. Nos dice también Cipolla que el estúpido no sabe que es un estúpido y que eso contribuye a darle mayor fuerza, incidencia y eficacia a su acción devastadora. La Quinta Ley Fundamental de Cipolla reza: “La persona estúpida es el tipo de persona más peligroso que existe”, la Ley tiene un corolario: “El estúpido es más peligroso que el bandido”. En efecto, el resultado de la acción de un perfecto bandido representa puramente una transferencia de riqueza y/o bienestar de la persona o las personas naturales o jurídicas dañadas a la persona del bandido. Por tanto, para la sociedad en su conjunto, la situación no ha cambiado, permanece estacionaria. En cambio, es evidente que cuando las personas estúpidas causan pérdidas a las demás personas, sin obtener ventajas para sí mismas, la sociedad entera se empobrece. Sin embargo, en Venezuela, los bandidos más poderosos se llevan sus mal habidas ganancias al exterior. Es evidente que el país que tiene un alto porcentaje de estúpidos en el gobierno se acerca a lo que el politólogo italiano Michelangelo Bovero llama kakistocracia, el pésimo gobierno, la república de los peores, y si además tiene muchos bandidos va al desastre.
Jesús Silva Herzog Márquez, en su libro "La idiotez de lo perfecto", reseña unas ideas de Michelangelo Bovero, el discípulo y sucesor de Bobbio en la cátedra de filosofía política en la Universidad de Turín. Bovero nos recuerda a Polibio y su teoría de las formas mixtas de gobierno. El historiador romano partía de las formas simples y virtuosas de gobierno de Aristóteles y afirmaba que el problema consistía en su inestabilidad: la monarquía degeneraba en tiranía; la aristocracia, el gobierno de los mejores, se transformaba en una oligarquía, el gobierno de los privilegiados; y la república terminaba en el desorden y la anarquía de la demagogia. La solución de Polibio era la mezcla de las formas puras de gobierno para integrar un sistema de equilibrios y complementaciones que ofreciera estabilidad al gobierno. La Monarquía constitucional británica del siglo XIX es un ejemplo al respecto: los poderes del Estado divididos entre la Corona y un Parlamento integrado por una Cámara de los Lores, conformada por aristócratas y una Cámara de los Comunes electa por el pueblo. Lo que no pensó Polibio, nos dice Bovero, es que la mezcla bien podría darse entre las partes corruptas del gobierno. La combinación de la tiranía, la oligarquía y la demagogia es lo que Bovero llama “kakistocracia”: el pésimo gobierno, la república de los peores.
En mi libro “Entre la Soberbia y la Incertidumbre”, publicado en el 2010, escribí: “Nuestro tiempo es un tiempo de transición “epocal”, cuya característica fundamental es la incertidumbre. Se advierte una clara aceleración del “ritmo” de la historia, vivimos en medio de un verdadero choque de fuerzas contrapuestas, que luchan por prevalecer: democracia y autocracia, modernización y tradicionalismo, globalización y localismo, racionalismo e irracionalismo… Vivimos, por tanto, entre la soberbia y la incertidumbre de un mundo peligroso y en transición”.
En los primeros años veinte del siglo pasado, en Italia, la violencia y la intimidación contra los opositores y los medios de comunicación independientes eran obra de las tristemente célebres squadracce, grupos de facinerosos en camisa negra, dirigidos por el jerarca fascista Farinacci.
En Venezuela se inicia una campaña electoral decisiva para el futuro del país, enmarcada por las denuncias del fiscal Nieves sobre el juicio amañado de Leopoldo López, el escándalo de los sobrinos de la “Primera Combatiente” Cilia Flores, apresados por la DEA, mientras negociaban una cantidad relevante de cocaína y la contundente carta-denuncia del secretario general de la OEA, Luis Almagro, excanciller del Gobierno de izquierda de Pepe Mujica, descalificado, poco seriamente, por el Gobierno como “vocero de la oposición”.