Los nombres de las víctimas, separados por sexo, están escritos en los cuatro laterales del pequeño obelisco, rodeado de velas y flores de colores. Juan echa la mirada atrás y recuerda que él también perdió a alguien durante aquellos años. Como todos en el pueblo.
Niño fue desaparecido
Chen recuerda a su sobrino Emilio Osorio cuando tenía 9 años, edad en la que fue desaparecido. Otros 19 familiares, entre hermanos, tíos y compadres, perdieron la vida en varias masacres. Años después no encuentra sosiego, la justicia para él no existe.
“Mientras jefes militares, comisionados y patrulleros andan libres, nuestros familiares están muertos”, manifiesta Chen.
“El Gobierno no ha resarcido la sangre de los muertos”, clama con una angustia que le da valor para señalar a algunos de los culpables como el exdictador Efraín Ríos Montt (1982-1983) o el exjefe del Estado Mayor General del Ejército Manuel Benedicto Lucas García, hombres a los que no duda en llamar “Herodes” por su falta de piedad y atrocidades.
Les quitaron todo
Les quitaron a sus familias y su propia vida. “Lástima la vida de nosotros aquí ahora”, exclama Bernardo Chen, un hombre de 58 años que fue llevado por militares, junto a otras siete personas, a la zona militar 21, en Cobán, Alta Verapaz.
“Allí los maltrataron como si fueran animales. Nos encerraron cinco días sin comer y sin beber”, refiere.
Años después el dolor sigue en su interior. Pide justicia para las víctimas y cumplir con las sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que obligan al Estado a reconocer su responsabilidad y construir infraestructura y servicios públicos. La resolución es del 2012, pero sigue postergada. Ni salud, ni agua, ni casa, ni educación.
Dolor de corazón
“Somos gente abandonada”, dice Teodora, de 80 años, una de las ancianas del pueblo. Ella sobrevivió a cuatro masacres, Río Negro, Aguas Frías, Xococ y Los Encuentros, en la guerra interna perdió a su esposo, seis hijos y 15 nueras y yernos, además de varios nietos.
“Es difícil llevar la cuenta aún cuando se trata de los tuyos”, refiere mientras observa el contorno.
Allí (en la zona 21, de Cobán) nos maltrataron como si fuéramos animales. Nos encerraron cinco días sin comer y sin beber.
Sentada sobre un mueble de madera desde el que observa el camino polvoriento que conduce a su casa, pequeña y de madera. La anciana, a la que le duele “el corazón de tanto llorar” por los suyos, vive con su hijo Juan y su familia.
En idioma achí, antes de que algunos jueces de la CIDH lleguen a visitarla, Teodora cuenta el “milagro” de que aún esté viva, como también lo está Juan, otro anciano de 89 años al que le mataron a la esposa y a sus hijos.
El hombre, con una dentadura que muestra el sufrimiento de toda una vida, narra como el dolor aún está presente en ellos. “El hambre y la falta de agua nos mata lentamente”, dice.
En la zona no hay nada para producir y por eso piden la ayuda del Estado para salir de la miseria.
A unos 12 kilómetros, por un camino empinado, sinuoso y arenoso, está la aldea Plan de Sánchez. Allí, el 18 de julio de 1982, efectivos del Ejército masacraron a 268 personas, después de haber violando a algunas mujeres y torturado a otras. Algunos sobrevivieron escondidos en la montaña.
Los queman
A los que atraparon los metieron en varias fosas y les prendieron fuego. Sobre las fosas fue consturida una iglesia católica cuyas paredes recuerdan a los hermanos “torturados y masacrados” con el lema “Nunca más”. En el interior, una decena de personas reza por los suyos.
Plácido se acerca con un montón de papeles. Son las actas de defunción de su mujer y sus hijos, muchos de ellos aún desaparecidos.Su segunda esposa, Margarita, que también perdió a su primer cónyuge, recuerda que la iglesia de paredes amarillas y construida en 1995, está sobre un camposanto.
“Todos se murieron. Aquí los quemaron, les echaron gasolina”, refiere Plácido.
Al menos 250 mil personas murieron o fueron desaparecidas durante los 36 años de guerra (1960-1996). Aquellas víctimas que sobrevivieron al conflicto armado interno no pierden la esperanza, pero sí poco a poco el ánimo. No quieren volver a tener ese miedo que un día los llevó a esconderse en las montañas sin mirar atrás. Sin pesar en un futuro.
Dos décadas después de la firma de la paz, estos hombres y mujeres, que ponen cara a un dolor aún latente, exigen justicia, reconciliación y resarcimiento sin renunciar a la verdad. Para pasar del silencio a la memoria. A la memoria histórica.