Sin embargo, hace cuatro años la situación empezó a cambiar. Personal de la oenegé Centro de Estudios y Apoyo Local (Ceadel) comenzó a sembrar la semilla entre niños y padres de familia sobre el daño social que produce la explotación del trabajo de niños y adolescentes.
Gladys Marroquín, coordinadora de proyectos de Ceadel, expuso que empezaron a impartir talleres de capacitación a líderes, maestros, vecinos y miembros del Consejo Comunitario de Desarrollo para contrarrestar esta práctica en esa comunidad.
“Lamentablemente, aún hay padres de familia que miran el trabajo de menores como normal, ya que consideran que sus hijos desde pequeños tienen que ganarse la vida”, dijo Marroquín.
Agregó que les preocupa porque muchas jovencitas resultan embarazadas a temprana edad, y los hombres se exponen a la violencia.
Gabriel Celada, director de Ceadel, expuso que para conseguir trabajo en empresas, muchos menores utilizan documentos de identificación falsos.
Indicó que también tienen programas en las comunidades Bola de Oro y Santa Isabel; sin embargo, donde había más explotación laboral infantil era en San Jacinto.
Celada contó que para atraer a niños y adolescentes organizan actividades extraaula y talleres de actividades lúdicas —música, teatro, juegos con zancos, etc.—, y también llevan a cabo talleres en los que les dan a conocer sobre los derechos de los menores.
Añadió que algunos casos en los que los menores tengan que trabajar a causa de la pobreza de la familia, se les proporciona una beca escolar.
Delia Raymundo, madre de familia, contó que sus hijos trabajaban, pero con la ayuda de Ceadel ahora solo se dedican a estudiar.
La lideresa comunitaria María Sequén considera que las autoridades deben sumarse al esfuerzo de Ceadel, para acabar con el trabajo infantil.