Ciudades

Toda una vida al servicio del cliente 

“Hace 59 años se vendía a cinco centavos la libra de chiltepe”, cuenta Chiqui de Fuentes, de 67 años, quien desde niña vende en el mercado La Terminal, zona 4 de la capital. Al igual que ella, en otros mercados de la ciudad hay historias propias de contar. 

Chiqui de Fuentes tienen más de cinco décadas de vender en el mercado La Terminal. (Foto Prensa Libre: Juan Carlos Rivera).

Chiqui de Fuentes tienen más de cinco décadas de vender en el mercado La Terminal. (Foto Prensa Libre: Juan Carlos Rivera).

De fuentes afirma que el oficio de comerciante lo heredó de su madre y considera que su vida como comerciante ha sido productiva, ya que se ha superado como persona.

Entre los acontecimientos vividos en La Terminal recuerda el incendio y el terremoto de 1976, que destruyeron el mercado. “Es una vida la que hemos llevado aquí. Estar en un negocio es un compromiso, aunque a veces se gana y otras se pierde”, expresó.

Doña Chiqui, como le dicen los inquilinos y quien desde hace 29 años es parte del Comité del Mercado, dice que aún no piensa retirarse del negocio.

De Fuentes señala que durante su trayectoria su local ha sido objeto de robo en tres ocasiones, aunque resaltó que ahora hay estrategias de seguridad. “Considero a La Terminal como un hogar. Invito a los guatemaltecos a que nos visiten”, exhorta.

Enelda Rosal de Carballo, de 76 años, trabaja en su negocio en el mercado La Palmita, zona 5 de la capital. (Foto Prensa Libre: Juan Carlos Rivera).

Testigo de muchos cambios

Enelda Rosal de Carballo,  76, atiende una venta de abarrotes en el mercado La Palmita, zona 5 de la capital, y recuerda que lleva 68 en ese puesto.

“Ser negociante ha sido buena experiencia para mi vida. Cuando mi madre murió quedé al frente del negocio”, relata.

“Al principio todo cuesta, pero con trabajo uno escala en la vida. El mercado ha sido mi lugar de trabajo y he aprendido a llevar la vida con honradez para servir a mis clientes”, asegura.

Recuerda que hace 68 años el mercado era de lámina y las calles empedradas. “Ahora tenemos demasiada competencia y debemos cuidar el mercado”, afirma.

“Mi madre me enseñó a ser honrada. De la venta de aquí también saqué adelante a mis hijos”, señala la comerciante, quien en su trayectoria ha vendido variedad de productos.

Todos los días, Rosal se levanta a las 3.40 horas para servir a sus clientes. “Tengan confianza en el vendedor que está en el mercado, porque somos gente trabajadora y honesta”, expresa.

Mauricio Vásquez y su esposa Zoila Esperanza Menchú ofrecen variedad de productos en el mercado Colón, en la capital. (Foto Prensa Libre: Juan Carlos Rivera).

El tipo de cliente cambia

Mauricio Vásquez, de 63 años, y su esposa, Zoila Esperanza Menchú, más que una vida en pareja han dedicado muchos años a atender a su clientela en el mercado Colón, zona 1 de la capital.

Vásquez tiene 40 años de trabajar en ese lugar y afirma que ha sido gratificante, ya que creció y formó un hogar. Añade que la clientela los busca por la atención que le brindan.

Actualmente atienden una miscelánea, en la que ofrecen diferentes artículos de tela y regalos para toda ocasión.
 
Vásquez recuerda que hace 40 años algunos de sus productos valían entre 10 y 25 centavos.

Mientras ordena la mercadería, Menchú refiere que lleva 56 años de vender en el lugar. Señala que han salido adelante gracias a su negocio y que lo de comerciante lo heredó de su madre.

“Mi vida en el mercado ha sido buena. Tenemos buenos recuerdos, aunque el comercio ha cambiado. Toda mujer puede sobresalir”, asegura.

Cinco décadas

Cuando tenía 10 años, Andrés Velásquez Salvador comenzó a vender en el mercado La Palmita, zona 5 de la capital, y actualmente tiene 60.

Dice que de la venta de verdura ha logrado mantener a su familia y darles estudios a sus cuatro hijos. Originario de Chichicastenango, Quiché, Velásquez refiere que su padre también fue comerciante.

“Vivo más aquí que con mi familia. Le digo a los jóvenes que se encomienden a Dios, ya que el trabajo está escaso y hay que hacer la lucha”, expresa.

Olga Alicia Argueta ha sacado adelante a sus hijos con su negocio en La Terminal. (Foto Prensa Libre: Juan Carlos Rivera).

Experiencia

Hace 45 años, Olga Alicia Argueta comenzó a vender vísceras de res en el mercado La Terminal, zona 4 capitalina, y recuerda que viajó desde Sacapulas, Quiché, en busca de un futuro mejor, pero afrontó varias adversidades.

En ese entonces, el paquete de menudos, que incluía hígado, panza, cabeza, patas y riñones costaba Q7. “Hace 45 años costaba 25 centavos la libra de hígado”, dice.

Explica que actualmente el paquete variado vale hasta Q750 y ahora la libra de hígado cuesta Q18; la panza, Q23; y las patas hasta Q50. Resalta que ser comerciante le ha dado satisfacciones en su vida, a pesar de que, como todo negocio, hay ganancias y fracasos.

“Uno debe seguir adelante ante los tropiezos que trae la vida. Hay que tener fe y confianza en las personas que nos ayudan a seguir luchando”, manifestó.

ESCRITO POR:

Óscar García

Periodista de Prensa Libre especializado en periodismo comunitario e historias humanas con 12 años de experiencia.

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