En su primer combate, el hombre de baja estatura y cuerpo regordete logra acertar varios golpes en el rostro de su oponente y sale victorioso pero es derribado por un segundo rival.
“Nos gusta la tradición y ya llevo 16 años (consecutivos) de boxear aquí”, dice Sontay a la AFP mientras limpia la sangre de su nariz con una camiseta y asegura que esperará a otro oponente.
A los costados del ring, de unos 10 metros por lado y construido de madera cubierto por una alfombra roja, aguardan los otros combatientes. Deben cumplir algunas exigencias, entre ellas ser mayores de 18 años y no estar en estado de ebriedad, aunque a algunos contrincantes se les percibe el aliento a licor.
Las peleas duran unas tres horas y algunos combatientes salen tambaleantes y otros caen casi inconscientes siendo asistidos por los bomberos. Un ciudadano estadounidense también se anima a pelear.
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Ayudar a Jesús
Los pobladores aseguran que la tradición, considerada por ellos como “única en el mundo”, surgió por sus ancestros hace más de un siglo aunque no precisan una fecha exacta del origen.
“Las peleas son como una penitencia y sacrificio para ayudar a Jesús por los golpes que recibió” antes de ser crucificado, menciona César Hernández, de 68 años, alcalde comunitario del lugar.
Anteriormente las peleas se realizaban en tres sitios diferentes de la aldea pero desde hace cinco años se organizan en el cuadrilátero.
“Vine porque me gusta el boxeo y por la Semana Santa”, señala por su lado Ismael Casillas, de 18 años, otro de los contendientes originario de la aldea vecina de Chicorral.
Este año, según estimaciones de la policía, unos 4.000 espectadores se reunieron para presenciar los combates que empezaron con actos protocolarios de los principales indígenas, incluyendo la entonación del himno nacional.
Antes del arranque oficial de las peleas, un par de jóvenes borrachos se subieron al cuadrilátero intercambiando duros golpes que los dejaron con los rostros ensangrentados.
Las peleas de Chivarreto atraen a turistas nacionales y extranjeros y estas también son transmitidas en vivo por canales de televisión por cable y a través de la red social Facebook para que puedan ser vistas por emigrantes radicados principalmente en Estados Unidos.
“Está muy alegre y muy ordenado”, señala Delfina Castillo, una abogada de 63 años que llegó desde Ciudad de Guatemala y pagó unos 50 centavos de dólar para presenciar las peleas desde la azotea de una vivienda.
Un grupo de jóvenes vende camisetas alusivas a los combates por unos seis dólares, mientras que los partidos políticos aprovechan el evento masivo para promocionar a sus candidatos de cara a las elecciones generales del próximo 16 de junio.
El Pequeño Hollywood
“Yo siempre he entrenado (boxeo amateur) y vengo a demostrar como soy yo”, indica visiblemente agitado tras su pelea Alexander González, de 23 años, quien participa por primera vez del evento.
La aldea, sede de las peculiares luchas, está rodeada por cerros y en una de las pequeñas montañas sobresale un letrero gigante con el nombre de Chivarreto, instalado en 1992 con financiamiento de los migrantes en Estados Unidos.
“Este es el Pequeño Hollywood de Guatemala”, dice uno de los narradores de los combates en alusión al cartel que imita al letrero en la ciudad californiana de Los Ángeles.
Según el alcalde comunitario, Chivarreto cuenta con unos 20.000 habitantes y hace algunos años dejó de ser una comunidad dependiente de la agricultura y ahora la mayoría de pobladores se dedica a la confección de textiles en pequeñas empresas que abastecen poblados colindantes.
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