María Ixcoy, vecina de El Asintal, Retalhuleu, relató que la insistencia de un hombre de sacar del nicho los restos de su madre para devolverla a la vida mantienen a la población sorprendida, pues casos como ese no son comunes.
“No hay seguridad en ningún cementerio, y cualquiera hace de las suyas, pues no respetan a los muertos. Esperamos que las autoridades hagan algo para evitar este problema”, expresó Ixcoy.
A los habitantes de ese municipio les preocupa la profanación de tumbas, ya que en el 2011 se registraron cuatro casos, y uno en lo que va de este año.
“Para que no me asalten, me acompaña un familiar, porque el año pasado me pusieron un cuchillo en el cuello y me robaron todo lo que traía, hasta una lápida, que era para mi padre”, refirió Julia Canales, residente de la cabecera de Retalhuleu.
Robos y asaltos
En Chimaltenango, Lilian Álvarez denunció que delincuentes sustrajeron de una capilla la campana y ofrendas que las personas depositaban, y el 11 de enero último, por la noche, rompieron los candados de la urna del Cristo Negro. “Creemos que la intención era llevarse la imagen, ya que está tallada en mármol, y afortunadamente no lo lograron”, comentóÁlvarez.
Pobladores de distintas regiones aseguran que en forma constante se reporta la pérdida de objetos valiosos, sin que las autoridades resuelvan la situación.
En cementerios de Jalapa, los adornos y los panteones corren la misma suerte, ya que no cuentan con vigilancia durante la noche, debido a que el horario de los empleados municipales designados a cuidar termina a las 17 horas.
El robo de objetos de metal es constante en los camposantos, como ocurre en el Cementerio General de Quetzaltenango, donde también sustraen plaquetas, de acuerdo con José Chávez, administrador de ese lugar.
“Falta un proyecto de circulación del cementerio, pues es allí donde ingresan las personas para hacer daño”, explicó Chávez, quien comentó que los mausoleos de estilo neoclásico tienen más ornamentos de bronce, por lo que son los preferidos por los delincuentes.
Casos como los descritos se repiten en San Benito, Petén, y Escuintla, donde los maleantes operan con toda tranquilidad y venden los objetos robados en herrerías o chatarreras.