En ella aprendieron a pujar por la excelencia de la mano de su padre y su destreza las llevó a formar parte del equipo nacional juvenil de natación de su nativa Siria.
BBC NEWS MUNDO
“Las nadadoras”, las hermanas que se hicieron conocidas por su épica huida de Siria (y cómo una triunfó en las Olimpíadas y la otra arriesga 20 años de cárcel)
Es el agua lo que ha marcado la vida de las hermanas Yusra y Sara Mardini.
En ella sintieron el terror de la guerra cuando una bomba cayó en la piscina en la que entrenaban, y las impulsó a dejar el país.
En ella conocieron la angustia cuando, cruzando el mar Egeo, el bote proveído por los traficantes de personas empezó a naufragar, poniendo en peligro sus vidas y las de otras 16 personas.
En ella Yusra triunfó en las Olimpiadas de Río de Janeiro y se convirtió en voz de los refugiados, y junto a ella Sara socorrió a otros migrantes, por lo que ahora enfrenta la justicia griega y hasta 20 años de cárcel.
Su historia inspiró el film de Netflix “Las nadadoras”, dirigido por la egipcia Sally El Hosaini, en el que las hermanas libanesas Nathalie y Manal Issa recrean las experiencias de las hermanas sirias.
Explosiva realidad
Fue en 2015 que un proyectil remeció sus vidas.
“Habíamos estado practicando por la mañana y cuando terminamos, estábamos afuera, esperando a mamá y ¡boom!“, le contó Sara a la periodista Magdalena Sodomkova, quien las conoció meses después e hizo un documental para la BBC.
“Una bomba explotó adentro, había vidrios por todas partes.
“Estábamos aterrorizadas. Perdimos varios amigos e incluso un entrenador de natación murió”.
La Primavera Árabe, una serie de protestas, levantamientos y rebeliones armadas antigubernamentales que se extendieron por gran parte del mundo árabe a principios de la década de 2010, había llegado a Siria unos años antes.
El hermoso nombre de la insurrección se traducía en violentos enfrentamientos que tornaron el trayecto hasta la piscina en la que nadaban en un viaje peligroso.
La mitad de la población de Siria huyó.
Yusra y Sarah querían hacer lo mismo, pero sus padres se negaban siquiera discutir la posibilidad.
Hasta ese día.
Cuando las chicas se enteraron de que una amiga de 15 años había llegado a salvo a Europa, hicieron las maletas.
Multitudes
El sueño de Yusra y Sara, en ese entonces de 17 y 20 años respectivamente, era llegar a Alemania.
Pero estaban lejos de ser las únicas.
La afluencia de refugiados y migrantes a Europa alcanzó niveles tan asombrosos ese año que se le calificó como crisis y provocó tormentosos debates políticos.
Para dar una idea de la escala, a principios de diciembre de 2015 más de 911.000 refugiados y migrantes habían llegado a las costas europeas, más del 75% de ellos huyendo del conflicto y la persecución en Afganistán, Irak o, como las hermanas Mardini, de Siria.
Entre esas cifras, la más dolorosa: al menos 3.550 vidas se perdieron durante el viaje, según ACNUR, la agencia de Naciones Unidas que lidia con la migración y los refugiados.
La ruta principal había pasado de ser el peligroso cruce del Mediterráneo de Libia a Italia, a lo que resultaría ser un cruce aún más letal de Turquía a islas griegas como Lesbos.
Y esa última fue la que tomaron Yusra y Sara.
Muchos en poco
Su primer intento de cruzar el mar Egeo desde la ciudad turca de Esmirna para llegar a Grecia fue frustrado por la policía, que las sacó del agua.
Escondidas en el bosque con otros refugiados, esperaron otros cuatro días a que volvieran quienes tenían sus destinos en las manos.
“Los traficantes son como reyes. Aparecen y dicen: ‘Llegó la hora'”, explicó Yusra.
El cruce no parecía tan difícil: con la embarcación indicada, sólo había que navegar una hora y media sin ser detectados.
Pero los traficantes llegaron ladrando órdenes, metieron a 17 hombres, 3 mujeres y un niño en un bote inflable apto para 7 personas con un motor dudoso, y, sordos a razones, los lanzaron al agua.
“15 minutos después, el motor se detuvo”, contó Yusra. Y, encima, la embarcación se empezó a inundar.
“Un amigo de mi papá, mientras trataba de sacar el agua del bote, nos decía que fuéramos fuertes, que nos apoyáramos mutuamente, que no dejáramos que cundiera el pánico.
“Todos empezaron a rezar, temiendo por sus vidas: muchos no sabían nadar”.
Angustiados, botaron todas las pertenencias que pudieron por la borda.
Pero el bote seguía hundiéndose.
Alguien se tendría que lanzar al mar.
De repente, “mi hermana saltó”.
Yusra estaba aterrada, y Sara también, “pero traté de empujar el bote”, dijo.
A pesar de que su hermana mayor se lo prohibió, Yusra también se lanzó al agua.
“Sara estaba al otro lado de la embarcación, gritándome que me volviera a subir, pero le dije que no. ‘Quiero quedarme aquí. Quiero ayudar'”.
“Morir lentamente”
La situación en el Mar Egeo era desesperada.
“Dos horas después seguíamos en la misma posición, con los cuerpos y mentes destrozados“, relató Yusra.
El barco se seguía llenando de agua.
El motor ocasionalmente comenzaba a funcionar pero se detenía nuevamente, sacudiendo abruptamente a las chicas; sus brazos están cubiertos de moretones.
“Todos pensábamos: ‘¿por qué hice este viaje, por qué dejé mi país, mis padres, toda mi familia? ¿Realmente vale la pena?”.
Varios hombres también se tiraron al agua, incluso uno que “ni siquiera sabía nadar. Estaba agarrando la cuerda”.
El Sol se estaba poniendo y hacía frío.
En el horizonte, Yusra podía ver la isla de Lesbos, pero le parecía inalcanzable.
“Nos estábamos moviendo, pero no llegábamos. Era realmente como morir lentamente”.
“Un amigo nuestro llamó a la policía griega y turca para pedirles auxilio; les dijo que nos estábamos ahogando, y la griega sólo respondió diciendo ‘¡Devuélvanse!’ en árabe“.
Les tomó otras cuatro horas llegar finalmente a la costa griega.
“Me sentí dueña del mundo entero. Lloré, agradeciendo que mi alma todavía estuviera en mi cuerpo”, recordó Yusra.
Milagrosamente estaban a salvo, pero les faltaba recorrer un largo camino y sortear varios obstáculos.
La crisis
De Lesbos, las chicas tomaron un ferry a Atenas, luego un autobús a Macedonia y un tren a través de Serbia, y finalmente caminaron hasta la frontera con Hungría.
Un alambre de púas las separaba de la Unión Europea: si lo cruzaban y la policía las atrapaba, podrían solicitar asilo.
Pero querían pedirlo en Alemania, así que necesitaban pasar sin ser vistas por las autoridades.
Se internaron en un campo de maíz pues les dijeron que ahí estaban los traficantes de personas. Y esperaron, hasta altas horas de la noche, escondidas y heladas, hasta que uno llegó ofreciendo transporte a Budapest a cambio de varios cientos de euros.
Al llegar, tuvieron que escaparse del lugar donde las llevaron pues se enteraron de que “vendían órganos de los refugiados o que, si eran atractivos, los obligaban a prostituirse”.
Como tantos otros, fueron a la estación internacional de trenes, que en ese momento era un escenario dantesco: unos 5.000 refugiados pasaban ahí los días y las noches, esperando poder abordar algún tren.
La policía trataba de impedirlo y había disturbios.
En medio de la confusión, Sara y Yusra lograron entrar a un vagón pero una señora las denunció.
Las habían atrapado.
Las confinaron en un campamento de refugiados, que “era horrible”… todo parecía perdido.
Pero, una vez más, lograron huir y, de repente, la fortuna les sonrió: la canciller alemana Angela Merkel decidió acoger refugiados sirios, y envió buses especiales a Budapest para llevarlos a Austria y luego a Alemania.
Seres humanos
“Cuando llegamos a Viena, estaba lloviendo y a través de la ventana vimos a la gente local dando té y café caliente a los refugiados”, recordó Yusra en el documental de la BBC.
“Nos estaban esperando. ¡Y nos estaban dando la bienvenida! Nos dieron flores, ositos de peluche, champú… todo lo que puedas imaginar.
“Una mujer llamada Ann amablemente nos dejó entrar en su apartamento para tomar una ducha. Y me lavé y me lavé y me lavé y vi el agua saliendo negra.
“Todos nos bañamos, compramos ropa y nos sentimos como personas nuevas.
“Ann nos preparó una comida caliente y después de todo este tiempo horrible fue increíble volver a sentirnos como seres humanos, con alguien diciéndote: ‘eres bienvenido, sentimos tu guerra o sentimos lo que te está pasando'”.
Un sueño más
A pesar de las enormes dificultades de la travesía, Yusra no perdió su ilusión: quería seguir siendo una nadadora competitiva.
A través de un intérprete en el campo de refugiados, las hermanas conocieron al entrenador Sven Spannekrebs quien, tras verlas nadar, las contrató y agilizó los trámites para ayudarlas a acceder al alojamiento y las instalaciones de un club de natación local.
No sólo eso.
También le ayudó a Yusra a realizar su sueño más preciado: nadar en los Juegos Olímpicos.
En 2016 compitió en Río de Janeiro, como parte del primer Equipo Olímpico de Refugiados de los Juegos, ganando una de sus eliminatorias en mariposa.
En 2017, fue nombrada la Embajadora de Buena Voluntad de ACNUR más joven de la historia, con 19 años.
Sara, por su parte, obtuvo una beca para estudiar en Bard College en Berlín y comenzó a trabajar como voluntaria en Emergency Response Center International, una ONG con sede en Lesbos, para ayudar a otros refugiados que se arriesgaban a hacer el mismo peligroso cruce que ella hizo con su hermana.
En 2018, fue arrestada por las autoridades griegas que la acusaron a ella y a otros dos miembros del grupo de cometer varios delitos, incluidos tráfico, espionaje y fraude.
Estuvo bajo custodia durante más de 100 días antes de ser liberada bajo fianza y regresar a Berlín, donde ahora vive el resto de su familia.
Cuando el juicio en su contra comenzó, no se le permitió ir a Grecia para defenderse.
Human Rights Watch considera la acusación “absurda” y posiblemente “motivada políticamente”; Amnistía Internacional la describió como “injusta” y “sin mérito”; un estudio del Parlamento Europeo calificó el juicio de Lesbos como “el mayor caso de criminalización de la solidaridad en Europa”.
Entretanto, las hermanas Mardini han seguido siendo rostros reconocibles de los 5,7 millones de sirios que se han convertido en refugiados desde 2011, una fracción de la cifra alcanzada a mediados de 2022 de desplazamiento forzado global según ACNUR: 103 millones de personas.
Muchas de ellas son, como lo era Yusra cuando lo hizo, menores de 18 años.
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