Pero el juego no será recordado por el resultado, sino por los dos mandatarios sentados en la primera fila del Estadio Latinoamericano.
La concurrencia rugió cuando Obama y Castro ingresaron al estadio para luego dirigirse a sus asientos detrás del plato. “íRaul! íRaúl!”, coreó la gente.
Mientras los dos países tratan de atenuar más de 50 años de enemistad por la Guerra Fría, la imagen de Obama y Castro sentados juntos fue notable. Obama lució una camisa blanca con lentes de sol. Castro fue más formal, vestido con un blazer.
Los gobernantes tomaron parte cuando los espectadores hicieron “la ola” al inicio.
Obama hizo la señal de quieto cuando Kevin Kiermaier se deslizó en el plato para anotar la primera carrera, y luego le estrechó la mano a Castro.
Un club de las Grandes Ligas no disputaba un partido de Cuba desde la visita de los Orioles de Baltimore, hace 17 años.
Rara vez tanta pompa y circunstancia rodeó un mero partido de exhibición. Derek Jeter y Dave Winfield, dos jugadores con placas en el Salón de la Fama del deporte, y el comisionado de las Grandes Ligas, Rob Manfred, se encontraban entre los presentes. El secretario de Estado norteamericano John Kerry también estaba en la tribuna de invitado especiales, al igual que varios de los principales dignatarios del gobierno cubano.
Antes del primer lanzamiento, los jugadores de los Rays caminaron desde su caseta para saludar a la primera dama Michelle Obama y a su hija Sasha. Le entregaron flores y banderitas cubanas, que colaron a través de la malla protectora. “Gracias a ustedes”, dijo el presidente.
Tanto Obama como Castro se retiraron tras el tercer inning, con Obama rumbo al aeropuerto para dirigirse a una visita de estado en Argentina. Pero las tribunas se mantuvieron colmadas hasta el último out.
Aunque el equipo local se quedó debiendo a la hora de anotar carreras, el colorido en el estadio fue sobresaliente. Un grupo de niños con uniformes de beisbolistas escoltaron a los jugadores para las presentaciones.
El ambiente en las tribunas fue más apacible de lo que es costumbre en los juegos de la liga cubana, donde imperan la música, el baile y el ruido. La entrada fue gratis, con los boletos repartidos a cubanos por medio de organizaciones, como grupos estudiantiles y oficinas. Eso esencialmente garantizó una concurrencia bien portada, sin opositores al gobierno que protestaran.
Los jugadores de Tampa Bay lanzaron pelotas a los fanáticos durante los estiramientos. Para el jardinero de los Rays Dayron Varona, el juego representó regresar a casa. Varona nació en La Habana y pasó siete años en la liga nacional antes de escapar de la isla en bote, rumbo a Haití en 2013. Pudo ver a varios familiares por primera vez desde entonces. Varona fue el primer bateador el martes. Elevó a primera base y recibió un aplauso cortés.