“Sin Froome, los otros ciclistas han visto una puerta abierta ¿van a intentar franquearla?”, se pregunta el director de la prueba, Christian Prudhomme, que lleva años tratando de diseñar un recorrido que dificulte el control de la carrera por parte del actual Ineos.
El patrón de la carrera también reconoce que Froome ha alimentado otro tipo de debates, ha despertado la cólera del público y generado tantas pasiones como controversias.
El británico ha sido el personaje central de la carrera desde su primera participación en 2012. Ese primer año, tuvo que sacrificarse por su compañero y compatriota Bradley Wiggins, pese a que numerosos observadores le veían más fuerte sobre la carretera.
Pero desde entonces, su figura corva y algo desaliñada sobre la bicicleta no ha dejado de marcar el Tour. En 2013 lo sobrevoló con autoridad y, al año siguiente, una sucesión de caídas le hicieron abandonar en la primera semana.
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Las dos siguientes ediciones todo el Tour se debatía sobre la forma en la que ganaría y él y su equipo, conscientes de su superioridad, se obstinaron, casi siempre sin éxito, en dar emoción a sus participaciones.
El año pasado, cuando se disponía a entrar en la leyenda con un quinto triunfo final, el británico chocó contra la piedra más inesperada, su propio compañero y compatriota Geraint Thomas.
La edición de 2019 estaba dispuesta para que Froome volviera a colocarse en el centro de los debates. Por ser el gran favorito, el que mejor equilibrio luce entre la poca contrarreloj de la edición y la mucha montaña; por tener que convivir con Thomas, defensor del título y compañero de equipo; y por llamar a la puerta de una leyenda donde le esperan los cuatro pentacampeones: Jacques Anquetil, Eddy Merckx, Bernard Hinault y Miguel Indurian.
El paso al Olimpo deberá esperar, mientras el Tour prosigue su leyenda sin el británico. Aunque su ausencia se hace notar.
“Al faltar el pastor del rebaño, el abanico de posibilidades aumenta para más corredores”, apostilla el director del Movistar, Eusebio Unzue.
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Todos apuntan a que, pese a no tener a Froome, el Ineos sigue siendo el favorito. La formación británica corre con ese plan también, según confiesa a Efe su responsable deportivo, Nicolas Portal.
“Es nuestra forma de correr, controlando la carrera. Poco importa que tengamos o no el maillot amarillo. Nuestro objetivo es ganar en París. Este año lo tenemos que hacer sin Chris, pero eso no nos ha cambiado los planes”, afirma el exciclista francés.
Las otras formaciones también señalan al Ineos como “el equipo a batir”. Pero reconocen que sin la figura de Froome, su hegemonía parece menos sólida.
“Es como si la fortaleza apareciera algo menos inexpugnable”, resume Jean-François Bernard.
Otras estrellas
El equipo ha perdido al ciclista con mejor palmarés del pelotón, pero ha ganado en cohesión. El puesto de Froome ha sido ocupado por el holandés Dylan van Baarle y el resto de los componentes son los mismos que la pasada edición.
“Tienen una estrella menos y un hombre más para trabajar”, asegura Prudhomme. Entretanto, el colombiano Egan Bernal, que el año pasado acudía como gregario para la montaña, ha ganado galones y aparece como colíder junto a Thomas.
Sus victorias en la París-Niza y en la reciente Vuelta a Suiza y el recorrido de la edición, eminentemente montañoso, justifican sus ambiciones, moderadas por su juventud, 22 años, una edad a la que solo dos ciclistas han ganado el Tour desde el final de la Segunda Guerra Mundial: el italiano Felice Gimondi en 1965 y el francés Laurent Fignon en 1983.
La caravana ha notado ya la baja del británico, poco apreciado en las carreteras francesas. En los dos primeros días en Bélgica y en los dos siguientes en Francia, no ha habido rastro de los abucheos y amenazas que caracterizaron el paso de Froome por el Tour del año pasado.
Su falta de carisma y las sospechas de dopaje, tras el control anormal en la Vuelta a España, le convirtieron en un apestado para los aficionados. Sin él, el Tour ha recobrado el fervor popular, que en Bélgica ha alcanzado cotas muy elevadas.
Para Prudhomme se trata, en buena medida, del “efecto Merckx”, que el director de la carrera espera que contagie también a los pretendientes a la victoria final y la edición de 2019 sea un festival ofensivo.
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