“Antes que deportista, soy una mujer negra. Y como mujer negra siento que hay asuntos mucho más importantes que necesitan inmediata atención, antes que verme a mí jugar tenis”, dijo Osaka en agosto cuando se negó a jugar su semifinal del torneo Premier de Cincinnati.
Osaka se unía así al boicot de los jugadores de la NBA en protesta por el ataque policial contra el afroestadounidense Jacob Blake, con el objetivo de detonar “una conversación en un deporte mayoritariamente blanco”.
Su negativa a jugar consiguió que el torneo de Cincinnati, que este año se disputó en Nueva York como antesala del Abierto, detuviera sus actividades durante una jornada para unirse a las reivindicaciones.
Concentrada en la “burbuja” del US Open, Osaka siguió dando la batalla a través de las redes sociales pero también sobre la pista de tenis, donde en cada uno de sus partidos ha portado una mascarilla con el nombre de una víctima emblemática de la violencia racial.
La jugadora, de padre haitiano, madre japonesa y criada en Estados Unidos, explicó el sábado que su conciencia política despertó durante los meses de parón del tenis por la pandemia de coronavirus, cuando multitudes en Estados Unidos y otros países salieron a la calle a protestar contra el crimen de George Floyd a manos de un policía blanco en mayo en Minneapolis.
“Diría que definitivamente han sido unos meses importantes”, dijo Osaka tras derrotar en la final del Abierto a Victoria Azarenka por 1-6, 6-3, 6-3.
“Para mí, mi vida siempre giraba alrededor del tenis, especialmente después del anterior US Open que gané. Aquello definitivamente aceleró cosas, y nunca había tenido la oportunidad de frenar un poco”, explicó.
“La cuarentena definitivamente me dio la oportunidad de pensar mucho sobre las cosas… lo que quiero lograr, por qué quiero que la gente me recuerde. Vine a este torneo, o a estos dos torneos (Cincinnati), con esa mentalidad”, señaló.