Deporte Nacional

La vida renovada del marchista Jaime Daniel Quiyuch

El marchista guatemalteco Jaime Daniel Quiyuch es un luchador de la vida y deporte. Nada ha sido fácil para el atleta, que ha visto cómo los sueños se han hecho realidad con su segunda participación olímpica.

Daniel Quiyuch comparte en las afueras de su residencia con sus familiares. (Foto Prensa Libre: Jeniffer Gómez).

Daniel Quiyuch comparte en las afueras de su residencia con sus familiares. (Foto Prensa Libre: Jeniffer Gómez).

Sin rumbo y con la mirada perdida, caminaba por las calles de la ciudad. Así transcurrían sus días. Su hogar se reducía en una banqueta, pandillas y drogas. Hoy, el mayor de nueve hermanos, renovado y más optimista que nunca, está sediento por asistir a los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, después de un trayecto de vida que le ha dejado heridas, pero sobre todo un vasto aprendizaje.

“Desgraciadamente la vida no fue tan color de rosa como yo hubiera querido; pero la separación de mis papás, cuando tenía 7 años, fue una de las cosas que me formó para poder llegar a donde estoy”, confiesa Jaime Daniel Quiyuch.

Tenía   14 años, en plena adolescencia, cuando decidió ir a vivir a la calle. “Me tocó vivir en banquetas, en gasolineras, en mercados, en carros viejos, o donde me agarrara la noche…”, recuerda Quiyuch; pero reacciona con satisfacción al transportarse al presente y ver   quién es ahora.

Daniel Quiyuch

A pesar del tiempo que ha pasado y las enseñanzas que le ha dejado al atleta nacional, los recuerdos son dolorosos, pero  después de vivir por cinco años a la merced de lo que la vida le presentaba, lejos de sus seres queridos, Quiyuch tocó fondo y se propuso tener un cambio rotundo en su vida.

“Estuve metido en infinidad de cosas y no me avergüenza decirlo, pero gracias a Dios pude salir de eso. Incluso ahora mucha gente cree que yo soy un marero, aunque esté metido en el deporte. Ya esos malos caminos los dejé. Me hundí mucho en las drogas, pero un día tomé la decisión de que ya no”, asevera el marchista.

“Mi ilusión más grande siempre fue tener un hijo y me junté con una muchacha, que yo no sabía que era menor de edad. Ella resultó embarazada y resultó un gran problema. Si no estoy mal ella abortó y yo entré en una gran depresión. Yo ya no quería saber nada de la vida”, reconoce Jaime Daniel.

Cuando tenía 19 años, Jaime Daniel se reencontró con su madre y su esposo, quienes le brindaron apoyo y   lo ayudaron a cambiar su estilo de vida para buscar un mejor futuro en lo que se propusiera, lo cual no tardaría en suceder. Además, el deportista atribuye que sacó fuerzas de su fe en Dios para poder sobrellevar todo lo que ya había sufrido y transformarlo en anécdotas que lo ayudaron a madurar.

Incursión en el deporte

El 6 de junio del 2010 es una fecha que Quiyuch tiene guardada en su mente y corazón, pues fue el día en el que empezó a practicar la marcha atlética, a pesar de no tener el total conocimiento de lo que trataba esta disciplina del atletismo.

“No sabía qué era la marcha exactamente. Yo empecé corriendo maratón. El esposo de mi mamá me sacaba de madrugada para ir a correr. En el 2009 conocí a Luis García Bechini y no sé por qué me dijo que  probara  con la caminata”, recuerda.

A pesar de la sugerencia, Quiyuch no se entusiasmó. “Creo que es un deporte difícil en todo el sentido de la palabra. La gente se burla de uno, porque cree que uno es de otro sentir en el área sexual, por el movimiento que tendemos a hacer.

No me gustó, pero el año siguiente hubo un campeonato nacional, en el que entrené 15 días previos, competí y pensé que no era para mí. Después, fuimos a una carrera y le gané a Amado García, aunque él dice que no se recuerda —sonríe—”, cuenta Quiyuch.

Daniel Quiyuch

Mientras se dedicaba a correr, el atleta ya olímpico en los Juegos de Londres 2012, trabajaba en maquilas para contribuir con el apoyo en su casa. “El dueño de la maquila me dijo que iba a ir a la carrera de Cobán y que lo acompañara, aunque después él ya no fue. Después un día, de la nada yo llegué al Mateo Flores y le dije a Rigoberto Medina —entrenador en ese entonces de la Selección— que quería practicar la  marcha”.

En ese momento el entrenador cubano le hizo una prueba y le vio cualidades técnicas y se quedó en el deporte. Desde entonces Quiyuch se integró y practicó a doble turno.

“Al siguiente día me despidieron en mi trabajo. Fue un golpe duro, pero mi mamá me dijo que me iba a apoyar por un año y que tenía que conseguir resultados.  Me preparaba mi pichel de atol para llevar antes de irme a entrenar y mis panes.

Eso me motivó a no querer ser un guatemalteco más. Fue un año bastante difícil porque a veces no había dinero para comer ni para mi pasaje”, relata Quiyuch, quien además cuenta que en muchas ocasiones caminó del estadio Mateo Flores —zona 5— hacia su casa —Mixco—, después de entrenar.

“A veces solo me subía a los buses y los pilotos ya me conocían y me daban jalón. Sabían que iba a entrenar y me dejaban ir así, sin que pagara. Yo me venía caminando del estadio a mi casa y me hacía casi dos horas; eso me formó para poder llegar a donde estoy en estos momentos”, dice el medallista de bronce en Guadalajara 2011.

Los buenos resultados no tardaron en llegar para Jaime Daniel Quiyuch, quien al siguiente año de estar entrenando marcha representó a Guatemala en los Juegos Panamericanos, con Rigoberto Medina como técnico.

Después de cuatro meses y medio fue a una Copa Centroamericana y terminó en el  segundo lugar. Se veía la evolución y en marzo de ese año, en Eslovaquia, hizo 50 kilómetros por primera vez, y logró  marca para los Juegos Olímpicos —Londres 2012— y para Guadalajara 2011.

Ya en su primera aventura olímpica, en Londres, Quiyuch no logró culminar la prueba, pues fue descalificado después de dos horas y ahora, con Río a la vuelta de la esquina, espera tomar revancha.

“Yo me quedé con una espina. Lloré por frustración en Londres. Yo soy poco para prometer y en esa ocasión le había prometido a mi mamá traer una medalla. Eso me lastimó mucho, pero ahora voy a Río con toda el alma”, asegura.

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