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Boca, River, la Libertadores y el Bernabéu: cómo se pasó del clímax futbolístico al más absurdo desenlace en Argentina y Sudamérica

Lo que queda es una agobiante sensación de humillación, vergüenza y desconsuelo.

Lo que más indigna a los aficionados no solo fue que no se pudiera organizar un partido en Argentina, sino que le que quitaron la mayor fiesta de su fútbol. (Foto Prensa Libre: BBC News Mundo)

Lo que más indigna a los aficionados no solo fue que no se pudiera organizar un partido en Argentina, sino que le que quitaron la mayor fiesta de su fútbol. (Foto Prensa Libre: BBC News Mundo)

También de rabia y de dolor al ver cómo desapareció ante nuestros ojos la posibilidad de ver una de las mayores fiestas que cualquier aficionado al fútbol podía esperar.

No pudo ser.

Hasta el sublime espectáculo que se vivió en el estadio La Bombonera en el partido de ida de la final de la Copa
Libertadores entre Boca Juniors y River Plate, que terminó en empate a dos goles, parece ahora un recuerdo borroso.

Ese fue el clímax de una novela que desembocó en una continuidad absurda y que todavía está a la espera de su desenlace final.

La insólita decisión de la Confederación Sudamericana de Fútbol (CONMEBOL) de trasladar el partido decisivo de la final de su torneo de clubes más importante al estadio Santiago Bernabéu, en España, ha sido el último giro de una de las más decepcionantes y escandalosas historias del fútbol en Argentina y Sudamérica.

No solo por los hechos violentos que obligaron a la suspensión del encuentro programado en el estadio Monumental el pasado sábado 24 de noviembre, sino también por lo que ocurrió antes y después del partido que nunca se jugó.

La expectativa

La posibilidad de que se diera una final entre los dos gigantes del fútbol argentino generó este año una atención inusual hacia la Copa Libertadores como nunca había ocurrido en su historia.

La expectativa fue aumentando a medida que superaban fases hasta plantarse en semifinales donde, para mayor morbo dada la rivalidad con Brasil, tuvieron que enfrentar a Gremio, el equipo millonario, y Palmeiras, el Xeneize.


Eso hizo que en Europa dejarán de lado por un momento la Champions League y se centraran en lo que estaba ocurriendo al otro lado del Atlántico.

Boca encarriló su clasificación desde el partido de ida, pero River necesitó de una dramática remontada en Porto Alegre, con ayuda del VAR (videoarbitraje), para llegar a la final.

Una de las imágenes de ese partido fue la salida al campo de la policía antidisturbios para proteger al árbitro, el uruguayo Andrés Cunha, quien señaló un penalti decisivo a favor de River a cuatro minutos del final del partido.

Al día siguiente, Boca confirmó la disputa del superclásico en la final, pero ese fue solo el prólogo de lo que sucedería después.

Baile de fechas

Los juegos de la última final del torneo con partido de ida y vuelta estaban programados en un principio para el 7 y el 28 de noviembre. Pero, debido a que el segundo de ellos iba a coincidir con la cumbre del G20 en Buenos Aires, se decidió cambiar las fechas de ambos encuentros.

Fue entonces que comenzó un baile de posibilidades que terminó con la opción definitiva de la Conmebol de mover ambos partidos para disputarse en sábado: el 10 y el 24 de noviembre.

La tensión fue aumentando a medida que se acercó el primer partido dados los antecedentes de violencia entre ambos rivales y el fútbol argentino, y a raíz de los informes sobre el clima que aseguraba un torrencial aguacero para el día del encuentro.

Fue inevitable que con la fuerte lluvia el campo se anegara y se tuviera que posponer el encuentro hasta el día siguiente.

Lo que se vivió en la Bombonera, sin incidentes y mucho fútbol en el campo, ofreció uno de los mejores espectáculos que se recuerdan del fútbol sudamericano en las últimas décadas.

Con la salvedad, claro, de que en el estadio solo hubo hinchas de Boca por la prohibición en Argentina que pesa sobre las barras visitantes en los estadios.

Vergüenza I

Lo rápido que la fiesta desembocó en un caos horas antes del partido de vuelta en el estadio Monumental, cuando un grupo de personas vestidos con la camiseta de River -me niego a llamarlos aficionados- atacaron el autobús en el que viajaban los jugadores de Boca, mostró el otro lado del balón en el fútbol argentino y sudamericano: el que (lamentablemente) a veces suele ser el más conocido fuera de nuestra región.

La suspensión del encuentro fue inevitable al haber jugadores heridos por las agresiones y la posterior acción policial. Pero las horas de incertidumbre para anunciar esta medida y la decisión de que se jugaría al día siguiente ahondó en la falta de confianza que pesa sobre la dirigencia del fútbol argentino y sudamericano.

Eso, sin mencionar los reclamos y acusaciones que hubo entre ambos bandos para forzar el partido o anular el juego.

Vergüenza II

Después de días de deliberaciones y mucha especulación sobre los escenarios viables que se manejaban, la CONMEBOL volvió a sorprender.

Primero anunció que la final de la Copa Libertadores de América no se iba a disputar en Argentina y ni siquiera en Sudamérica, sino que sería en a 10.000 kilómetros de distancia (en Madrid) cuando todavía no se conocía el fallo sobre la reclamación de Boca para que no se jugara.

Luego confirmó que se desestimaba ese pedido y justificó la decisión de trasladar el partido por estar frente a “un contexto de circunstancias excepcionales”.

Es difícil creer que ningún país de Sudamérica cuente con una sede o un estadio capaz de albergar el partido.

La indignación de aficionados, jugadores y gente del balón es mayúscula, tanto en Argentina como en Sudamérica.

Primero, por no haber sido capaces de organizar un partido. Y segundo, porque les quitaron la que iba a ser su mayor fiesta de su fútbol… a la que ahora ya no están invitados.

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