“A mí me gustaría jugar en el Nacional o en el Chapecoense”, dijo este joven menudo y de pelo rubio, en medio de una cancha de arena y luego de que su cuadro, de la vereda Fátima, enclavada en las verdes montañas del noroeste de Colombia, venciera 2-1 al San José con una asistencia suya.
“Son los dos equipos que llevo en el corazón: Nacional porque siempre me ha gustado de toda la vida y Chapecoense por la satisfacción de que pude colaborar a los sobrevivientes”, afirmó con su voz tímida y tenue, que en el campo se entremezcla con su habilidad como mediocampista.
Cuando juega a la pelota, sus compañeros lo llaman “Chape”, y en la calle, donde con frecuencia lo detienen para pedirle una foto o felicitarlo, es el “Niño Ángel”, como lo apodó la prensa local por socorrer a los jugadores Jakson Follmann y Alan Ruschel y al tripulante boliviano Erwin Turimi.
“Ayudé sin esperar nada”
El gobierno de Brasil lo invitó a los homenajes a las víctimas y recibió del presidente, Michel Temer, la “verdeamarela” con su nombre en la espalda.
Cruzó el Atlántico para conocer las instalaciones del Real Madrid y a su ídolo, el colombiano James Rodríguez, quien le obsequió la camiseta con la que disputó el Mundial de Clubes.
Además, recibió un balón de la Liga de Campeones firmado por los jugadores merengues. Su otro referente, el portero de Atlético Nacional, el argentino Franco Armani, le mandó un buzo, una fundación le regaló una casa a su familia y ha sido condecorado una media docena de veces.
“Las cosas de la vida, porque yo ayudé sin esperar nada a cambio”, explicó.
Johan y su padre, Miguel Ángel Ramírez, recuerdan con exactitud aquella fría noche de noviembre, cuando el siniestro despertó la solidaridad mundial con el humilde cuadro sudamericano, que iba a disputar por primera vez la final de un torneo continental.
Con el escudo del Chape en el corazón y el recuerdo del siniestro aéreo Johan Ramírez,(Col) el "Niño Ángel" sueña con ser futbolista pic.twitter.com/C6j623K4w6
— Julio César Martínez (@jcemperador29) March 15, 2017
Ambos descansaban en su cabaña en las montañas de La Unión, adonde había ido Johan para ayudar a su padre, como habitualmente lo hace, en el trabajo de la tierra. Veían televisión cuando escucharon el ruido de una aeronave que sonaba “muy diferente” a las que habitualmente sobrevuelan la zona antes de aterrizar en el aeropuerto José María Córdova, que sirve a Medellín.
“Eso fue un estruendo muy impresionante, por lo que el rancho de nosotros se sacudió muy duro”, sostuvo Miguel Angel, un típico campesino antioqueño de 46 años.
“Cumplir los sueños”
Padre e hijo se asomaron, pero no notaron nada extraño. Volvieron a su rutina televisiva, interrumpida por un avance noticioso que alertaba de la desaparición del avión.
Bomberos, policías y rescatistas arribaron al lugar. “¡Aquí hay uno!”, “¡Aquí hay otro!”, oían Johan y Miguel Ángel, que en minutos llegaron al sitio.
Su conocimiento de la zona -montañosa y fangosa- fue de utilidad para los socorristas, que preveían cortar árboles para evacuar a los seis sobrevivientes.
Los Ramírez les mostraron una ruta de salida más corta y menos compleja atravesando sus siembras de frijol y de alverja, que quedaron destruidas y les ocasionaron pérdidas por unos 20 mil dólares.
“En ese momento no nos importaban los cultivos sino salvar a los hermanos brasileños”, aseguró Miguel Ángel, quien junto a su hijo estuvo hasta las tres de la madrugada apoyando las labores humanitarias.
Ahora, el “Niño Ángel” sigue con sus estudios de secundaria y busca “una oportunidad” en algún club de futbol.
No sabe cómo reaccionaría en caso de encontrarse con alguno de los sobrevivientes o sus familiares. Y su corazón se divide cuando piensa en la posibilidad de un enfrentamiento entre Atlético Nacional y Chapecoense, que participan en la Copa Libertadores 2017. “Que gane el mejor”, dijo.