“Son muy bonitos”, señala el pequeño al momento que vuelve a contemplar sus botines naranja, los que a veces también usa para ir a la escuela.
Los tarugos de sus zapatos le ayudan a avanzar cuando sale de su casa, ubicada en el asentamiento Brisas del Campo, zona 7, debido a lo estrecho y complicado del trayecto.
“No me quito los zapatos. Mi mamá me regaña porque no los dejo de usar. Me gustan mucho”, añade Hernán, quien con 4 años fue uno de los primeros niños —ahora tienen más de 250 alumnos— que empezó a ejercitarse con los históricos jugadores de Municipal que levantaron el cetro de la Concacaf en 1974.
“No quiero que se gasten”, comenta minutos antes de que su técnico Llijón León de León lo llame para que se active en la práctica vespertina.
Corazón bondadoso
El loable gesto de Contreras no solo fue para un soñador. El Moyo también colmó de felicidad el corazón de David Ezequiel, de 3 años, y de Yinyir Lutmila, de 9, hermanos de Hernán, quienes igualmente comparten la pasión por el futbol, que con el transcurrir del tiempo se ha convertido en un auténtico acicate para los tres pequeños, que desde hace siete años fueron abandonados por su padre.
Subsisten por los ingresos que obtiene su madre, Iris Carolina, de una venta de ropa usada que tiene en el mercado del sector.
“Me siento feliz porque mis hijos están aprendiendo muchas cosas con personas honestas y de mucho respeto. Cada vez que puedo llego al campo para observar cómo disfrutan jugando futbol”, comentó la progenitora.
“A su padre le gustaba tomar mucho alcohol y nunca me apoyó. No me quedó de otra que asumir el control de mi hogar. Ha sido una vida difícil”, agregó.
La mayoría de niños que son beneficiados por la Fundación Rojos del 74 son de escasos recursos, provenientes de varias de las colonias de la zona 7 capitalina, golpeadas por la violencia.