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La madre del Moyo Contreras comparte sus alegrías y tristezas de vida

Desde que supo que estaba embarazada, en 1985, el corazón de Aury Contreras le decía que sería un niño. Lo había soñado, lo imaginaba cuando dormía y le repetía una voz: “Es un varón, señora”. Y así fue.

José Manuel Contreras, volante de los cremas y su mamá Doña Aury Contreras. (Foto Prensa Libre: Francisco Sánchez)

José Manuel Contreras, volante de los cremas y su mamá Doña Aury Contreras. (Foto Prensa Libre: Francisco Sánchez)

El 19 de enero de 1986 llegó al hospital del IGSS de Pamplona, y después del parto la enfermera le confirmó: “es otro varón, señora…”.

A la vida de Aury llegaría José Manuel —el volante ofensivo de Comunicaciones—, el segundo de tres hermanos.

Aunque tuvo un embarazo tranquilo y sin problemas, recuerda muy bien que era inquieto. “Sabía que sería un futbolista, porque desde el vientre pateaba muy fuerte”, recuerda, sonriente. Un año después llegaría Alba María, quien actualmente radica en Orlando, Florida, y no deja un día sin llamarla.

Una vida dura

Para Aury, la vida ha tenido momentos duros. En 1990 enviudó —su esposo se llamaba José Manuel— con tres hijos pequeños: Hugo —8 años—, José Manuel —4— y Alba María —3—. Desde ese momento le tocó ser mamá y papá, y hasta la fecha.

Recuerda que pasó momentos muy duros y que en la incertidumbre de no saber qué haría con tres niños decidió regresar a Atescatempa, Jutiapa, en donde radicaba toda su familia. Sin embargo, fue solo por un tiempo, pues quería darles un mejor futuro a sus hijos, y así lo ha hecho.

En esos momentos complicados siempre estuvieron los hermanos, tíos, cuñadas y amigos, para cuidar y ayudar a los pequeños, que debían aprender a vivir con la ausencia de papá y acostumbrarse al trajín diario de Aury, quien era maestra de Educación Primaria e impartía clases en Escuintla.

“Fue demasiado duro quedarme sola, pero siempre tuve la ayuda de la familia. Recuerdo que les preparaba su ropa y se debían vestir solos, y les dejaba la comida, en lo que yo regresaba”, dice.

Cada día, durante seis años, Aury salía de su casa, en Nimajuyú, zona 21 capitalina, a las 5.30 horas, para poder llegar a la escuela en Escuintla. Después fue trasladada a a capital y se le hizo más fácil cuidar a los pequeños. Así laboró 21 años en el magisterio nacional.

El pequeño de mamá

Aury recuerda que José Manuel siempre fue muy apegado a ella, y hasta la fecha. A los hermanos les gustaba molestarlo y él, con tal de quedase junto a mami, como le llama, les prestaba los patines.

Siempre fue un niño inquieto, y cuando no se portaba bien, el castigo era quitarle los zapatos de futbol. Desde pequeño lo llevó al estadio cuando iban a ver jugar al tío Leonel Contreras, el Machete, con Comunicaciones. “Hasta con la pacha iba a ver el futbol”, dice.

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El hermano mayor, Hugo, era seguidor de Municipal, y con sus amigos le gustaba molestar a José Manuel, aficionado de los blancos. Fue así como apareció el mote de Moyo, porque el pequeño no podía defenderse cuando les decían morros a los fanes cremas, y él decía moyos rojos.

“Los amigos llegaban a la casa y me decían, ¿está el Moyo?, y yo me enojaba mucho y les decía, se llama José Manuel, José Manuel, no Moyo. Ahora todos le dicen así, y ya me acostumbre”, cuenta Aury.

Conforme creció José Manuel, se volvió más independiente, y aunque al comienzo el futbol era solo por diversión, asistía a Cejusa, en donde apreció la catequesis o, como dice su mamá, solo así iba a la iglesia. Después entró en un momento que no quería ser futbolista, por lo que ella fue cómplice de su sobrino, Wilfredo, quien lo llevó al campo Marte para que lo vieran los cremas, también aprendió a irse solo a la escuela, porque lo expulsaron del bus, por ayudar a una maestra que se cayó, pero lo hizo sonriendo.

Ya de adolescente viajaba solo a Amatitlán, a entrenarse con la especial blanca al complejo Baldetti.

Así aprendió Aury a curar no solo las heridas de las rodillas o piernas, cuando se caía, sino también las del corazón, al perder algún partido o campeonato. “Hasta la fecha le digo: José, no siempre se puede ganar, y no todo depende de ti”, confiesa su mami, quien trata de consolarlo cada vez que llega molesto por el resultado, o como cuando lo vio llorar inconsolable porque perdió el primer título con los albos, que también fue su primera final ya más consolidado con el equipo mayor, en el Apertura 2006 frente a Municipal.

Aury ha sido la más fiel seguidora de José Manuel, aunque prefiere no asistir a los estadios, porque no soporta cuando se expresan mal de su hijo o de otro jugador. “Un día le dije a un señor: ¿Acaso usted ha jugado futbol? Y se me quedaban viendo sin saber por qué les reclamaba”, comenta. Por eso el volante también la ha querido proteger del ambiente hostil que a veces se vive en los estadios del país, y prefiere mantenerla alejada.

También la distancia ha sido difícil, como cuando el seleccionado vivió en Argentina y Chile para jugar en el extranjero. “Ahora sí me voy con él si sale”, dice, entre bromas, la madre orgullosa.

Su gran proyecto

Detrás de esa dulzura y entrega a la familia, también en la vida de Aury ha existido un proyecto de vida: entregarse en las aulas escolares.

En los últimos años logró ser directora y maestra de la escuela Pain Cerro Gordo, en la zona 21. Recuerda que las paredes del edificio estaban por caerse, así como el techo, y había muchas carencias para atender a los menores del “Proyecto de Atención Integral al Niño menor de 6 años”.

Sin embargo, hace tres años la fundación de la financiera Ficohsa ayudó a remodelar la escuela para que los niños tuvieran un lugar digno donde estudiar.

Mientras Aury se realizaba como maestra y directora, sus hijos le pedían más tiempo con ella, en especial el Moyo, quien disfruta de las salidas juntos o las reuniones familiares, como los cuchubales o los cumpleaños.

Hace un año, después de haberlo analizado por largo tiempo, tomó la decisión que sabía que la alejaría de su realización como profesional: jubilarse, a los 56 años.

Así, la maestra Aury dejó este año de llegar a la escuela a la que caminaba todos los días. Muchos de los padres de familia y maestras le dicen que las cosas ya no son iguales sin ella, porque había logrado que se mantuviera ordenada, limpia y que los papás colaboraran para tener un lugar acogedor.

“Extraño a mi escuelita y a los niños”, dice con tristeza, pero también reconoce que había llegado el momento de dedicarles más tiempo a sus hijos. Ahora podrá viajar más frecuentemente a ver a su hija. “Eso la hace a ella muy feliz”, explica José Manuel con una sonrisa, y es que, como explica Aury, su relación con sus hijos es muy estrecha y eso la hace especial.

Aquellos años de angustia por llegar temprano a casa para cuidar a los pequeños han pasado. Ahora el tiempo es para los nietos —tres viven en Guatemala: Diana, José y Nicole, y tres, en Estados Unidos: Michael, Sebastián y Sofía— y para el volante nacional, a quien, como en la última final, espera volver a ver levantar la Copa, como cuando ganó el pentacampeonato, para estrecharse en un abrazo, porque para el 10 crema solo hay una mami: Aury.