La ceremonia de clausura comenzó con la cuenta regresiva, marcada por un reloj de pulsera como el ideado por Alberto Santos Dumont; el brasileño considerado además pionero de la aviación y homenajeado en el espectáculo.
Brasil apelará de nuevo a su música como carta credencial para conmover al mundo. Rendirá honores a deportistas destacados de estos Juegos y de la historia, y desde luego, ofrecerá un festejo para los voluntarios que hicieron posible la realización del evento.
Asimismo, hizo entrega de la bandera olímpica a los representantes de Tokio, la ciudad que albergará los Juegos en 2020.
Los primeros Juegos efectuados en un país latinoamericano, los de México 1968, ilustraron que esa nación era capaz de sacar adelante la organización de un suceso de esta envergadura, pero quedaron marcados por la matanza de estudiantes, cometida apenas 10 días antes de la ceremonia inaugural.
Varios sobresaltos
La secuela latinoamericana en Río no podrá relatarse dentro de años sin hacer mención a los sobresaltos por los que pasó su organización o a la crisis política y económica que castiga al país desde meses antes de que fuera anfitrión del mundo.
Como un simbólico capricho meteorológico, los nubarrones negros cubrieron Río de Janeiro desde las horas previas a la inauguración.
Un viento intenso soplaba en el Maracaná, meneando las tramoyas donde están emplazadas las luces y haciendo que cayera con estrépito al menos una valla de seguridad en la entrada del famoso estadio. Minutos antes de la ceremonia, cayó un aguacero fugaz.
Los organizadores de Río 2016 tuvieron que desafiar incluso al clima.
Al final, los Juegos resultaron brillantes en lo deportivo y no experimentaron problemas graves para desarrollarse durante 17 días, a no ser por la tonalidad verde que adquirió el agua en un par de piscinas, lo que se corrigió días después.
La tormenta no se disipará tan pronto. Por eso, los principales políticos de ese país han preferido ausentarse de la ceremonia de clausura.
Abucheado en la ceremonia inaugural, el mandatario interino de Brasil, Michel Temer, prefirió no asistir al fin de fiesta. Tampoco está la presidenta Dilma Rousseff, separada temporalmente del cargo para enfrentar un juicio político por supuestas irregularidades en la gestión del presupuesto público.
Así, un festejo que suele servir de escaparate para los gobernantes del anfitrión, se ha quedado con esos puestos vacíos en el palco de honor. Pero tiene la música y alegría de los brasileños, y con eso basta.