De hecho, las noticias relacionadas con la impresión 3D se han multiplicado en este año. Desde viviendas de dos pisos en el noroeste de China hasta un implante de una caja torácica (hospital universitario de Salamanca (España); o desde la bioimpresión para obtener células humanas a el uso de esta máquina que hace el diseñador colombiano Camilo Álvarez en sus colecciones de moda.
Todo parece salir ya de una impresora cuya principal característica es fundir material modelable -plástico, resina, titanio, carne de res o polvo metálico, entre otros materiales- para depositarlo capa sobre capa en un soporte, hasta conseguir un objeto.
Un pionero de la impresión 3D es el uruguayo Alejandro Lozdiziejski que saltó a primera página cuando su empresa, Sur 3D, creó una de las primeras máquinas de bajo precio, US$600.
Sin embargo, la experiencia no fue del todo exitosa: “Vendimos 20 unidades. Las trabas arancelarias, la competencia china, las dificultades para la exportación”, explica a Efe por teléfono desde California (EEUU).
Firme partidario del hardware libre -“ha sido lo que ha impulsado esta tecnología”-, Lozdiziejski destaca que por primera vez en la historia se están distribuyendo modelos físicos por internet.
“Ahora, en vez de enviar un jarrón de forma física desde Estados Unidos a Colombia, por ejemplo, escaneo el florero, lo mando por correo electrónico, el receptor se baja el archivo, lo imprime y tiene de inmediato el mismo jarrón”.
Para Chelada de INTAL, el hecho de que este diseño de mercancías reemplace al objeto mismo, impacta en los costos de logística, transportes, políticas tributarias y almacenamiento, lo cual puede iniciar una revolución del sistema productivo latinoamericano.
“Hoy los precios van desde los US$400 para máquinas hogareñas, hasta los 500.000 para equipos industriales”, explica Chelada que considera la caída de precios como clave en la popularización de esta tecnología.
El colombiano Carlos Camargo se considera casi un apóstol de la denominada revolución Maker (personas que diseñan y producen sus propios productos) y viaja todas las semanas por el país sudamericano para explicar las bondades de la tercera dimensión.
“Vamos a pasar de ser consumidores a creadores de nuestros propios bienes de consumo. Va a ser una revolución social, nos da capacidad de crear”, dice con entusiasmo durante una clase práctica de fin de semana donde los alumnos crean su propia impresora.
Del poder transformador de esta tecnología, saben bien ocho ciudadanos guatemaltecos que desde julio de este año disfrutan de una prótesis de gancho en su mano amputada, gracias a la impresión 3D.
Ellos forman parte del proyecto del investigador Nikolai Dechev, de la universidad Victoria de Canadá, que usando la impresión en tercera dimensión, se realizan prótesis a un coste completo de US$320.
“La impresión 3D”, concluye Dechev, “es realmente innovadora, tiene bajo coste, se puede producir de forma local y, en el caso de prótesis, es fácil de hacer piezas de repuesto”.
El proyecto, que estará en pleno funcionamiento en 2016, es una muestra más del desarrollo de una tecnología que puede cambiar el mapa productivo en América Latina, según la mayoría de los expertos.