Economía

Del hule al chicle

El Departamento de Petén ha tenido cambios vertiginosos desde que José María Soza preparó en 1954 la primera edición de la Monografía del Departamento de Petén, publicada por la editorial Pineda Ibarra, en 1970, en dos tomos, entre ambos con 666 páginas.

Se reproducen textualmente las páginas 88-90 de la obra citada seguidamente. Los subtítulos son míos.

En los primeros días del año de 1897, ingresaron a Petén (vía Belice), varios científicos norteamericanos con la misión de estudiar las propiedades de ciertos árboles y plantas resinosas, iguales al hule, cuya goma elástica debía de obtenerse en menos tiempo de crecimiento y desarrollo del árbol.

Permanecieron varios meses en la cabecera departamental efectuando tales estudios o investigaciones.

En dicha ocasión, estos extranjeros tuvieron noticias de las consabidas marquetitas de chicle, y comprando todas las que existían, las llevaron para los análisis respectivos a Norteamérica.

Un año después, 1898, comerciantes de Belice visitaron Petén durante la festividad de Esquipulas, del 6 al 15 de enero, y estos señores indicaron a los contratistas de hule la conveniencia de dedicarse a la extracción de chicle, en cambio de la del hule por las cuantiosas ganancias o utilidades que les dejaría dicho producto, pues éste ya tenía mercado en los Estados Unidos de Norteamérica, ofreciendo además, comprarles toda la producción del año, puesto en los bosques, de donde ellos lo sacarían para los poblados de Belice.

El chicle sustituye al hule

Como la generalidad de nuestros monteros conocía las enormes cantidades de este árbol en las montañas –donde permanecían intactas-, ya se puede imaginar el lector el auge que tomó la nueva industria que hizo desaparecer a la del hule. Cuando llegó el decenio de 1910 al 20, se cotizaba el quintal de chicle en Petén a noventa y cien dólares, inundándose como se puede decir, las casas comerciales de billetes bancarios norteamericanos, lo mismo que moneda fraccionaria.

Esto dio origen al adagio petenero, al elevarse los precios de mercancías y artículos de primera necesidad por haberse escaseado estos últimos, que decían los dedicados a tal extracción: “no es nada para un chiclero”, porque ya estaban acostumbrados a derrochar cuanto dinero caía en sus manos…

Los comerciantes, que también eran contratistas de chicle, importaban de Belice todo lo necesario, pero resultaba sumamente caro.

Así, en este estado, permaneció Petén por espacio de treinta años, hasta que el gobierno se vio obligado a cambiar nuestro comercio con Puerto Barrios y la capital de la República, al establecerse el servicio aéreo para contrarrestar también el continuo contrabando de chicle que pusieron en práctica los capitalistas de Belice, al grado de cerrar la frontera con dicho territorio, últimamente abierta, pero no para el comercio.

En el año de 1930, en que se concluyó la construcción del primer aeródromo (de catorce) en las playas de la aldea Santa Elena, frente a Ciudad Flores, comenzó formalmente el comercio con la capital de la República, y la exportación del chicle por el puerto marítimo de Puerto Barrios…

Historiadores opinan

El historiador Jorge Luján M. me escribió así: producto de mi labor como Director General de la Historia General de Guatemala, el nombre correcto de Petén es sin “El”. El único departamento que lleva “El” es El Progreso.

El historiador Hernán del Valle me escribió también: hace muchos años fui el Sub Director del Instituto de Antropología e Historia en Tikal, y a quienes se internaban en la selva a recoger chicle, les llamaban chicleros; en ella permanecían largo tiempo en duras condiciones. Al partir, el financista entregaba a la familia una suma para que subsistieran en ausencia del hombre.

Hace también muchos años viví en un pueblo indígena del Altiplano guatemalteco, a donde llegó un veterano de la II Guerra Mundial… Él narraba lo mucho que significó el hule petenero para las botas de los soldados: las volvió menos pesadas y más difíciles de penetrar por las trampas.

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