De allí la importancia de provocar de vez en cuando sacudidas profundas, revisión de prácticas y conceptos para saber si aún responden a las condiciones y necesidades del momento. Le doy un ejemplo que tengo a mano.
¿Qué pasaría si comenzáramos a pensar “fuera de la caja” en materia de protección social? ¿Qué tal si sometemos a la prueba ácida de la evidencia empírica muchos de los supuestos con los que hemos venido discutiendo, diseñando, evaluando y asignando presupuesto a los programas de ayuda a los más pobres y vulnerables? ¿Y qué tal si al hacerlo encontramos una clase política dispuesta a darle espacio y cabida discusiones de este tipo?
¿Qué tal si alguien se atreviera a plantear que llegó el momento de abandonar la focalización, y que para abatir la pobreza es momento de volver a la universalización? Claro está, con conciencia de las capacidades reales del Estado de garantizar un mínimo de derechos.
¿Qué tal si cambiáramos el esquema típico de focalización de los programas sociales, que se ponen con lupa a buscar pobres y hacerles preguntas incómodas, a veces hasta perversas y denigrantes, con el fin de encajonarlos en una categoría socioeconómica baja? ¿Qué tal si en vez de incluir pobres excluimos ricos? ¿No sería administrativamente más fácil, más barato y menos intrusivo?
¿Qué tal si nos moviéramos de solamente transferencias monetarias a construcción de bienes públicos locales y fortalecimiento del tejido social local? Reconociendo con ello que ciertamente el efecto del dinero transferido y su multiplicador en la comunidad existe, pero es limitado y por ende una solución incompleta y solamente material al complejo problema de la pobreza.
¿Qué tal si abandonáramos la comodidad que nos da la medición de pobreza por indicadores exclusivamente monetarios y nos pasamos a un esquema que trate de acercarse un poco más a esa multiplicidad de factores que interactúan en la carencia de oportunidades y accesos de las personas? ¿Acaso todo el bienestar se puede y debe comprar con ingreso devengado, transferido o remesado?
Yo creo que vale la pena hacerse estos cuestionamientos, quizás no a diario, pero sí cada poco. Un ejercicio nos da, en el peor de los casos, la oportunidad de construir un imaginario nuevo y avanzar en esa aspiración que todos tenemos de alcanzar una mayor inclusión social en Guatemala.
Déjeme concluir diciéndole que estas reflexiones no son quimeras, ni tampoco alucinaciones de una mente trasnochada. De hecho, son parte de la agenda social que el nuevo equipo de gobierno en Chile se está planteado para su política social de los siguientes cuatro años.
¿No es este un ejemplo concreto de cómo cuando se juntan voluntad política y capacidad técnica otra realidad es siempre posible? No hay que dejar que la mezcla se nos seque.
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