“La notable resiliencia de la economía guatemalteca durante la pandemia casi ha devuelto el nivel del PIB a la tendencia proyectada antes de la pandemia, en respuesta a un nivel de apoyo de políticas sin precedentes, la pronta reapertura de la economía y un entorno externo favorable, incluyendo unas fuertes remesas. La economía se recuperó con fuerza creciendo al 8 por ciento en 2021, mientras que las presiones inflacionarias se mantuvieron contenidas, ya que factores temporales relacionados con la pandemia y choques climáticos en 2020 se desvanecieron rápidamente”, destaca el informe, publicado en Washington, D.C.
Entre lo que destaca el organismo está que el saldo fiscal primario pasó a tener superávit en 2021 en gran parte debido a ingresos fiscales que fueron mejores de lo esperado (incluyendo ganancias significativas de la administración tributaria), mientras que el superávit en cuenta corriente se redujo al 2.5% del PIB, “ya que la continua fortaleza de las remesas se vio más que compensada por un aumento sustancial de las importaciones y por unos términos de intercambio más débiles”.
En cuanto al sector bancario, dice que se mantiene sólido en general, como consecuencia de la eliminación adecuada de las medidas relacionadas con la pandemia.
Advertencia
No obstante, el FMI también advierte que existen riesgos para el crecimiento económico durante este año, cuya proyección está sesgada a la baja.
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“La economía guatemalteca enfrenta un panorama externo altamente incierto, incluida la guerra en Ucrania. El desanclaje de las expectativas de inflación en las economías avanzadas, las continuas interrupciones de la cadena de suministro global y los posibles cambios en el sentimiento de riesgo de los inversores podrían conducir a un endurecimiento abrupto de las condiciones financieras globales”.
Por lo tanto, “se proyecta un crecimiento económico del 4 por ciento en 2022 respaldado por una combinación de políticas aún favorables, la recuperación de los sectores rezagados, condiciones crediticias todavía favorables y la resiliencia de la economía de EE. UU. que sostiene un flujo de remesas vigoroso”.
Ello, porque los precios elevados y volátiles de las materias primas introducen incertidumbre adicional y podrían acelerar las presiones inflacionarias mundiales y causar una disminución en la demanda externa, aparte de que “el descontento social podría desencadenarse por el aumento de los precios de los alimentos y la energía, que afecta a los más vulnerables”.