Las pantallas también eran rojas y el encargado de hacer sonar la campana de apertura de la sesión fue Sergio Marchionne, presidente de Fiat Chrysler, grupo del cual Ferrari es filial.
La primera cotización de la marca de lujo fue a 60 dólares por acción, ocho dólares más que el precio de introducción fijado el día anterior y que valorizaba a la compañía en casi US$10 mil millones, sin incluir la deuda.
Hacia las 16H00 GMT, el título frenaba un poco su ascenso y ganaba 8.29% a US$56.31, aunque continuaba animando a una plaza bursátil preocupada por las incertidumbres sobre el crecimiento mundial.
“Ferrari es una anomalía en el estancamiento actual”, comentó Kathleen Smith, cofundadora del gabinete especializado Renaissance Capital.
Marchionne, con gafas y un pulóver de cachemira rayado, no podía ocultar su alegría, tras la ceremonia del campanazo, en la que estuvo acompañado de responsables de Ferrari vestidos de saco y corbata.
“Demasiado cara”
En el exterior del edificio se exhibieron ocho relucientes Ferraris, uno de los cuales era un bólido de Fórmula 1 piloteado por el alemán Sebastian Vettel, actual estrella de la “Scuderia”.
Entre los automóviles se encontraba también una rara Ferrari 250 California SWB de 1961.
Cada tanto, los altoparlantes difundían un sonido de bólido de carrera a plena velocidad, algo nada habitual en este barrio donde los operadores bursátiles, banqueros y empresarios zigzaguean a pie entre los turistas para llegar a sus oficinas.
“Amo a Ferrari, siempre la he seguido en Fórmula 1”, dijo Abhishek Ahuja, un indio oriundo de Bombay de visita en Nueva York. ¿Y comprar una? “Demasiado cara”, respondió este hombre, agregando que tampoco tenía en vista adquirir acciones, ya que la marca “no cotiza en India”.
Doug Kendora, un estadounidense que trabaja en el barrio, manifestaba en cambio sus dudas sobre lo acertado de entrar en la bolsa neoyorquina para una marca tan exclusiva.
“Lo va a convertir en una marca masiva. Así van las cosas, todo el mundo quiere hacer dinero”, indicó.
Este temor es compartido en Italia, donde se teme el exilio de Ferrari y su eventual “democratización” para satisfacer a los mercados mundiales.