Es peculiar porque es una economía yo-yo en la que los precios de la gasolina se dispararon a más de 5 dólares el galón y luego volvieron a bajar. La tasa inflacionaria de los autos usados bajó, luego se aceleró a un porcentaje del 40 por ciento antes de desinflarse a un ritmo histórico. La vivienda ha pasado del auge a la quiebra y luego de nuevo al auge. Los indicadores económicos se han descrito como “una pintura de Jackson Pollock de puntos de datos y tendencias”.
Los economistas no logran entenderlo. Los modelos económicos no solo nos llevan al extremo de separar a los economistas más importantes entre el equipo que apuesta por la estanflación y el que lo hace por un “aterrizaje suave”, es decir, una adaptación sin sobresaltos. Alan Blinder, economista de Princeton, habla sobre la posibilidad de que la Reserva Federal logre un aterrizaje suave como si estuviera evaluando las posibilidades de un equipo en el Supertazón: “Creo que todavía tienen una oportunidad, pero es una oportunidad más ardua que antes”.
Los economistas trataron en vano de lidiar con la doble tensión de la inflación y la recesión en los años setenta y, henos aquí, 50 años y poco más de 50 premios Nobel de Economía después, con pocos avances. La Reserva Federal y el Departamento del Tesoro reforzaron la estructura bancaria tras la crisis de 2008. Quince años después, vemos cómo se viene abajo.
Todavía falta que veamos más particularidad, una que dista de ser común y corriente. Estamos entrando a una nueva época de crisis, un maremoto en cámara lenta de riesgos que arrasará con nuestra economía en las próximas décadas: el cambio climático, la demografía, la desglobalización y la inteligencia artificial. Sus efectos oscilarán entre el cambio de régimen económico y la amenaza existencial para la civilización. Los riesgos para la economía, la estabilidad de nuestra sociedad y la civilización son enormes si no preparamos bien los modelos económicos para lo que se avecina.
En lo que respecta al clima, ya estamos viendo un atisbo de lo que está por venir: sequías, inundaciones y tormentas mucho más extremas que en el pasado reciente. El año pasado vimos algunas de sus consecuencias, con la afectación de las cadenas de suministro debido a que los ríos estaban demasiado secos para el transporte marítimo y se vieron afectadas la energía hidroeléctrica y nuclear.
En cuanto a la demografía, los índices de natalidad están en declive en los países desarrollados. Por ejemplo, la población de China está en declive y Corea del Sur acaba de establecer el récord de la tasa de natalidad más baja del mundo desarrollado. Al igual que el cambio climático, los cambios demográficos determinan los de índole social, como la tensión del contrato social entre personas que trabajan y las personas de la tercera edad.
Estamos revirtiendo la globalización de los últimos 40 años y los eslabones de nuestra red geopolítica y económica se debilitan. “Friendshoring”, o el traslado de la producción a países amigos, es un nuevo término. Las fuerzas geopolíticas detrás de la desglobalización amplificarán las tensiones del cambio climático y la demografía para encabezar una competencia frenética por los recursos y los consumidores.
Ya podemos ver los impactos del cambio climático, la demografía y la desglobalización que se avecinan. La cuarta tensión, la inteligencia artificial, es un comodín. Pero ya estamos viendo riesgos para el trabajo y la privacidad, así como avances aterradores en la guerra.
Estos riesgos se van a acelerar y nos afectarán durante décadas. Si nuestros modelos económicos solo pueden plantear el escenario de la disputa entre lo que propone el equipo estanflación y lo que plantea el equipo aterrizaje suave (si no podemos controlar con firmeza cuestiones económicas tan cotidianas como la inflación y la recesión), las perspectivas de acertar en nuestras previsiones sobre estas fuerzas existenciales no son nada prometedoras.
El problema no es que nuestros modelos económicos no funcionen del todo. Los modelos parecen útiles cuando las cosas son sencillas y estables, cuando nos encontramos en un estado estacionario con toneladas de datos pasados en los cuales basarnos. El problema es que los modelos no funcionan cuando nuestra economía es particular. Y es ahí precisamente cuando más necesitamos que funcionen.
Los economistas lo han admitido. En el punto álgido de la crisis financiera de 2008, la Reina Isabel II formuló la pregunta que sin duda rondaba por la cabeza de muchos de sus súbditos: “¿Por qué nadie lo vio venir?”. La respuesta, que dio unos meses después el economista premio Nobel Robert Lucas fue contundente: la economía fracasó con la crisis de 2008 porque la teoría económica ha establecido que no puede predecir este tipo de crisis.
Una razón clave por la que estos modelos fallan en tiempos de crisis es que no pueden hacer frente a un mundo lleno de complejidad o con giros sorprendentes. Por ejemplo, los modelos matemáticos de economía analizan un agente representativo —ya sea un individuo o una empresa— y dan por hecho que la economía en su conjunto se comportará del mismo modo que ese agente. El problema en este caso, y en general en los sistemas complejos y dinámicos, es que el todo no se parece a la suma de las partes. Si hay mucha gente corriendo de un lado para otro, el panorama general puede ser distinto de lo que hace cada una de esas personas. Puede que en conjunto sus acciones atasquen la puerta; puede que en conjunto provoquen una estampida.
Los economistas se creen los físicos de las ciencias sociales, que utilizan modelos matemáticos para aportar soluciones al mundo económico. Pero no somos un sistema mecánico. Somos seres humanos que innovamos, cambiamos con nuestras experiencias y, a veces, manipulamos el sistema. Reflexionando sobre el desplome del mercado en 1987, el brillante físico Richard Feynman comentó la dificultad a la que se enfrentan los economistas señalando que las partículas subatómicas no actúan basándose en lo que creen que otras partículas subatómicas están planeando, pero las personas sí lo hacen.
¿Qué pasa si los economistas no pueden cambiar las cosas? Es una posibilidad porque estamos entrando en un mundo distinto a todos los que hemos visto. No podemos anticipar todas las maneras en que el cambio climático podría afectarnos o hacia dónde nos llevará nuestra creatividad con la inteligencia artificial. Lo que nos lleva a lo que se denomina incertidumbre radical, en la que sencillamente no tenemos ni idea, en la que nos toman por sorpresa cosas en las que ni siquiera hemos pensado.
Esta posibilidad no está muy presente en la mente de los economistas. Al diseñar la política de la Reserva Federal o prever la demanda de los consumidores puede haber sorpresas aquí y allá, pero funcionan con un vocabulario muy trillado. Es con los riesgos a más largo plazo cuando lo “desconocido” cobra fuerza.
¿Cómo afrontar riesgos que ni siquiera podemos definir? Un buen comienzo es alejarse de la paleta de economistas de la eficiencia y la racionalidad y, en cambio, fijarse en ejemplos de supervivencia en mundos de incertidumbre radical. Por ejemplo, la cucaracha: ha sobrevivido durante cientos de millones de años mientras las selvas tropicales se convertían en sabanas y las sabanas en desiertos. Y lo ha hecho con un sistema de escape rudimentario, solo huye de las bocanadas de aire que sus mecanorreceptores o pelos sensoriales detectan. No es muy elegante. Nunca ganará el premio al Insecto del Año, pero ha sobrevivido bastante bien a un mundo de cambios radicales.
En nuestra época, las sabanas se están convirtiendo en desiertos. La alternativa al modelo del economista es adoptar un enfoque más rudimentario, ser más adaptable y dejar de lado algunos ajustes y optimizaciones a corto plazo. Nuestro futuro a largo plazo puede ser más prometedor si actuamos como las cucarachas. Un insecto adaptado a la jungla puede dominar a las cucarachas en ese entorno. Pero cuando el mundo cambie y la jungla desaparezca, este también lo hará.