Li Ming, que hoy tiene 56 años, continúa recorriendo las calles de Chongqing pero muchas veces le adelantan jóvenes repartidores que trabajan para compañías de transporte y van mucho más rápido con sus motos y sus camionetas.
“No tengo educación suficiente para cambiar de oficio. Es el único trabajo que he hecho desde que llegué a la ciudad”, explica mientras espera a un cliente ante un mercado al por mayor.
“Los jóvenes no quieren hacer este trabajo, es demasiado duro, por eso ahora todos los bang-bang son demasiado viejos”, asegura.
El boom económico en China se ha construido en gran parte en las espaldas de gente como Li Ming, trabajadores sin educación y mal pagados pero que con este trabajo lograban dar una vida mejor a sus hijos.
Hoy en su mayoría tienen más de 50 años y simbolizan los últimos vestigios de una China que desaparece con el despegue de su economía.
Según un estudio de la universidad de Chongqing, en 2010 había en esta ciudad a orillas del río Yangtsé entre 300 mil y 400 mil porteadores pero hoy ya sólo quedan unos 10 mil.
A finales de verano, cuando el termómetro supera los 40 grados, la mayoría de los 18 millones de habitantes de la ciudad están encerrados en sus casas. Pero los porteadores siguen trabajando, trajinando mercancías con el torso desnudo por 15 yuanes (unos US$2) por trayecto.
Cuando los negocios van bien, Li Ming puede ganar hasta 80 yuanes al día (unos US$12) pero en los últimos tiempos sólo consigue la mitad de esa cantidad.
En las calles de la ciudad se apilan aparatos electrónicos, cajas de zapatos, sábanas o mantas a la espera de ser cargadas en furgonetas, motos o triciclos con motor. “Los jóvenes repartidores son perezosos”, se queja Li Ming. “Un bang-bang siempre está ahí cuando se le necesita pero un repartidor sólo entrega las mercancías cuando le conviene”.