Las áreas más contaminadas se localizan enfrente del centro comercial Capitol, Plaza Vivar y el portal del comercio y entre la 17 y 18 calle de la zona 1. Los trabajadores municipales recorren todas las mañanas el centro de la ciudad despegándolos.
Los trabajadores recorren la 5 avenida y 7ma calle, parque centenario y de la 8va calle hasta la 18. Además del efecto de suciedad y de lo molesto que resulta que se te peguen en el zapato, los chicles se limpian por el efecto que pueden causar en la salud.
Según un estudio de la empresa consultora global Euromonitor International, 7 de cada 10 guatemaltecos consumen chicle todos los días en un promedio de 230 gramos de chicles por año.
Las razones por las cuales lo hacen, mayoritariamente, son para refrescar el aliento, como ayuda en la higiene bucal, para sentirse seguros y bajar los niveles de estrés o nerviosismo.
Aleida Roldán de Lone, química bióloga, comenta que los residuos de los chicles podrían albergar hasta 10 mil colonias de bacterias debido a la saliva y las bacterias que se encuentran en la superficie, por lo tanto se convierten en una fuente de contaminación, además tiene un tiempo de degradación aproximado de 5 años dependiendo de las condiciones en las que se encuentre.
¿Sabes cómo ha ido evolucionando el chicle?
El nombre chicle proviene del nahual Tzictle y del maya Sicte. Los primeros habitantes de Mesoamérica no sólo conocían el chicle sino que la madera del chicozapote era muy preciada, pues se empleaba para la construcción de los dinteles de sus templos.
De acuerdo con los estudios de Sylvanus Morley, entre las poblaciones mayas, la resina del árbol fue usada ancestralmente como estimulante de saliva y con fines higiénicos y medicinales. Por su parte, el arqueólogo Héctor Escobedo, señala que esta resina pudo ser la materia prima empleada para fabricar la bola del juego de pelota.
El mundo occidental descubrió el chicle en 1869, cuando el general mexicano Antonio López de Santa Anna contrató al inventor estadounidense Thomas Adams para fabricar un nuevo tipo de caucho, usando la resina del chicozapote.
Aunque los primeros experimentos de Adams se enfocaron a la producción de neumáticos, el éxito no le llegó hasta que decidió emplear la resina para elaborar goma de mascar. El producto fue un éxito en el mercado de norteamericano.
La globalización del producto llegó como consecuencia de los dos grandes conflictos bélicos del siglo XX. La Primera Guerra Mundial exportó la pasión estadounidense por la goma de mascar al resto del planeta. Su uso era muy común entre los soldados norteamericanos hasta el punto de que según recoge Norman Schwartz en Forest Society: A social History of Peten, Guatemala el chicle se publicitaba como “un alivio para la tensión nerviosa, una ayuda para la digestión, y ante la falta de agua potable, una mitigación de la sed”. Durante la Segunda Guerra Mundial, la goma de mascar formaba parte de las raciones de los combatientes.
Irónicamente, las circunstancias que lo llevaron a todos los rincones del planeta también acabaron con el floreciente mercado del chicle natural. La dificultad para conseguir la materia prima durante los conflictos impulsó la búsqueda de sustitutos.
Así, en lo década de 1950, apareció la goma sintética, compuesta por polímeros derivados del petróleo. La extracción de la resina cayó en decadencia mientras la industria del chicle artificial seguía un ascenso sin límites. Sirva como ejemplo el éxito de la compañía Wrigley, alguna vez la principal compradora del chicle petenero: en los primeros 9 meses de 2005 sus ventas alcanzaron la nada desdeñable cifra de 31 mil millones de dólares.