El joven de 25 años había sido expulsado de Estados Unidos y se arrojó de un puente vehicular en Tijuana, Baja California, México.
BBC NEWS MUNDO
Qué es el “síndrome de Ulises” que acecha la salud mental de los migrantes
En febrero de 2017 un hombre se suicidó en Tijuana, haciendo visibles las terribles huellas psicológicas de la deportación.
Según activistas el gobierno estadounidense redujo el número de personas que, diariamente, pueden presentar su solicitud de asilo en las garitas fronterizas.
Sucedió a pocos kilómetros de la frontera entre Estados Unidos y México.
Este penoso caso demuestra la precariedad de las actuales condiciones de vida de los migrantes mexicanos en EE.UU. como resultado de las severas políticas migratorias impulsadas por la administración de Donald Trump.
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La vulnerabilidad en la salud mental de esta población ha ido en aumento con la amenaza de la detención y deportación.
Como profesora de psicología, reconozco que el solo hecho de atravesar por el proceso de deportación ya supone un alto nivel de estrés e incertidumbre.
El procedimiento implica estar sujeto a un proceso judicial, acudir a audiencias, solicitar y pagar por asesoría legal profesional, y ser retenido y trasladado de un centro de detención a otro hasta finalmente ser expulsado del país.
Hay estudios que demuestran que la política de intercepción y detención de los refugiados en los conflictos en Medio Oriente, por ejemplo, tiene efectos negativos en el bienestar mental de esas personas.
El estrés vivido es una realidad inherente para los deportados.
Estudios llevados a cabo con hispanos en Estados Unidos demuestran que el miedo a la deportación, la discriminación, el dominio del idioma y el estatus migratorio son factores que producen estrés a diario.
La ansiedad ante la posible separación forzada de los seres queridos es también una fuente de profunda angustia, así como se evidencia plenamente en un reciente capítulo del podcast norteamericano This American Life.
Y ello sin contar las redes criminales a las que los migrantes indocumentados se encuentran particularmente expuestos, al entrar y salir del país.
Si a esto se le suma la desesperanza y la frustración de ver truncado el proyecto de vida en el país receptor y la falta de oportunidades en el país de origen, la combinación puede resultar letal, así como se vio en Tijuana el mes pasado.
Las autoridades en zonas fronterizas han advertido que se están preparando para más “casos de esta naturaleza”.
En busca de una vida mejor
Alrededor del mundo, el migrante —legal o indocumentado— ya es un sujeto vulnerable, incluso antes de cualquier procedimiento de deportación.
Los patrones migratorios se ven influidos mayormente por factores sociales, económicos y políticos suscitados en el lugar de origen de los migrantes.
En Centroamérica y México se incluyen el crimen, la pobreza y el desempleo.
En México, la mayor proporción de migrantes son hombres entre 20 a los 24 años de edad, pero las mujeres también huyen de la violencia que las rodea.
En buena medida la demanda de los destinos migratorios se vincula con las valoraciones positivas (fundamentadas o no) del territorio al que los migrantes se piensan desplazar.
En su mayoría, jóvenes
Según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía de México, el trabajo, la familia, los estudios y el matrimonio son los principales motivos por los cuales los ciudadanos van.
Estados Unidos fue el destino de más del 86% de los mexicanos que emigraron en 2014.
Es decir, la migración en México se vincula con la búsqueda de mejoras en las oportunidades laborales y en las condiciones de vida.
Quienes se arriesgan a desplazarse son, en su mayoría, hombres y mujeres jóvenes, en la cúspide de la edad productiva.
Del estatus migratorio dependerán las condiciones de vulnerabilidad y los riesgos a los que los migrantes estarán expuestos.
Pero casi todos se enfrentarán a una serie de factores estresantes que podrán repercutir directamente en su estado de salud y en su integridad mental.
El desplazamiento territorial en sí mismo puede ser considerado como un factor estresante.
Sobre todo si la migración se da en condiciones de incertidumbre, y si el migrante no cuenta con una red de apoyo o una comunidad receptora instalada previamente en el país de acogida.
El idioma, las diferencias culturales, el nivel educativo, el limitado acceso a servicios y el aislamiento social pueden convertirse en obstáculos que cotidianamente repercutirán en la vida de los migrantes y sus hijos después de llegar.
El trauma de la incertidumbre
Bajo ciertas circunstancias, las personas más marginadas por su nuevo contexto social corren el riesgo de padecer trastornos emocionales y psíquicos de diversa índole y de magnitud variable.
Entre los grupos minoritarios de Estados Unidos se ha observado la aparición de estrés “aculturativo” e insatisfacción, particularmente con respecto al ambiente de residencia.
Ambos fenómenos pueden asociarse a niveles considerables de ansiedad, fatiga y depresión.
Por otra parte, esta vulnerabilidad se puede manifestar en el uso problemático de sustancias como alcohol y drogas, exacerbando existentes desequilibrios psíquicos.
La especificidad de las problemáticas psicosociales que enfrentan los migrantes ha llevado a los expertos a acuñar el término “síndrome de Ulises”.
Síntomas físicos
Es decir, altos niveles de estrés con duelos crónicos recurrentes y no resueltos, como el constante sentimiento de fracaso, la sensación de soledad, de aislamiento social y, claro, el miedo a ser deportado.
Los síntomas físicos se caracterizan por la fatiga crónica acompañada de dolores de cabeza, colitis, gastritis y cansancio.
El suicidio de aquel hombre indocumentado en Tijuana probablemente pudo haber sido evitado con la debida atención psicológica.
No obstante, debido a la precariedad de las condiciones de vida de los migrantes indocumentados, el acceso a servicios de salud mental y el adecuado tratamiento representan lujos fuera de su alcance (así como de muchos ciudadanos estadounidenses).
Las políticas de deportación, y la amenaza, estigmatización y precariedad que ejercen sobre las vidas de los indocumentados latinos en EE. UU. los ha llevado casi al borde de lo indigno.
*Alejandra Rivera es profesora investigadora del departamento de Psicología de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
Esta nota apareció originalmente en The Conversation y se publica aquí bajo una licencia de Creative Commons. Lee el artículo original en inglés aquí.
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