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Caravana de migrantes: las horas de angustia y caos vividos en un puente en la frontera entre Guatemala y México

"En Honduras tememos: morir de hambre o asesinados por las maras. Por eso, cuando oí de la caravana de migrantes, me atreví a dejarlo todo".

Antonio García es uno de los miles de hondureños que ha emprendido la marcha en un intento de llegar a Estados Unidos.

Cada migrante tiene una historia. Y la mayoría es dramática.

Así, miles y miles de dramas personales se agolparonel viernes en Tecún Uman, en la frontera entre México y Guatemala.

La caravana de migrantes, que salió en su mayoría de Honduras, rompió la valla de contención del puente que cruza el ancho río Suchiate, la frontera natural que separa ambos países.

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“México, México”, coreaban alegres pensando que las autoridades del país les dejaría seguir su camino a lo que creen una mejor vida en Estados Unidos.

“Bienvenidos” reza un cartel sobre el puente que cruzaron a su paso.

Los migrantes, entre los que había ancianos, niños y mujeres embarazadas, cruzaron el puente corriendo y embriagados por la euforia de haber dejado atrás Guatemala.

Pero no sabían lo que les esperaba del otro lado: cientos de policías federales mexicanos armados con escudos y toletes.

Hubo jaloneos y empujones con las fuerzas de seguridad. Los policías lanzaron gases lacrimógenos, los inmigrantes, piedras. 

El caos se apoderó de la situación por un buen rato. Hubo pánico y algunos entraron en crisis nerviosa.

“Mi niña se desmayó por el cansancio, por el miedo y la asfixia de estar entre tantas personas”, cuenta María García, madre soltera que quiere que la niña, de 9 años, logre su sueño de ser pediatra y dice que eso es difícil en Honduras porque son pobres.



La pobreza y la violencia de las maras son los dos motivos más citados para haber dejado atrás su país, su familia y todas sus cosas.

“Solo queremos un trabajo. Es lo único que pedimos. Somos gente de bien, pero en nuestro país no hay oportunidades”, dice una mujer con tres hijos que prefiere no dar su nombre.

Dice que en Honduras no encuentra trabajo. “Además, lo poco que uno gana está siempre en riesgo de ser arrebatado por las maras, si no es que te matan. A mí me asesinaron ya a un hermano”.

Francisca, una vendedora ambulante que viaja con uno de sus cinco hijos, dice que es viuda también porque los pandilleros mataron a pedradas a su esposo. 
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“Yo quiero llegar a Estados Unidos para trabajar y poder pagar un marcapasos que necesita mi madre”, cuenta entre lágrimas uno de los migrantes que está al frente de las rejas que les impide la entrada a México.

Muchos dicen que oyeron en los medios de Honduras de la caravana y decidieron unirse. Algunos llevan una semana viajando. Otros más han comenzado el viaje en los últimos días.

Varados en el puente

Tras la tensión, las fuerzas de seguridad tomaron el control de la situación y lograron contenerlos entre las rejas. Miles de migrantes llevaban horas esperando en el puente.

Y quedaron así, varados entre Guatemala y México. Horas a la intemperie, desesperados.

Cansados y con hambre, algunos habían llegado tras caminar cientos de kilómetros en la lluvia y el calor, comiendo y durmiendo como podían. La mayoría sólo lleva lo que puede cargar: algún cambio de ropa y un poco de agua.

Muchos cuentan que en Guatemala los trataron muy bien: la gente les daba refugio y comida. 

“¡México, por humanidad, déjanos pasar, no nos trates como a ti te tratan los EE.UU.!”, gritaba con una voz que iba entre la rabia y la desesperación un hombre trepado en las rejas.

Pero México sufre la presión del presidente estadounidense, Donald Trump, que le ha pedido frenar la caravana.

De lo contrario, advirtió, cerrará la frontera y cortará las ayudas económicas a Honduras, El Salvador y Guatemala.

Las autoridades mexicanas han reiterado que dejarán pasar a los migrantes que tengan visa, como es requisito para los ciudadanos Hondureños, y que hará los trámites para los que quieran solicitar el estatus de refugiados.

Para agilizar los trámites, ha pedido ayuda al ACNUR, la agencia de Naciones Unidas para los refugiados.

Pero son muchos los que no tienen documentos y se ven obligados a tratar de evitar el paso por migración. Algunos de los más jóvenes, se atrevieron a trepar las vallas de lado del puente y a saltar hacia el río.

El Suchiate, en temporada seca llega a la rodilla y se puede atravesar a pie, pero está crecido por las lluvias. Aún así, saltar era una maniobra peligrosa, pues el puente mide más de seis metros. Algunos de los que se tiraron salieron cojeando.

La única mujer que saltó, una estudiante veinteañera que prefiere no decir su nombre, dice que solo quiere “un trabajo digno que en Honduras es imposible de conseguir”.

“Migrar no es un delito”

“México está llevando a cabo una política de contención, de no dejar pasar a la mayoría”, explica a BBC Mundo Edgar Corzo Sosa, de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.

Al inicio dejaron pasar a 50 personas que habían solicitado refugio. Después, se llegó a un acuerdo para que las mamás y los niños se fueran a un alberge en Tapachula, una ciudad cercana.

Así se fueron seis autobuses llenos con la gente que aceptó esta medida, aunque, muchos desconfían de las autoridades mexicanas y temen ser deportados.

Corzo insiste que “en México migrar no es un delito, es una falta administrativa”. 


“Esta crisis tiene una cara humanitaria. Antes que nada se deben proteger los derechos humanos”.

Su equipo ha documentado que es una migración en dimensiones “que no se habían visto antes”. 

Las horas pasan y las necesidades de los migrantes aumentan. Se preparan para dormir en el puente, a la intemperie. En las últimas horas del día, el gobierno activó el Plan Marina para brindar asistencia humanitaria como comida o atención médica.

“No vamos a retroceder. No podemos. Ya dejamos todo en Honduras y luchamos por lo único que nos queda: la vida”, dice, sobre el puente Jorge Rodríguez.

Para la noche, los inmigrantes más cercanos a la valla del lado mexicano se preparan para pasar horas sin ninguna
comodidad. Son tantos y están tan juntos, que tienen que permanecer de pie: no pueden ni siquiera sentarse.

Los llantos de los bebés y niños no paran.

“Por favor, necesitamos pasar, imploramos ayuda”, se oye desde el otro lado de la reja. Los policías, que también están cansados, tienen más espacio y algunos se han acostado sobre sus escudos.
“Esta oscuro. Y aunque no tan fuerte, empieza a llover”.

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