En estos lugares el trabajo es escaso, la mayoría de los hombres son agricultores y debido a que no hay cosechas no tienen una fuente de ingresos económicos. Cuando sí hay trabajo, el pago es de entre Q30 y Q50 al día.
La venta de leña o de semillas de ayote ayudan a paliar un poco la escasez, pero no es suficiente para completar el costo de un quintal de maíz, que está entre Q130 y Q150.
Pero no solo de maíz viven estas personas, para evitar comer solo tortilla con sal, las amas de casa compran a Q2 la libra de frijol; además, necesitan café y azúcar.
La dieta es la misma para los niños, sin importar la edad, porque ninguna familia puede comprar leche. La desnutrición crónica es visible en ellos y la aguda comienza a asomar. El color del cabello, las machas en la piel y la baja estatura son una señal.
Los más afortunados
La amabilidad de las personas que viven en Chinchiltor hacen sentir al extraño como en casa.
Luis Armando y Santos Milena Martínez Asencio abrieron las puertas de su casa para contar que fueron favorecidos. Con 18 y 16 años, los hermanos estaban desgranando el poco maíz que pudieron cosechar.
Este año, los Martínez Asencio recogieron seis quintales, la tercera parte de lo que generalmente cosechan, y lo lograron gracias a que su parcela está ubicada muy cerca del río.
“Mi papá iba a jalar agua del río. Nosotros logramos algo —de maíz—, pero hay gente que no sacó nada para comer. El frijol sí se perdió todo”, reconoce Luis Armando.
Los hermanos quedaron huérfanos de madre desde hace 14 años, por eso él terminó solo la primaria y ella ni siquiera ingresó a la escuela.
De lo poco que obtuvieron darán una parte a su abuela, doña Eulalia García, una mujer de 76 años que racionará los dos quintales de grano que cosechó porque tiene “miedo” de tener que comenzar a comprar el maíz. Ella no tiene dinero ni trabajo.
A doña Eulalia la cuida María Luisa Martínez, su hija de 46 años quien preparaba el almuerzo al momento de la visita: tortillas, un tomate asado y frijol.
En este lugar no habían visto a personas extrañas, excepto a los censistas que llegaron y explicaron que se necesita saber cuántos habitantes tiene el país.
“Aquí no nos han dado bolsa -con alimentos-, ni han venido a preguntar por la cosecha”, aseguró Lucrecia García, 48.
“Se sufre un poco porque la cosecha no se dio, comemos tortilla, frijolitos y huevitos de vez en cuando, cuando se puede. A las nenas no les doy leche porque no alcanza el dinero”, afirmó.
García depende de los ingresos de su esposo para alimentar a sus tres hijos, como este no es suficiente, va de casa en casa ofreciéndose a lavar ropa para ganar algo.
“A las nenas las llevo al centro de Salud, me dijeron que tienen bajo peso. Con la más grandecita (7 años) ya no se puede hacer nada —debido a la desnutrición crónica—, la segunda (de 4 años) están viendo qué le dan —tiene desnutrición aguda— y el bebé (8 meses) está chiquito y con bajo peso —con desnutrición aguda—“, explicó la afectada.
Muy cerca vive don Julián García, 72, quien sale todos los días a buscar trabajo para poder “ajustar” y comprar un quintal de maíz para que coman él y su esposa.
El Estado no llega
El panorama no es tan distinto en Los Magueyes, a esa comunidad se llega después de recorrer 10 kilómetros desde San Luis Jilotepeque, Jalapa. La milpa que no creció es un indicador durante todo el camino de que algo no resultó bien este año.
Aunque la distancia no es mucha, parece que las personas que viven en este lugar están aisladas, no tienen aparatos electrónicos como radio o televisión, mucho menos un celular y las visitas son muy poco frecuentes.
El primero en contar su historia fue don José Dolores Agustín Pérez, 56, quien lamentó haber perdido toda la cosecha de este año.
En su casa, construida de madera y lámina, se ubica la cama al lado del poyo donde hierve la olla con frijoles. La mirada de José se fija en el granero que no pudo llenar este año. “Con la cosecha nos fue mal, no logramos frijol ni maíz”, lamenta.
Por cada tiempo de comida, José gasta unos Q60, debido a que son seis miembros en su familia, pero el pago por día, cuando encuentra trabajo es de Q40.
Su reacción es de sorpresa al preguntarle por la asistencia del Maga luego de la sequía prolongada.
“No sabía que iban a dar eso. Dios primero que nos den la ayuda entonces, porque ahorita la comida la estamos comprando medida. Lo que necesitamos es trabajo, porque uno tiene que ver como sale adelante, pero nos ayudaría mucho esa ayuda”, indicó.
Doña Ángela Pérez Gregorio, otra vecina de Los Magueyes, es viuda; la falta de lluvia le afectó no solo por la pérdida de la cosecha, sino también porque debe caminar una hora para recoger agua de un río y tener un poco de líquido para beber.
Doña Ángela tuvo 11 embarazos, de ellos 10 llegaron a término y nueve niños nacieron vivos. De ellos, cinco murieron cuando eran pequeños debido a diarreas, vómitos o tos.
La viuda tampoco sabía que el Maga había ofrecido un beneficio para los afectados por la canícula prolongada.
Al conocer la vivienda de Elías Pérez Hernández el panorama es más desolador, su casa no es más que una mezcla de caña, carrizo y paja. En una sola cama, construida por él mismo, duerme junto a su esposa y cuatro hijos pequeños.
Nada de la cosecha de maíz y frijol se logró y el día de la visita esperaba sacar la semilla de ayote, que tampoco se dio, para vender y conseguir un poco.
Don Elías se rascó la cabeza al saber que el Gobierno daría un bono a los agricultores. “Aquí no ha venido nadie”, dijo.
El bono no llega
La esperanza de estas familias no está puesta en el bono ofrecido por el Maga, para ellos lo principal es tener fe en que durante el 2019 la lluvia sea más constante.
“Ahorita estamos esperando el otro año, que Dios primero va a mandar la lluvia y va a ser mejor”, dice don José Dolores Agustín.
Q150 millones tiene asignado el Maga para invertir en programas de intervención y asistencia a las familias damnificadas por la sequía prolongada.
Lo mismo afirman los hermanos Martínez Asencio y su abuelita Eulalia García, ellos confían en que el 2019 va a traer “un niño” y por eso va a llover más que cuando se trata de una niña, “es que los hombres son más llorones”, bromean.
Según el Maga, los extensionistas rurales hacen trabajo de campo desde julio para hacer “evaluaciones a diversos cultivos afectados”.
El dato general es que 300 mil agricultores ubicados en 21 de los 22 departamentos del país perdieron entre el 50 y 100 por ciento de su grano.
“El listado fue convalidado con el Registro Nacional de las Personas para evitar que existiera duplicidad o personas fallecidas en el padrón de afectados”, asegura la respuesta oficial del Ministerio a través de su oficina de comunicación.
Prensa Libre consultó la forma en que se ha informado a los agricultores que recibirán un beneficio y cómo hacer uso de este: “Oportunamente, mediante convocatoria inmediata, el personal de extensión rural notificará a los beneficiarios de los requisitos, procedimiento y fechas para la recepción y canje del cupón”.
300 mil agricultores habrían registrado pérdidas en sus cosechas, la mayoría de subsistencia, debido a la falta de lluvia durante el 2018.
Además, respondió por escrito el Maga, con un tiempo de antelación prudencial se harán publicaciones informativas de los procedimientos de canje y pago del cupón para los comercios que participen, mediante canales oficiales, redes sociales y otros medios de difusión masiva.
Uno de los requisitos para los beneficiarios del cupón es tener Documento Personal de Identificación o una certificación del Registro Nacional de las Personas (Renap), original y copia, que debe ser presentado para recibir el vale y también para canjearlo.
En Los Magueyes no tienen estos documentos y deberán destinar parte del dinero de la comida para tramitarlos.
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