“Gracias, muchas gracias”, dice Angela Palma, la festejada. Una sonrisa se pinta en sus labios mientras empieza a narrar una de sus fantásticas historias que han marcado su vida.
“Mi familia, mis hijos, esa es la historia de mi vida”, asegura Palma.
Vivencias
“Crecí en la zona 5, en la 29 avenida”, dice con un poco de dificultad. “El 2 de febrero de 1972 me vine -a la capital- y desde hace 43 años vivo acá”, recuerda.
Fotografía de Ángela Palma. (Foto Prensa Libre: Estuardo Paredes)
Su semblante se llena de alegría cuando empieza a contar cuando se convirtió en madre. Tenía 20 años cuando tuvo a su primera hija. “Ahora tendría ochenta años”, dice con tristeza, ya que su primogenita falleció. “La gocé al tener a mi primera muchachita”, dice de manera emocionada al recordar la felicidad que tuvo y cómo esta se convirtió en tristeza al verla partir.
(Foto Prensa Libre: Estuardo Paredes)
“Al final tuve once hijos: ocho mujeres y cuatro hombres. Cada dos años vinieron los muchachitos”, afirma mientras ve sus manos y cuenta con sus dedos el orgullo de su vientre.
“Uno de mis hijos vive fuera del país”, cuenta mientras señala a sus demás retoños que ahora ya se pierden entre sus nietos y bisnietos. La cuenta de la amorosa madre termina hasta llegar a Thelma, una de las mayores.
“Luché para que mis hijos fueran algo en la vida. Por ellos luché”, argumenta mientras empuña su mano al afirmar el sacrificio que hacen las madres por dar un futuro prometedor a sus hijos.
El terremoto, revolución y Jacobo Arbenz
El relato de su vida continúa. Trabajó de cocinera para Jacobo Arbenz en la Guardia de Honor, así como para otros militares. “Ahora ya deben de estar como yo”, dice mientras lanza una carcajada irónica.
Mientras sigue contando con emoción el arduo trabajo de ser madre, uno de sus hijos que logró graduarse gracias a ella, comparte el asiento junto a la progenitora.
Asegura que no le importó haber trabajado para el gobierno como costurera de uniformes militares, sobre todo por las anécdotas que ahora cuenta. Un día fue a comprar costura y al acercarse a la Guardia de Honor los guardias le dijeron que no podía ingresar al almacén ya que el pueblo hablaría. “Eso fue un día antes de la Revolución”, recuerda con claridad.
(Foto Prensa Libre: Estuardo Paredes)
Aunque a su avanzada edad tiene problemas para escuchar pero mantiene un firme semblante, comenta que aparte de tejer le encanta hacer “de todo”. Su hijo sigue a su diestra y comenta que su madre es una persona a la que le gusta estar activa y siempre quiere estar ocupada sin importar la hora del día.
El terremoto de 1976 fue horrible, según recuerda. “Acá la pasamos -en su casa-. Le dije a todas mis hijas que la gente armó sus champas en la calle. Yo solo le di gracias a Dios”, dice.
(Foto Prensa Libre: Estuardo Paredes)
Conforme pasa el tiempo, los demás familiares permanecen atentos a las anécdotas, mientras algunas nietas cargan a los bisnietos. Todo es convivencia familiar.
La feria de Jocotenango
Hablarle de la Feria de Jocotenango es traerle más que buenos recuerdos. Recuerda muy bien que gozaba bailar en la 9 avenida, llamada en aquel entonces como la Calle del Comercio.
“El asfalto era de piedra y ahora es diferente”, detalla con un poco de disgusto al recordar lo tranquilo que era caminar por esa emblemática avenida de la capital. “Era alegre. En cada cuadra se escuchaba marimba y llegaba hasta el Mercado Central”, asegura.
(Foto Prensa Libre: Estuardo Paredes)
Las imágenes de su memoria la hacen recordasr un templo de Minerva que estaba al finalizar la avenida principal en donde se llevaba a cabo la feria de Jocotenango. “¿Cómo se llamaba aquella calle?”, pregunta a uno de sus hijos. “La avenida del Hipódromo”, le dicen.
Sus gustos
Durante sus cien años ha logrado conocer varias ciudades y países: Cuba, México, Estados Unidos.
“He conocido varias culturas. Aunque lloré cuando estaba en otra ciudad porque extrañaba a mis hijos mientras trabajaba pero todo fue para que tuvieran lo mejor”, agrega con el entusiasmo como el de una joven de veinte años.
La cocina es algo que disfruta. “Yo solo digo qué tienen que hacer, qué echar, cómo hacer”, dice mientras mueve sus manos al expresar el liderazgo que tiene cuando las mujeres de su familia se reúnen para cocinar.
(Foto Prensa Libre: Estuardo Paredes)
¿Y cuáles son platillos favoritos? “Las comidas de antes”, asegura con una carcajada.“Ahora ni carne se puede comer, pero todas las comidas me gustan”, afirma con alegría en su rostro.
Y qué decir de los dulces típicos, ya que el mazapán es el dulce “perfecto de sus recuerdos y anécdotas”, según explica.
El accidente
Aunque cualquiera puede tener una vida plena, casi nadie se libra de los accidentes. Palma tuvo una caída que le afectó su movilidad.
“Me caí y ya no puedo manejar mis manos, estoy inútil. Desgraciadamente por mis piernas me cuesta caminar, aún con el andador me cuesta. Si tan si quisiera saliera a ver mis flores que tanto me gustan, pero no puedo”, dice con tristeza mientras cuenta que son sus hijos quien la sacan a pasear.
Con remembranza la mujer narra con una sonrisa los momentos en que contaba chistes a sus hijos y nietos. “Los hacía reír y ahí la pasábamos. Ya no me acuerdo de tantos chistes”, agrega con timidez.
(Foto Prensa Libre: Estuardo Paredes)
El regalo de ser madre
“Quisiera estar con todos mis hijos, pero cada quien tiene su familia, y ya no pueden estar conmigo,” dice con tristeza en su voz al recordar que con el paso del tiempo sus hijos formaron su futuro y se alejaron uno por uno hasta que regresaron con pequeñas sorpresas: sus nietos que hoy día alegran el patio de la casa.
Sobre su numerosa familia que asciende a más de treinta, Palma explica que su responsabilidad de madre fue más allá de lo penado. “Un mi hermano se murió y me dejó cuatro niños. Los crié y ellos tuvieron hijos y también los crié. Al final puedo decir que me volví la madre de mis hijos, nietos y bisnietos, ese es el mejor regalo que la vida me ha dado”.
(Foto Prensa Libre: Estuardo Paredes)
“Me emocionaba cuando me regalaban algo. Antes eran flores y serenatas pero ahora son las visitas y sorpresas de los hijos de mis hijos. Esos regalos me emocionan mucho”, afirma con elocuencia.
“Nadie me dice abuela, todos me dicen mama Angelita, por el amor que les doy”, comenta irónicamente mientras encorva sus hombros hacia atrás
“Mire esa belleza que anda ahí. ¡Valentina!”, exclama la madre y abuela para que uno de sus bisnietos se siente en sus piernas. El amor de madre sale a relucir en ese breve momento al tomar en sus débiles brazos a la pequeña.
(Foto Prensa Libre: Estuardo Paredes)
“Hoy me dieron la sorpresa de una niña que no sabía que existía”, cuenta con emoción al saber que tendrá una nueva bisnieta. La noticia fue como un regalo que sus hijos y nietos guardaron para celebrar su centenario.
Otra de sus satisfacciones, según cuenta, es tener una bisnieta y otra tataranieta que nacieron el mismo día. Esta alegría la narra sonriente mientras sostiene a sus dos pequeñas en sus débiles brazos.
(Foto Prensa Libre: Estuardo Paredes)
La veladora que sigue apagada
Un día que estaba en enferma hizo una petición: le pidió a su sirvienta que si ella moría esa noche, debería de encender una vela y luego llamar a sus hijos.
“A los 54 años pensé que me iba a morir, como mi mamá que murió joven. Pensé que también moriría así de joven pero Dios me tiene acá ahora”, agrega al contar con asombro haber llegado a los cien años de vida.
Esa vela que en un momento pidió que se encendiera, sigue apagada y seguirá así mientras tenga el fervor y energía que sus familiares tanto admiran.
(Foto Prensa Libre: Estuardo Paredes)
Como parte de los regalos que la familia le brindó a esta valiente y esforzada mujer está una carta firmada por el propio papa Francisco, en la cual felcita a esta honorable madre por sus 100 años de vida.
(Foto Prensa Libre: Estuardo Paredes)
Los consejos de mamá
“Pórtense bien, luchen, sean tranquilos y honrados”, son algunos de los consejos que da a sus “muchachitos” luego de dar gracias a Dios por tener hijos de bien. Sus palabras hacen alusion a una madre orgullosa del fruto de su vientre. “¡Todos son maravillosos“, dice con emoción al hablar de sus hijos, nietos y demás retoños.
“Hay que aprovechar el tiempo, hay que trabajar, y hay que luchar para poder vivir tranquilos y ser honrados. Con un buen ejemplo los hijos copiaran estos principios”, asegura la madre formadora.
(Foto Prensa Libre: Estuardo Paredes)
“Mamás cuiden bien a sus hijos y compartan su amor hacia ellos”, dice como comentario final para las mujeres que serán futuras madres.
La historia de mama Angelita es un ejemplo de lucha, perseverancia y arduo trabajo como muchas mujeres de Guatemala pero sobre todo es un ejemplo para las futuras generaciones de la sociedad guatemalteca.