El trabajo se escaseó por la pandemia del covid-19. Ya pasó un año, pero los estragos que dejaron las tormentas Eta e Iota sobre las cosechas aún se sienten, como también el alza en los precios de los granos básicos.
Falta alimento en los hogares, y el poco que consiguen es para alimentar primero a los mayores, los que salen a trabajar. Los niños comen de último. No es de extrañar, entonces, que sean presa fácil de la desnutrición.
Panzós es una muestra de los que se vive en el resto del departamento de Alta Verapaz, en donde ocho de cada 10 habitantes está en situación de pobreza —tienen una capacidad de gasto de menos de Q28 diarios—, para la mitad de ellos la situación es de mayor precariedad —menos de Q16 al día—. Son cifras de la última Encuesta Nacional de Condiciones de Vida del 2014, siete años después, la crisis empeoró.
La belleza de su paisaje contrasta con lo hostil que se ha vuelto el territorio para sus habitantes, pues allí confabulan los peores indicadores del país.
En el 2016 Alta Verapaz estaba en el último peldaño del índice de Desarrollo Humano elabora por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) con 0.38 puntos, la media nacional era de 0.49.
Los seis años transcurridos no mejoraron la situación del departamento, más bien empeoró con la aparición de la pandemia del covid-19 y el paso de Eta e Iota, que barrió con las cosechas de 32 mil 822 familias.
Actualmente Alta Verapaz tiene la mayor cantidad de población en crisis alimentaria del país. Una de cada cuatro personas ya agotó sus reservas para alimentarse y recurren a estrategias de crisis y de emergencia para subsistir. Para poder tener un plato de comida venden sus bienes, gastan los pocos ahorros que tienen, recurren a préstamos. Son 298 mil 130 personas las que enfrentan esta situación. La hambruna los acecha.
La precaria condición de estos hogares no mejorará, la Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria en Fases (CIF) proyecta que para enero del 2022 estarán en igual situación.
Serán más niños con hambre y enfermos, y se avizoran más muertes por desnutrición aguda, como la de Carlos Eduardo, que falleció al año y ocho meses de edad, en marzo pasado. Cuando su madre lo llevó al centro de salud tenía vómitos y diarrea, una condición que arrastraba desde hace semanas, y lo llevo a un cuadro severo de desnutrición aguda. La recomendación de los enfermeros fue llevarlo al Centro de Recuperación Nutricional en la Tinta. El padre no lo permitió.
El hijo de Elivira Choc falleció a las dos de la madrugada del 10 de marzo en su casa. “Me miró y suspiró. Sentí un gran dolor”, dice la mujer de 22 años, que hoy se arrepiente de que su esposo no haya firmado el permiso para el traslado. “Tal vez estuviera vivo”, dice aferrada a la cuna de manera donde dormía el pequeño, y que aún conserva.