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En lo que respecta al Índice de Desarrollo Humano (IDH), este año Guatemala pasó de la posición 126, que ocupó en el 2018, a la 127 entre 189 naciones analizadas. Con datos que corresponden al año pasado, el país continúa en el nivel de desarrollo medio junto a El Salvador, que lo precede. Nicaragua y Honduras están por debajo, en las posiciones 128 y 132, respectivamente. Mientras que Costa Rica está en un puesto superior, el mejor de la región, el 62.
Si bien hay indicadores donde en los que el país muestra una mínima mejoría con relación al año pasado, como esperanza de vida al nacer y años promedio de escolaridad, en otros tiene un retroceso, como la cantidad de médicos y camas de hospital por cada 10 mil habitantes, un tema que cobra relevancia ante la actual crisis sanitaria generada por el covid-19. Con respecto al tema de educación se ha estancado.
Presión sobre el planeta
Precisamente cuando el mundo se enfrenta a la pandemia, y otros retos relacionados con el cambio climático, surge la reflexión de la presión humana sobre el planeta que impulsa un cambio peligroso, es allí donde se habla del Antropoceno, una nueva época geológica en la que la actividad humana le da forma a la dinámica de la naturaleza e interactúa con ella, y trata de usar de manera más eficiente los recursos, menciona Luis Felipe López Calva, subsecretario general de la ONU y director regional para América Latina y el Caribe del PNUD.
Además de presentar el IDH de los países, el informe este año también propone una forma de medirlo conforme esta nueva lógica, es un índice ajustado al efecto sobre el planeta en base a dos elementos centrales: consumo de energía -medición de emisiones- y uso de recursos naturales.
Ambos índices pueden mostrar diferencias, por ejemplo, Noruega con el mayor IDH del mundo, al aparecer en la primera posición con un valor de 0.957, respecto a la presión sobre el planeta tiene 0.781.
Se ve, entonces, una desigualdad que está conectada con los impulsores de los cambios planetarios peligrosos, por la simetría en consumo y en poder entre aquellos que sobre extraen y sobre contaminan y los que sufren las consecuencias.
“Un ejemplo, es que al final de este siglo los países más pobres del mundo, quienes son aquellos que han contribuido menos al cambio climático, pueden experimentar 100 día más de temperaturas extremas por año. Mientras que los países ricos, que históricamente han hecho el mayor daño, podrían experimentarlo durante 18 días menos”, dice Pedro Conceição, director de la oficina del Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD.
Los países deben hacer una elección que involucre no solo el bienestar de las personas sino también generar soluciones de desarrollo basadas en la naturaleza, como la economía azul -mares y océanos como motores de la economía-, energía solar y soluciones relacionadas con bosque y biodiversidad, en definitiva, acciones que coloque a la naturaleza como un instrumento de solución y de desarrollo y no como una restricción al mismo.
Otro elemento es cambiar los incentivos, es decir, el cambio en los precios. Dada la contracción de la demanda por combustibles fósiles y la caída en los precios, este podría ser momento de replantearse el dejar de subsidiar el consumo de energías basadas en combustibles fósiles y desarrollar de manera masiva el uso de energías alternativas sustentables como eólica o solar, señala López Calva.
Por último, el cambio de las normas sociales, cómo se puede transformar el comportamiento a manera de que esta interacción entre ser humano y planeta de manera más sustentable.
“Lo que tratamos con este informe es presentar la idea de que el desarrollo humano, al seguir esta nueva realidad del Antropoceno, puede enmarcarse no como una travesía de necesidades dentro de los límites ecológicos, sino que es una nueva frontera donde las personas empoderadas toman elecciones diferentes conforme valores y prioridades con presiones planetarias más bajas y extendiendo su sentido humano”, afirma Conceição.