Lea también
Como una experiencia gratificante, de amor incondicional, entrega y felicidad describe el psicólogo Estuardo del Águila Avelar, de 37 años, el haberse convertido en padre adoptivo de Adrián, un niño con síndrome de Down que conoció hace seis años en una casa hogar.
Del Águila y Jennifer González se casaron con el sueño de ser padres y buscaron durante mucho tiempo un hijo, pero no lo lograron, por lo que se sometieron a tratamientos médicos que fallaron y luego se inclinaron por la adopción. El síndrome de Down nunca fue un obstáculo.
Adrián tenía 6 años cuando Estuardo lo conoció y abrazó por primera vez en la casa hogar, donde compartía con otros niños huérfanos que eran atendidos por un grupo de religiosas que les inculcaron valores.
“Al tenerlo en mis brazos, mi corazón se llenó de alegría, pues estaba convencido de que es el hijo perfecto de nuestro hogar”
Sin importarles las dificultades a las que se enfrentarían, decidieron iniciar el proceso de adopción en el Consejo Nacional de Adopciones, y nueve meses después llegó a su hogar.
“El 27 de julio del 2012 quedó marcado en nuestras vidas, pues hicimos una fiesta familiar para darle la bienvenida al pequeño Adrián, quien se ha convertido en la persona que más admiro en esta vida, por ser reflejo de amor, perseverancia y felicidad”, dice el orgulloso padre.
El psicólogo ha demostrado que padre no es solo quien engendra, sino el que con amor, entrega y paciencia cuida y protege a sus hijos.
“Lo más importante del rol de padre es velar por el bienestar de sus hijos y brindarles amor y tiempo. La sangre es un complemento”, asegura.
A pesar de los momentos difíciles, Adrián del Águila González ha dado a la pareja una felicidad inexplicable que surge del amor.
El pequeño estudia cuarto primaria en el colegio Las Margaritas, de la Fundación Margarita Tejada, donde es reconocido por ser alegre, cariñoso y optimista.
La alegría de la familia García
Edwin García, de 43 años, es un hombre que se ha encargado de sus tres hijos como padre soltero desde hace ocho años, y desde entonces su vida ha cambiado, porque ha tenido que acoplar su trabajo como el payaso Pastelito con el cuidado de los menores.
Con gracia y sonrisa, García, residente en el cantón Concepción, Ocosito, zona 4 de Retalhuleu, sale en busca de trabajo vestido de payaso para llevar el sustento diario a su hogar.
Cristian, de 9 años; Ángel, 11, y Angie, 15, saben del esfuerzo que hace su padre para sacarlos adelante a pesar de las circunstancias, y cuando pueden apoyarlo se visten de payasos para actuar junto a él en eventos grandes.
Lea también: Retos y satisfacciones de los papás solteros
Su esposa lo abandonó cuando su hijo menor tenía 1 año, y a pesar de que intentaron restablecer la relación, ya no se pudo, por lo que ambos tomaron caminos diferentes, y desde entonces dejó los trabajos que hacía fuera del departamento y se dedicó al cuidado de sus hijos.
Dijo: “cada vez que voy a trabajar, mis retoños me ayudan a elegir mis trajes, el maquillaje y, lo más importante, es que me inspiran para seguir luchando por ellos”.
Angie, la hija mayor, lo apoya con el cuidado de sus hermanos cuando él tiene eventos grandes y debe trabajar más de ocho horas, y lo hace con el mismo cariño que les brinda su padre.
“Ha sido maravilloso compartir con mis tres hijos. Comemos juntos, hacemos las tareas del colegio o salimos a pasear”
“Estar con mi papá es alegre, porque él se comporta como un niño y nos mantiene siempre sonriendo con sus chistes o actos de magia. Estoy agradecida con Dios, porque mi papá nos ha ensañado valores y a ser trabajadores”, dice Angie.
Cristian, el más pequeño, comenta que le gusta cuando su papá lo abraza y le dice que lo ama.
Los vecinos de la familia ven como ejemplo a García, quien a pesar de lo difícil que es abrirse campo en el mundo de la actuación, ha sido un padre ejemplar.
Cuida a sus hijos y tiene varios empleos
Todos los días se despierta a las 5 horas, prepara el desayuno, loncheras y las mochilas de sus hijos para luego llevarlos a la escuela y luego combina varios empleos. Esas actividades forman parte del esfuerzo abnegado de Julio Wilfredo Rodríguez López, de 41 años, quien tiene a su cargo dos de sus cuatro hijos, por decisión de ellos.
Aunque la vida lo alejó de la mujer con la que juró amor eterno, ver una sonrisa en el rostro de sus pequeños de 6 y 11 años es el motor que lo impulsa.
“Yo me siento bendecido, tengo momentos difíciles como cualquiera, pero ser padre soltero me ha cambiado la vida para bien”, asegura Rodríguez.
Su jornada es complicada porque debe combinar las tareas domésticas, el cuidado de los niños y llevarlos a la escuela con su trabajo como gestor de empleos en el Ministerio de Trabajo y Previsión Social, en Huehuetenango.
“Cada tarea se hace con amor y dedicación, ver a mis hijos felices me llena de satisfacción porque estoy dedicado a su cuidado”
Rodríguez entra a trabajar a las 8 horas, busca ayudar a quienes están desempleados, gestiona con empresas la oportunidad para colocar a personas en un trabajo, brinda asesoría para elaborar currículo y hacer gestiones.
A las 12.30 horas, cuando tiene su hora de almuerzo, recoge a su hija en la escuela y la lleva a su casa, le sirve el almuerzo y revisa sus tareas del día, la orienta para que pueda avanzar, después sale a dejar a su hijo, quien estudia en la jornada vespertina, y luego lo va a traer.
Esta rutina cambia los fines de semana, cuando trabaja como animador en restaurantes. Además, narra partidos de futbol en un canal de televisión local que transmite en un sistema de cable.
En ocasiones le ha tocado viajar a los municipios de Huehue, Quetzaltenango, San Marcos y Quiché, pues lo llaman para narrar futbol.
“Que yo solo tenga dos hijos conmigo no significa que no responda por los otros dos, les doy para su manutención y los fines de semana cuando estamos los cinco juntos la pasamos bien”, asegura.
Guiados por el lenguaje del amor
Un amor incondicional y luchar cada día para sacar adelante a su hijo es lo que caracteriza a Julián José Tzoc Toyom, quien enviudó hace 11 años y pese a su sordera se encarga de las tareas del hogar al retornar de vender verduras en el mercado de Boca del Monte, Villa Canales.
Tzoc Toyom, de 63 años se comunica con su hijo, Marvin Moisés Tzoc Yax, 15, por medio de señas. El vínculo entre ambos es evidente, pues el lenguaje que más entienden es el del amor entre padre e hijo.
Este padre abnegado se encarga de los quehaceres de la casa como lavar la ropa, cocinar y barrer, aunque Moisés también le ayuda en ocasiones, pues debe hacer sus tareas, ya que cursa segundo básico.
En uno de los cuartos los acompañan dos fotografías de Juana Yax Vásquez de Tzoc, esposa de Julián, quien falleció hace 11 años por una hemorragia gastrointestinal.
Puede interesarle: Papás famosos que puede seguir en Instagram
Moisés relata que la muerte de su esposa les afectó mucho, y aunque tenía 4 años entonces tiene fresco ese día en su memoria. Se seca las lágrimas y resalta que Julián ha sido padre y madre para él, ya que se esfuerza para apoyarlo en sus estudios y para que no le falte nada.
“Te amo, papá”, le dice por medio de señas a Julián, cuyo rostro refleja su satisfacción por su labor, aunque por momentos llora.
“No sé qué es que mi mamá me lleve a la escuela, he luchado junto a mi papá, aprecio mucho lo que él hace”
Julián madruga casi todos los días al mercado La Terminal, zona 4 de capital, donde compra tomate, limón y cebolla que luego vende en la entrada del Mercado La Bendición, zona 2 de Boca del Monte.
Al regresar a su casa, luego de comprar la mercadería, prepara el desayuno para él y su hijo y a las 8 horas se dirige con su carreta al mercado, donde permanece hasta la tarde.
Julián tiene otro hijo de 13 años, quien está bajo el cuidado de unos familiares, pero mantienen comunicación, pues el objetivo es ayudarlo.
Julián, sentado en una silla plástica, llora al recordar la muerte de Juana, su esposa y mira su foto; mientras Moisés interpreta lo que su padre expresa por medio de señas.
Responsabilidad en todos los aspectos
“Desde hace más de 15 años me quedé con ellos. Fueron momentos difíciles, pero hay una luz allá arriba que se llama Dios, y me ayudó a salir adelante”, recuerda Ángel Rodríguez Castillo, quien ha luchado para que a sus tres hijos no les falte nada.
Ángel Castillo, como es más conocido en Coatepeque, Quetzaltenango, se hizo cargo de sus tres hijos luego de haberse separado de su esposa. Sin importar los obstáculos que debía enfrentar, asumió la responsabilidad.
“Muchos saben que he sido papá y mamá. Les he brindado cariño, amor y manutención. Gracias a Dios saqué adelante a todos. Dos están por graduarse de la universidad”, explicó.
Para Castillo, maestro de profesión y periodista por vocación, sus hijos han valorado el esfuerzo que hizo desde que eran pequeños, ya que los guio por el buen camino.
“Siempre los voy a atender. No hay que olvidar que es un mandato divino, ya que venimos del Padre Celestial”
“Tengo un hijo de 35 años. Lo ayudé económicamente, pero al parecer la madre se lo llevó y no he logrado encontrarlo. Después tuve otra relación, cuando trabajé en Mazatenango como maestro. Formé una familia, y tuvimos tres hijos: Dante, de 30 años; Laurent, 29, y Dieter, 26”, refiere.
“Estoy contento de ser papá. No tengo que avergonzarme de nada, no les he quedado mal en nada”, enfatiza.
Luego de su haberse separado de su esposa, Castillo vivió momentos duros. “Fueron tres años de tristeza y frustración. Me quedaba solito, pensando en qué comer y cómo mantenerlos”, dijo.
“Al verlos dormidos me entraba la tristeza, pero sabía que no debía rendirme fácilmente, porque ellos ya estaban allí y hay una luz allá arriba que se llama Dios, y me ayudó a salir adelante”, expresa.
Lea además: Niños festejan a Papá con competencia de carrozas
Para el periodista no basta decir ya engendré y soy padre, porque es una responsabilidad con la que se debe cumplir en todos los aspectos y que lo ha llenado de satisfacción.
“No hay que llorar sobre la ceniza. Hay que salir adelante. Ver la vida con mejores ojos. Se debe tener esperanza y fe en Dios”, manifiesta.
Los obstáculos han fortalecido a este padre luchador, con quien sus hijos están agradecidos por haberlos guiados por el camino correcto de la vida.