No todos los países tienen la riqueza cultural de la misma manera, pero el reto es cómo traducirla en desarrollo. Un libro reciente revelaba que la Semana Santa guatemalteca mueve US$85 millones, a partir de una inversión de un millón 200 mil quetzales, que hacen las hermandades y las comunidades. Pero a partir de la cual se benefician empresas, transportes, hoteles, servicios. Hay que saber organizar el potencial cultural, natural, arquitectónico, para reforzar la posición del país y que el beneficio vaya a los gremios y no solo a las empresas.
¿Por dónde comenzar?
En Guatemala hay un millón de artesanos. No se dedican todos a tiempo completo, pero muchas familias, madres, redondean su salario gracias a sus habilidades artesanales en sastrería, talabartería, salud alternativa, gastronomía. A ellos hay que capacitarlos en emprendedurismo, en mejorar la calidad de manufactura, el empaque, los diseños. Tenemos una experiencia con la cooperación japonesa: un centro de modas con telas típicas que usa tintes naturales. Una camisa con esos tintes se vende en US$300, mientras una de tinte natural, en US$30. Se debe potenciar ese conocimiento, ese saber hacer, para sacar de la pobreza a más gente.
¿Qué factores dificultan emprender estos proyectos que aprovechan lo cultural?
Hemos trabajado programas con el Ministerio de Economía para microempresas. En algún momento propusimos que se usaran los fondos para apoyar empresas innovadoras de jóvenes, pero nos dicen que son solo para empresas comunitarias y no para innovación.
No se dedican recursos a proyectos para pobres, porque no le ven posibilidad a la cultura. Pero hay pueblos enteros que viven de esto: Italia no produce jade, pero es la mayor fábrica de alhajas; en Francia hay una enorme industria cultural, en donde lo que importa es la denominación de origen. Si uno tiene ese potencial, como lo hay en Guatemala, hay que saber aprovecharlo. Eso por el lado de la cultura, pero en la educación y la ciencia, ¿por qué Guatemala, con esa gran biodiversidad, no invierte en investigación farmacéutica?
Usted dígame, por qué cree que no se invierte.
Porque se prefiere lo tradicional, lo convencional, y no aquello para lo que tenemos ventaja comparativa. Hay países que no tienen esos recursos e invierten.
California tiene un instituto que investiga la papaya; los suizos trabajan con los aguacates; los japoneses hacen ciencia con la chicha morada, un maíz nativo de Perú. Se invierte poco en ciencia. Guatemala invierte solo un 0.05, pese a su gran potencial de biodiversidad.
¿Qué es lo que puede apoyar o no la Unesco en el país, para generar un cambio?
Damos acompañamiento técnico. Nuestra tarea es incentivar a que el Estado e instituciones, el sector privado y sociedad asuman esta riqueza. No es ampliando el apoyo a sectores tradicionales como el café, el algodón, el azúcar y los grandes consorcios como se va a innovar. Hay que apostar por cosas nuevas. Los artesanos son muy pobres, pero ricos en saberes y habilidades, pero hay que saber apoyarlos.
Eso es una paradoja dolorosa.
Hay un millón de gente que puede salir de la pobreza, con un buen plan de apoyo. Ya se exportan algunos productos, pero se puede ampliar la oferta.
¿Cómo innovar en la educación?
En este momento hay un millón de jóvenes que deberían estar en las escuelas y no están. Abandonan el básico, pero no van a poder trabajar porque no tienen una especialización. Se van por pobreza, porque los métodos de enseñanza no son los adecuados, por aburrimiento, porque lo aprendido no es pertinente para que ese joven, a los 14 o 15 años, ya tenga un diploma con qué defenderse. La primera tarea es evitar esta hemorragia de jóvenes para que no terminen en las maras, siendo extorsionadores, que cuando mandan sus recados tienen tantas faltas de ortografía que ni se les entiende qué quieren. Eso es un sarcasmo claro, pero lo que se quiere es decir que los jóvenes necesitan ver que la educación les conduce a algo.
También se debe buscar que la educación sea pertinente: que haya carreras para las que exista demanda. Hay trabajos en nuevas tecnologías, o que requieren un idioma extranjero, chino o alemán, pero no hay jóvenes preparándose en eso.
¿Quién es el llamado a plantear este cambio?
En una semana habrá en Guatemala una jornada con agencias de cooperación acerca de la educación en alternancia: ¿por qué un estudiante debe pasar cinco años sentado en una secundaria, si puede estar una semana en una empresa y otra en la escuela? ¿O tres días en la empresa y dos en la escuela? Flexibilidad. No hay familia que aguante a mantener 23 años de estudios, por eso se necesitan nuevos enfoques.
¿Qué más le hace falta a este país?
Un gabinete de conocimiento. Los ministerios de Cultura y Educación, la secretaría de ciencia, las universidades, deberían juntarse para contribuir a pensar estrategias.
La volubilidad de la política hace que muchas entidades rehúyan de esto.
Sale más caro trabajar separados. Hace 50 años se dividían las labores, pero ahora lo importante es sumar esfuerzos. Por ejemplo, hay plaga de roya en el país: el Ministerio de Agricultura, las universidades, el Senacit, las escuelas de Agronomía, deberían estar investigando cómo combatirla.
Recientemente, expertos de Unesco estuvieron en el país para buscar datos académicos
Vino una misión del Instituto Internacional de Estadística. Queríamos saber cuántos alumnos hay inscritos en cada carrera universitaria. Es el colmo, porque aquí hay un parcelamiento de universidades: ni se sabe cuántos estudiantes hay ni cuántas carreras, ni si esas carreras aplican para una planificación de aquí a 20 años, si satisfacen demandas. Esta información debería existir, porque es la que analizan los inversionistas para tomar en cuenta a un país. Si no saben cuántos expertos en informática hay, ¿cómo los van a contratar?