Los pajaritos comen
La pobreza de los recolectores de basura en La Terminal es tan grande como la brecha que divide a pobres y ricos en Guatemala. Viven en un país en el que el Índice de Desarrollo Humano dice que entre el 2015 y 2016, el 73 por ciento de la población no pudo cubrir sus gastos porque los ingresos que percibe no son suficientes, y tres de cada 10 familias no pudieron cubrir sus necesidades de alimentación.
“Si los pajaritos viven sobre un árbol. ¡Nosotros aunque sea debajo de otro vamos a vivir!”, exclama Olvia Losot Reyes, otra recolectora de basura.
“Vivimos de posada”, dice mientras una lágrima se escurre tímida sobre su mejilla que con rapidez es sustituida por una sonrisa y un guiño travieso a sus hijos: Marcos de 12 años y Jesús de 10.
“Mis hijos estudian, están en la escuela y algún día se van a graduar”, exclama la mujer.
Olvia mira en cada pedazo de cartón que recoge un billete más para los útiles que comprará en enero para sus hijos a quienes describe como unos príncipes.
Marcos, el mayor, sueña esta Navidad con un tener carro de control remoto o una bicicleta para su hermano Jesús; rescataron de la basura un oso manchado con hollín.
Una manzana, un tesoro
Al otro lado del basurera está Gladys Witz, pide que le detengan la bolsa mientras selecciona pedazos de coco, naranjas agrias y restos de papaya desperdigados. “Encontraremos algo para el ponche”, asegura. Cindy, la segunda de sus cinco hijos, observa a Gladys que escudriña los deshechos.
“¡Y si encontramos suficiente hierba tendremos un buen caldo!”, agrega con entusiasmo. Las agregará a una bolsa rota donde reposan los cadáveres de dos gallinas.
Llegar todos los días a la Coquera no es un asunto sencillo para Gladys, sobre todo cuando la mitad de lo ganado debe invertirse en el pasaje desde Cuilapa, Santa Rosa a la capital.
“Mire allá, ¡una manzana!”, apunta con el dedo. “¿Lo ve? es lo que digo, ¡Dios siempre provee!”, habla convencida.
La pequeña Cindy sueña con jugar con una muñeca que hablé, está segura que no la encontrará en el basurero.
Tres horas después el lugar está atestado de recolectores que se mezclan con indigentes y una docena de niños más que buscan desenterrar la esperanza en la Coquera.