Comunitario

Sobreviviente de coronavirus: “Nunca pensé en la muerte, pero sé que allí estaba”

El guatemalteco Manuel Turnil Gamarro pasó varios días en el intensivo luchando contra el covid-19 en un hospital de Nueva York, el epicentro de la pandemia en Estados Unidos. Él narra su batalla contra el virus.

El guatemalteco Manuel Turnil Gamarro es un sobreviviente del covid-19. Él se infectó en Nueva York, (Foto Prensa Libre: Cortesía)

El guatemalteco Manuel Turnil Gamarro es un sobreviviente del covid-19. Él se infectó en Nueva York, (Foto Prensa Libre: Cortesía)

¿Dónde me contagie? No lo sé.

Trabajo como evangelista en una misión cristiana. A mediados de febrero hice una serie de viajes en avión, tren, autobús, vehículos. Me trasladé de Nueva York para Atlanta y California, y de regreso usé la misma ruta de transporte.

Me encontraba en California cuando comenzó a escucharse con fuerza sobre el covid-19. Parecía algo tan lejano, pues se oía que el virus estaba en China, pero, definitivamente, ya se hallaba a la vuelta de la esquina.

Cuando estaba en uno de los aeropuertos comencé a ver a la gente usando tapabocas, y es ahí cuando uno comienza a sentir que en cualquier momento se puede contagiar.

Después del viaje misionero volví a Nueva York, tuve contacto con muchas personas que posiblemente ya estaban contagiadas. Así que no sé dónde me infecté con el virus.

La última semana de febrero empecé a sentir algunos síntomas, pero me rehusaba a aceptar que tenía el covid-19. Sentía un dolor insoportable en las coyunturas, un debilitamiento exagerado en el cuerpo, perdí el apetito. Sabía que, si probaba la comida la vomitaría. Tomaba solo líquidos. Eso me debilitó más.

Poco a poco las molestias se intensificaron, pasé 12 días así, los últimos cuatro, comencé a tener episodios de diarrea. Luego, dificultad para respirar. No pude más, pedí que me llevaran al hospital.

 

Manuel Turnil Gamarro tiene 53 años y es originario del departamento de Totonicapán. Es evangelista y misionero de la Iglesia de Dios Evangelio Completo de Guatemala, temporalmente reside en Estados Unidos. Se encontraba en Nueva York cuando comenzó a sentir los síntomas del covid-19, este estado ha sido el más golpeado por la pandemia en territorio estadounidense, con cerca de 320 mil casos confirmados y más de 24 mil víctimas mortales.

 

Manuel Turnil pasó varios días hospitalizado conectado a un respirador. (Foto Prensa Libre: Cortesía)

Como migrante no tengo seguro médico. No sabía qué hacer, a dónde ir. Las personas de la casa donde estoy viviendo me llevaron a un hospital privado. Estaba preocupado por el pago, ¿cuánto iba a costar la hospitalización? Hasta aquí, no nos ha llegado ningún cobro, gracias a Dios.

Mientras yo estaba en el Good Samaritan Hospital Medical Center, un compañero de la misión fue internado, ocho o 10 días antes, en un hospital público. También tenía covid-19, pero tristemente él no pudo salir adelante. No resistió al virus.

El mismo día que a mí me dieron de alta, su familia recibió la noticia de que había muerto. Era una persona joven, tenía 43 años.

 

Para los días en que Manuel fue contagiado con covid-19, los hospitales en Nueva York estaban colapsados por la emergencia sanitaria. Varios sitios, como la catedral de San Juan Divino en Manhattan, fueron convertidos en centros de atención temporal para recibir a pacientes con el nuevo coronavirus que requerían de cuidado intensivo. El virus se expandía sin control.  

 

Me llevaron a la emergencia del hospital el 29 de marzo, estuve esperando desde las siete de la mañana hasta las once de la noche para ver si me recibían. Fueron horas interminables.

Me suministraron medicamentos y me hicieron exámenes, por fin me dijeron: “Usted dio positivo al covid-19, así que se quedará hospitalizado”. Después de esas palabras solo me quedó esperar en el favor de Dios y en el de los médicos.

Era la primera vez que me hospitalizaban. No sabía si era la última vez que vería a mi hijo. Nunca pensé en la muerte, pero sé que allí estaba. El temor lo invade a uno al ver el cuadro de las otras personas. Me sentía seguro en las manos de Dios y sabía que no iba a permitir lo que no debía de pasarme, pero todo lo que allí pude ver fue…

Vi el dolor de tanta gente que en lugar de mejorar empeoraba, es tormentoso, y luego el bullicio de las máquinas, de los médicos que corren por la sala de emergencias; vi entrar a gente con un semblante más allá que de acá. Allí se sufre en todo sentido, en lo emocional, en lo físico.

Nunca había tenido tantas agujas en mi cuerpo, y no me atreví a preguntar a los doctores lo que me estaban haciendo, estaba confiando en Dios a través de los médicos.

Me pincharon casi las 24 horas del día, recibiendo sueros y medicamentos, que cuando entraban en mi cuerpo quería arrancarme el brazo, pues sentía como que me metían una navaja… era lo fuerte del medicamento. Me inyectaban diariamente en el estómago, creo que era para evitar que mi sangre se coagulara.

Además, me tenían conectado a otros aparatos para monitorear si el corazón, riñones, y cualquier otro órgano no estaba siendo afectado por el virus.

Fueron ocho días en el hospital y no quisiera vivirlos otra vez, y no deseo que otros lo vivan. Fui testigo de cómo las personas se arrancaban las mangueras y los tubos a los que estaban conectados, se levantaban de sus camas como locos movidos por el fuerte dolor.

Este cuadro causó mucho impacto en mí, ver que las personas se defecaban en la cama por el fuerte dolor, eso es muy crudo. Tuve que doblar mis rodillas a la par de mi camilla y clamar a Dios por misericordia, por protección y por bendición para toda esta gente.

 

Al salir del hospital Manuel pasó varios días en cuarentena, pese a que el médico le indicó que ya estaba libre de peligro, decidió pasar en aislamiento unos días más, para asegurarse de que no iba a infectar a nadie más. (Foto Prensa Libre: Cortesía)

 

Manuel ingresó al hospital el domingo 29 de marzo y salió el domingo siguiente, directo a cumplir con la cuarentena. Estuvo asilado por alrededor de tres semanas, por varios días estuvo conectado a un respirador, pues sus bronquios estaban debilitados. Poco a poco se recuperó y el médico que lo monitoreaba a distancia le indicó hace dos semanas que podía prescindir de la máquina, era necesario para que su aparato respiratorio se fortaleciera.

Durante el aislamiento se comunicaba con la familia que lo hospedaba a través de una pequeña ventana en la puerta de su dormitorio, por donde le llevaban sus alimentos. Perdió la noción del tiempo, no sabía que día marcaba el calendario, solo estaba consciente del momento en que la noche caía y de cuando el sol se levantaba. El tiempo pasó lento en el encierro.

A esta fecha, Manuel ya terminó la cuarentena, ya está fuera de peligro.

 

Dios me dio la oportunidad de seguir viviendo. Estar vivo es un gran desafío y un compromiso de hablarle y de decirle a la gente que esto es real. No es necesario pasar por lo que yo viví, y sentir la muerte, para saber que es así.

Lamentablemente acá en Estados Unidos las personas están tan materializadas; mientras unos dicen que hay que seguir la cuarentena, otros están locamente volcados a las calles pidiendo que esto pare ya, pero este (el coronavirus) es un enemigo invisible, no se sabe en dónde, en qué momento y de qué forma uno puede contaminarse.

Muchos están viviendo de manera necia e irresponsable, pero no podemos actuar desafiando al mismo mal, creyéndonos autosuficientes, todopoderosos, el único que puede decir que esto pare es Dios. ¡Esto es una lección para toda la humanidad!

ESCRITO POR: