Todo está yerto: canastos de mimbre ahumados; costales de granos básicos vaciados de su valor.
Una vendedora recuerda que pudo ver, con enorme dolor, los instantes infaustos en que se propagaba el fuego a toda velocidad y consumía la mercadería de su negocio.
¿Y esos trapos ahumados? No son trapos, era una venta de pescado seco. ¿Y esos colores que resaltan entre los grises? La tela de una falda típica.
Parece mentira que todo esté quemado: suelas a las que el cuero dejó solas; refrigeradores que no recuerdan más lo que eran; tanques de gas que de milagro no explotaron.
Sonidos de metales y palos descombrados. Silencio y de vez en cuando una palabra: esto no se quemó, mirá.