Desde hace ocho años pone a disposición su casa, la cual cuenta con una sola habitación, y brinda comida a las personas que huyen de su propio país para salvar sus vidas.
Andrés, firme seguidor de los principios de la religión católica, colabora como voluntario en la Pastoral Social, un socio de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), en la Casa Migrante de Santa Elena, Petén.
Esta Casa y sus voluntarios forman parte de una red nacional de albergues y centros que brindan información, asistencia humanitaria básica y hospedaje.
“Me tomó un tiempo convencer a las autoridades migratorias y a la comunidad local de que solo estaba ayudando a la gente sin pedir nada más”, cuenta Andrés. El trabajo no siempre es fácil y en distintas ocasiones, grupos criminales locales se han acercado a su casa amenazándolo a él y a su familia para que acabe con esta asistencia, y que trabaje para ellos como informante.
Andrés es mecánico y electricista de profesión, y mantiene una tienda de comida y distintos artículos, que maneja con la ayuda de su esposa. Los recursos económicos no abundan, pero su generosidad y solidaridad con las personas desesperadas que llegan con lo que cabe en una pequeña mochila, es un ejemplo de humanidad.
Los esfuerzos de Andrés han servido de ejemplo a otros voluntarios de la comunidad. “Así sumando los esfuerzos locales, tenemos más camas para hospedar a familias enteras que están huyendo de países donde no pueden estar tranquilos y que cargan las heridas de los grupos criminales”, dijo Andrés.
En lo que va de 2016, los tres voluntarios han atendido a casi mil personas en su propia casa y en una capilla de la iglesia. De este número, 80 casos han solicitado la condición de refugiado gracias a la información proporcionada por la red y voluntarios como Andrés, y por el hecho de haber referido a las personas a los distintos albergues para refugiados y migrantes o al Instituto Nacional de Migración de México.
Los niños, adolescentes y adultos que conocen a Andrés suelen contarle las razones de su exilio durante los cuatro o cinco días que se quedan en su casa. Suelen ser historias dramáticas de extorsiones, reclutamientos forzosos, secuestros, abusos sexuales, despojos de tierra por grandes compañías mineras y agrícolas, entre otros.
A junio de 2016, el número de refugiados y solicitantes de asilo del Triángulo Norte alcanzó los 138 mil; lo que representa un incremento del 70% en 12 meses.
Descanso para el alma
Ubicada en el barrio Antigua Población, de Santa Elena Petén, se encuentra la Casa del Migrante inaugurada en julio de este año. Es dirigida por el padre Francisco Ortega, quien llegó hace un mes.
El padre Paco, como le llaman todos, explicó que ha notado cambios en la migración. Pues cuando estuvo en San Marcos, la frontera Tecún Umán y El Carmen eran muy concurridas, pero en los últimos meses han buscado otros puntos, como Petén.
“El 90 por ciento viene de Honduras. Llegan por Entre Ríos y La Ruidosa, Izabal, hasta Santa Elena. Cruzan Petén en diagonal”, explicó el religioso.
La casa tiene capacidad de 50 personas, la mayoría de los que llegan son jóvenes, aunque en el último mes hubo cinco menores con una madre o padre.
“No ha parado el flujo de personas, la mayor parte piensa llegar a EE. UU.. Tienen prisa, porque debe ser antes que asuma la presidencia Donald Trump”, enfatiza Ortega con preocupación.
En la casa no les falta la comida, y reciben todos los días apoyo de la comunidad. Llegan unas 20 personas cada diarias, pero nadie se puede quedar mucho tiempo.
Ahora la Casa del Migrante está buscando la forma de apoyar a Andrés con víveres y otros enseres para que apoye a los que llegan a su casa en busca de un refugio para descansar.
*Con información de la Agencia de la ONU para los Refugiados