Su caso, es como el de miles de guatemaltecos que han decidido huir de la pobreza y la inseguridad. Pero a diferencia de muchos que han sido deportados, Rosayra por fin pudo respirar un poco de paz cuando un juez de migración le anunció que le otorgaría el asilo que tanto había pedido.
Pero para lograr esto, tuvo que pasar un verdadero martirio cuando las autoridades estadounidenses la separaron de sus dos hijos y la recluyeron en una prisión migratoria.
Rosayra es originaria de San Antonio Huista, Huehuetenango y decidió migrar hacia Estados Unidos en mayo de 2018 con sus dos hijos Jordy de 15 y Fernando de 5 años.
Las pandillas que operan en el lugar querían reclutar a Jordy. Con ese miedo presente, lograron cruzar la frontera sur de EE. UU., pero fueron hallados por la Patrulla Fronteriza tan solo días después de haber llegado a San Luis, Arizona.
En ese momento todo parecía derrumbarse. Rosayra fue separada de sus dos hijos que fueron trasladados a un centro para menores en East Harlem, Nueva York, mientras a ella la llevaban al centro de detención migratoria ubicado en Phoenix.
Casi dos meses estuvo en prisión hasta que un desconocido le pagó la fianza y logró salir, según relata la noticia de su liberación en el medio estadounidense NY1.
En julio de ese año, Rosayra emprendió su viaje a Nueva York para reencontrarse con sus hijos. Se auxilió en la organización Inmigrant Families Together quienes la asesoraron para culminar el proceso de asilo que había iniciado.
Ahora, casi dos años después un juez le anunció la noticia que tanto esperaba. Ella y sus hijos recibían el asilo solicitado y podían vivir en Estados Unidos.
“Estoy agradecida con el señor por haberme dado la victoria después de tanto caminar, después de tantas cosas” dijo la guatemalteca al noticiero NY1 que está siguiendo su caso.
Ahora, con la certeza que los sueños se hacen realidad, su hijo Jordy quien ahora tiene 17 años dijo que quiere ser abogado “quiero ser una persona importante en la vida, quiero un futuro mejor, un futuro que Guatemala no me pudo dar”.
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Rosayra compartió su deseo de ayudar a más mujeres que se encuentran en la situación que ella vivió, incluso, a quienes están en la misma prisión en donde ella estuvo “estoy dispuesta a ayudar a quien lo necesita, ya no siento los mismo temores de cuando estaba adentro”.
A pesar de haber logrado el asilo, Rosayra todavía tiene un pendiente relacionado a las dos hijas de 11 y 13 años que dejó en su pueblo y que, a pesar de quedar bajo el cuidado de su abuela, están bajo los mismos peligros que la hicieron huir hace dos años.
“Es algo que me ha quitado el sueño de saber que ellas están allá, aunque yo estoy aquí con los niños, ellas están expuestas. Mi mayor anhelo es poderlas tener junto a mi, ellas me necesitan”, agregó.
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