Cerca de 200 trabajadores de la procesadora de pollo Peco que funciona en esa ciudad fueron sorprendidos por agentes del servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE, en inglés). Algunos entraban y otros salían del turno, a aquellos que iban apenas en la puerta ya no se les permitió salir.
Hace varios lustros el lugar donde se ubica la planta era un enorme parqueo de furgones que con el paso de los años se vaciaron y al quedarse ahí los migrantes indocumentados los convirtieron en sus casas, claro está, pagando una cuota al dueño.
La gran mayoría de los arrestados aquel trágico 7 de agosto son guatemaltecos que vivían en ese predio, algunos de los cuales contaron a Prensa Libre esos momentos de terror que se repiten a cada instante en sus cabezas.
Eva Agustín, migrante guatemalteca de Comitancillo, San Marcos, no puede dormir desde entonces, no come igual de la angustia de recordar el momento, pero más cuando cae en la cuenta de que su esposo está preso. Ambos fueron capturados, pero a ella la liberaron, aunque sigue su proceso legal de inmigración.
Ambos laboraban en Peco y se disponían a salir del turno. Ella era encargada de línea cuando de pronto comenzó a escuchar un sobresalto y gente que caminaba de prisa o corría de un lado para otro. De pronto, narra, alguien gritó “la migra”, aunque reconoce que en principio no lo creyó hasta que vio llegar a decenas de agentes que les gritaban “raise your hands” (arriba las manos).
Agustín cuenta, al borde de las lágrimas, cómo ese día le pidió a su esposo que la esperara porque ella terminaba de elaborar un reporte sobre la producción de la noche anterior, dice que si ella no se lo hubiera pedido probablemente él hubiera podido salir a tiempo.
Añadió que al menos 13 personas lograron escapar y otras solo lo intentaron puesto que al ser sorprendidas por los agentes de ICE estos los amarraron de pies y manos, los lanzaron al piso e incluso a algunos los golpearon. Agustín lleva 13 años de vivir en EE. UU. y no tiene hijos. Quiere hacer lo posible para que su esposo salga de la cárcel, pero reconoce que es muy difícil puesto que el abogado les pide muchos documentos que no poseen.
Lea también: Acnur aún no recibe algún plan para implementar acuerdo migratorio de asilo
“¿Dime quién te vendió los papeles?, les preguntaban los agentes a la gente que capturaban”, dice Agustín. ICE sindica a varios de los detenidos por el uso de documentos falsos para obtener empleo, algo que los mismos migrantes reconocen y por lo cual al menos 95 enfrentarán cargos federales.
Luego, añadió la migrante de Comitancillo, San Marcos, los tuvieron detenidos sin comer y apenas beber agua, hasta las 2 de la mañana del día siguiente cuando los subieron a un bus que se los llevaría a la prisión de Luisiana; sin embargo, luego de estar más de cuatro ahora ahí les dijeron que liberarían a algunos.
De esa cuenta, comenzaron a hacerles preguntas minuciosas a los trabajadores migrantes y aquellos cuyas respuestas no convencían o no coincidían con algo que habían dicho previamente les decían “por mentiroso esto te va a pasar” y los subían al bus que iba a la prisión.
Fue así como Agustín consiguió que la pusieran en libertad, no sin antes responder cuánto tiempo había vivido en EE. UU. si tenía récord delictivo, que no incluía más que un par de multas por tránsito y de mencionar por qué no podía regresar a Guatemala.
Gracias a que algunas personas llegaron a traer a sus familiares en vehículo pudo regresar a Canton porque no tenía ni un centavo para hacerlo.
Bien planificado
Pedro Morales es otro migrante del mismo municipio que Eva Agustín. Vive en Forest y asegura que el operativo de ICE fue “diabólicamente bien planificado” porque entraron a las fábricas justo a las 7.45 para detener a la mayor cantidad posible de trabajadores, puesto que los que hacían turno de noche salían a las 7.30 y los que entraban a las 8 de la mañana muy probablemente llegarían antes porque a las al ser el primer día de clases de sus hijos los pasaron a dejar a las 7.
Morales refirió que él hacía turno de noche y que se salvó de ser detenido porque ese día prefirió irse directo a su casa, mientras que muchos de sus compañeros y amigos se quedaron, algunos bañándose, otros cambiándose o simplemente platicando, como solían hacerlo muchas veces cada mañana.
“Cuando yo iba cruzando la calle en ese momento comenzaron las patrullas a pasar cerca de mí y se comenzó a escuchar que un helicóptero volaba hacia la fábrica. Yo todavía pensé ¿Será la Migración? Di una vuelta en la cuadra y me percaté que toda la fábrica estaba rodeada, tenían un grupo de policías dentro y otro grupo de policías afuera de la malla, para capturar incluso a los que estaban ya en sus automóviles listos para irse”, comentó.
Los guatemaltecos que se libraron de ser arrestados o bien sea aquellos que les concedieron libertad aseguran que los agentes de ICE los trataron con racismo.
“Yo estaba en la planta y cuando llegaron los policías todos los compañeros se pusieron a gritar. Yo no pude reaccionar ni escapar porque me puse a pensar que me podían disparar… ¡Imagínese, quién por mis dos hijos!”, dijo Sandra Gómez, una madre soltera de 22 años que se graduó de Perito en Computación y también originaria de Comitancillo, pero que no pudo hallar empleo en Guatemala después de cinco años de buscarlo.
Añade: “Muchos nos quedamos callados porque eso nos habían dicho, que no habláramos si llegaba la Migración y cuando nos hablaban y no respondíamos, se enojaban y nos trataban muy mal algunos fueron muy racistas y se llevaron a la gente atados de pies y manos, como que fuéramos criminales”.
Gómez, quien apenas lleva un año de estar en EE. UU., dice que después de que se los llevaron comenzaron a interrogarlos y les reclamaban por qué usaron documentos falsos para emplearse. Ella les suplicaba a los agentes que la liberaran porque tiene dos hijos pequeños que dependen de ella y necesita estar con ellos.
“Había otros que decían ‘depórtame, depórtame’, pero, por favor, quiero llevarme a mis hijos. Algunas mujeres y también algunos hombres lloraban con mucha tristeza porque pensábamos en nuestros hijos y qué les pasaría si nos quedábamos detenidos”, añade.
Afortunadamente, precisó Gómez, a muchos los dejaron en libertad con un grillete en uno de sus tobillos; no obstante, lamenta que a su padre, quien lleva 17 años de vivir en EE. UU., no se lo permitieron y que hasta la fecha no sabe qué pasará con él ni cómo está en prisión.
“Sin mi padre todo es diferente. Él sabía qué hacer —hace una pausa y se seca unas lágrimas—, ahora siento que voy a explotar, que todo me da vueltas, ya nada de esto tiene sentido. A veces me dan ganas de gritar sáquenme de aquí, tal vez encuentro empleo en Guatemala, pero no sé todo quedará en manos de Dios”, dice la joven madre con tono de resignación.
Los indocumentados que están en libertad tiene esperanzas de encontrar un trabajo, pero otros, los que tienen menos tiempo de estar en EE. UU. sabe que todo se complicará. Viven con miedo, no se sienten en libertad de caminar ni mucho menos de andar en vehículo, ahora temen que nadie los contratará y su historia de Guatemala se repetirá solo que en otro país: sin dinero, trabajo y familias que mantener.
Las organizaciones humanitarias que tratan de ayudarlos comentan que un problema con las personas que fueron detenidas es que muchos no tienen cómo comprobar que llevan muchos años de vivir en EE. UU., ni un comprobante médico, una factura de la renta o la compra de algún bien, sobre todo porque para conseguir trabajo ha sido una práctica usual conseguir permisos de trabajos falsos con otras identidades.
Contenido relacionado
EE. UU. dice que negará la ciudadanía a inmigrantes que reciban ayudas sociales
“Si vienen a Estados Unidos ilegalmente, se van a ir”, Trump defiende las redadas de inmigrantes